Los destructores del patrimonio público

Los destructores del patrimonio público

El presidente Medina, en su reciente visita al hospital Luis E. Aybar,  se sorprendió de las condiciones físicas y falta de mantenimiento del centro, que una vez fue un símbolo de limpieza y eficiencia, pero ahora esta sumergido en el abandono, la suciedad y la desidia burocrática. Al igual le ocurrió en su visita a Santiago el pasado jueves 13 y se dejó caer por el hospital José María Cabral en deplorables condiciones como pauta del Estado de casi todos los hospitales.

Para el Jefe del Estado constituyó  una  pena comprobar de cómo es el funcionamiento de las instituciones públicas, que cada día, los medios de comunicación se hacen eco del desastroso estado de las mismas, en medio de la desesperación de la ciudadanía, que recibe un golpeo diario por todas partes, y más ahora con una insólita alza de todo lo que se consume a nombre de resguardarse con la reforma fiscal.

El mal de las propiedades publicas, en sus condiciones, viene determinado por la indolencia de los funcionarios responsabilizados de su preservación, que casi nunca le ponen atención bajo el alegato de que no hay recursos para el mantenimiento, y procuran, por todos los medios, dejarla destruir para sugerirle al Poder Ejecutivo costosas y generosas remodelaciones de las cuales se derivan jugosas comisiones.

Junto con la situación del Morgan, como todavía se le conoce, la popular Nuria dio a conocer la destrucción de costosos equipos de Odontología para los hospitales, mientras los encargados daban muestras de una prosperidad insólita, originándose una rápida acción punitiva  para frenar ese desmadre de las ambiciones de un servidor público.

El rosario de propiedades públicas, tanto edificios, carreteras, canales como equipos de escuelas, hospitales, maquinarias pesadas, etcétera,   dejados destruir  por la indolencia del servidor público, es una constante que lleva décadas de afianzamiento  y que se aceleró a partir de la década del 60 del siglo pasado al desaparecer la dictadura de Trujillo, durante la cual todo se mantenía, desde caminos vecinales hasta escuelas y hospitales.

Ahora es buscar los fondos necesarios para hacer nuevas obras o costosas remodelaciones. De esa manera asegurarse ingresos notables, fruto de las comisiones que les otorgan los contratistas beneficiados y afianzar  la práctica de un sistema corrupto que se le hace difícil a los funcionarios  desprenderse del mismo. Cuando los políticos luchan a favor de determinado candidato, aportándole  recursos,  es con la esperanza de que le designen  en un cargo ministerial donde haya “comida” para recuperar con creces la inversión realizada.

Continuaremos viendo las visitas  que el presidente Medina ha emprendido  sin aparatosidad y casi de incógnito a todos los rincones del país para darse cuenta de la situación en el comportamiento de los funcionarios y subalternos.

A partir de 1962 la costumbre de las visitas presidenciales de sorpresa cayeron en el olvido, y ya los políticos como presidentes se olvidaron de esas inspecciones, dejándolas en manos de sus funcionarios, al menos que no fuera a una de las inauguraciones a que nos acostumbraron el doctor Balaguer y el doctor Fernández en sus respectivos mandatos.

Las visitas sorpresas del presidente Medina, y los reportajes  tanto de Nuria como de Alicia Ortega  y de otros comunicadores y medios de prensa, son fundamentales en esta etapa de la vida dominicana para  asegurar que los propósitos presidenciales de llevar honestidad  y austeridad a sus funcionarios se cumplan y no se desvíen de esas  directrices, como ya algunos  han sacado las uñas para evadirlas.

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