Los deseos del ábaco

Los deseos del ábaco

MARIEN ARISTY CAPITÁN
Con unas pequeñas bolitas de color blanco y azul, el baile de sus piezas sobre cada una de las hileras me enseñó cómo contar. Al hacerlo, tras una Navidad en la que nos llegaron más regalos de los que Santa Claus podría cargar en su mágica bolsa, el ábaco me introdujo por el mundo de las cuentas y los números.

A él recurrí la primera vez que hice una lista de mis deseos para un nuevo año al que, hace casi treinta años, le pedí que me trajera más vacaciones, una bicicleta nueva, poder sacar más 100 en las notas, que me dejaran comer más dulces y, por supuesto, que me trajeran más juguetes por Navidad.

También, porque el listado tendría diez deseos (esa era la cantidad de cuentas que había en cada una de las líneas de mi ábaco), pedí que hubiera menos niños pobres, que todos los niños fueran felices, poder ganarme el premio de fin de curso, que fuéramos más a Casa de Campo y, como el sueño dorado, que volviéramos a visitar a mis abuelos en España.

Aunque si bien es cierto que algunos de mis deseos se cumplieron con el tiempo y otros los tuve que olvidar  como el de las vacaciones y los dulces, por ejemplo, pensar en ellos me obliga a reparar en que a pesar de los años que han pasado todavía hay miles de niños que no pueden darse el lujo de creer en la Navidad:  sus vidas son tan duras que no tienen la posibilidad de soñar.

Eso sentí el lunes pasado, cuando a las dos de la tarde vi a un niño de algunos seis años vendiendo dulces en el semáforo de la 27 de Febrero con Canoabo: «cómpreme algo, por favor, que es para la cena de hoy», me dijo el pequeño, al tiempo de ofrecerme la opaca luz de unos ojos llenos ese tipo de tristeza profunda que lastima a quien les ve.

Desde aquel momento no he podido dejar de pensar en la vida que debe tener ese niño. Será muy diferente a la nuestra, definitivamente, porque nosotras lo tuvimos todo (fuimos tan felices aunque no nos dimos cuenta).

Hoy reparo en ello y, pensando en el ábaco de ayer, comienzo mi lista de deseos para el 2008 soñando con que nuestros políticos entiendan que deben luchar por esos niños, es decir, ofrecerles a sus familias un empleo digno para que puedan brindarles una infancia con oportunidades parecidas a las nuestras.

Por otro lado, y aferrándome a los imposibles, espero que gasten menos dinero en proselitismo y más en gasto social; que los funcionarios olviden la demagogia y trabajen por la recuperación del país; que la educación de calidad sea más que una metáfora y que las escuelas puedan funcionar.

Por último, espero que la sociedad despierte por fin y los ciudadanos entendamos que no podemos ser tan indiferentes y egoístas: es el momento de que hagamos algo para cambiar el mundo que nos rodea y, con ello, tener la República Dominicana que aspiramos

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