Los descontentos pueden ser mayoría

Los descontentos pueden ser mayoría

RAFAEL TORIBIO
A pesar de que nunca en su historia América Latina había tenido tantos regímenes democráticos como en estos momentos, se mantiene un fuerte cuestionamiento sobre la democracia. Al decir de Dante Camputo, coordinador del equipo que elaboró el Informe sobre la Democracia en América Latina (PNUD 2004), existe un descontento en la democracia, no con la democracia, queriendo significar que no se está en contra de la democracia, sino que se quiere que sea de mejor calidad.

En nuestro país ocurre algo similar. Tenemos una de las democracias más consolidadas de toda América Latina, pero no estamos muy satisfechos con ella. Esto se debe a que se ha hecho más hincapié en la dimensión electoral, para elegir legítimamente las autoridades, que en la consolidación de un verdadero Estado de derecho y, sobre todo, en la solución de los problemas que padece la mayoría de la población.

Hay un descontento, cada vez más generalizado, porque los gobiernos pasan y los problemas permanecen, algunos agravados; porque ganan los que deben perder; porque la vergüenza claudica frente al dinero; porque las esperanzas terminan en desilusión, cuando no en frustración.

Este descontento se manifiesta de diferentes maneras. Veamos. En todas las encuestas se aprecia un fuerte cuestionamiento a las instituciones de la democracia, especialmente respecto a los partidos políticos, pero que se extiende a órganos del Estado, a la política misma y a los políticos.

Se ha hecho evidente que ningún partido gana con sólo el voto de sus militantes. En cada elección una cantidad considerable de votos cambia de un partido a otro. La trashumancia de votos, que hace posible que quien gane en una primera vuelta las elecciones presidenciales las pierda también en la primera vuelta de las elecciones siguientes, pudiera significar la expresión de un descontento frente a las ejecutorias de los que gobernaron y a la ineficiencia de la democracia para resolver los problemas.

La similitud de los partidos y candidatos en la forma que entienden la política y ejercen el poder desde el Estado puede ser un tercer elemento de este descontento. Las experiencias partidarias con vocación de poder son todas conocidas por sus ejecutorias, como conocidas son también las diferencias entre lo que se oferta y lo que se realiza, entre lo que se dice y lo que se hace. Quizás por esta razón sólo alrededor del 15% de la población con derecho al voto está inscrito en los partidos políticos.

Estas y otras razones han hecho posible que una apreciable proporción de la ciudadanía, cada vez más numerosa, sienta un descontento frente a la política, los políticos y la democracia. Son personas que sin militar en algún partido político han manifestado, en más de una ocasión, un interés por la política y una gran preocupación por el país. En cada elección votan por las candidaturas que representan alguna esperanza, o intentando castigar con un voto negativo a quienes a su juicio realizaron una mala gestión.

No son personas «inconformes» porque no han tenido la oportunidad de disfrutar de los beneficios que proporciona algún cargo público o la cercanía del poder, pues han logrado una realización profesional y un relativo éxito en las actividades a que se dedican. Simplemente reclaman un comportamiento distinto, un proceder con alguna referencia ética, un mayor compromiso con la solución de los problemas que padece la ciudadanía y una democracia con más calidad y eficacia.

Pero los descontentos de la sociedad civil ya no están solos. Hay que sumarles los descontentos de los propios partidos políticos. Los resultados de las primarias realizadas recientemente en los tres partidos mayoritarios han creado una conciencia de inconformidad entre dirigentes y militantes.

Los derrotados afirman que se impuso el dinero y el poder sobre la pertinencia de las propuestas y el compromiso institucional de defender lo que siempre se había defendido; que se utilizaron malas artes, ahora entre compañeros, para ganar voluntades y que los vencedores esperan, o exigen, que se apoye lo que en la campaña interna se había combatido.

¿Qué pasaría si los descontentos de los partidos y de la sociedad civil decidieran unirse en busca de una alternativa política que represente mejor sus valores y sus esperanzas? Pudieran llegar a ser mayoría.

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