Los desvergonzados, borrados de la historia

Los desvergonzados, borrados de la historia

Los desvergonzados siempre son diminutos en su corazón y casi infinitos en su mezquindad. Hace por estos días cincuenta años de que el Consejo Universitario de la UASD le otorgó al inmenso poeta de América Pablo Neruda un Doctorado Honoris Causa. Sin embargo el título no se llegó a entregar.

Ya tenía las maletas hechas el poeta, cuando estalla un caos en la sede de la UASD, producido por las oscuras fuerzas de la izquierda estalinista, que tomaron la Academia para que no se pudiera entregar el título prometido al ilustre bardo. Se dijo entonces que Neruda era un revisionista y un lacayo del Imperialismo Yanqui.

El poeta entristecido no pudo viajar a Santo Domingo donde tenía tantos viejos amigos de luchas y de versos y creaciones.

En estos días leí en un espacio pagado de un diario nacional, que la misma Academia volvía a ofrecer el mismo título, al mismo poeta, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS.
Lo entregarán a la nada, al viento, pues el poeta revisionista fue asesinado, hace tanto tiempo como el que ha pasado de la negación del honor prometido, por las fuerzas fascistas de Pinochet.

A los desvergonzados les ocurre un fenómeno extraño cuando se acercan o solo piensan que puede avecinárseles una figura con una obra inmortal, enseguida huyen haciendo ruido y produciendo en fin de cuenta el vacío, la nada. Tienen la imposibilidad ontológica de reverenciar a la grandeza humana, padecen de un resentimiento y una envidia becerril incurable.

Pero nosotros ya conocemos su actitud. Así es que con Cicerón adoptamos la perspectiva del «nihil admirari».

Quizás -dentro de cincuenta años nadie recuerde los nombres de quienes hoy tiran fango a un grande espíritu. Creo que acontecerá al igual de aconteció con los que hostigaron a Neruda, que no tenemos memoria de quienes se opusieron al Lauro al poeta. Sin embargo, hoy como ayer, Neruda vive, vive como nunca su obra y su poesía.

Así será con la obra del supuesto leproso que unos pocos fascistas, desvergonzados e ignorantes hostigan y difaman.

Toda esta situación descabellada, irracional e inhumana me ha traído a la memoria la profunda frase de don Federico Henríquez y Carvajal, quien la pronunció doliente ante el féretro de Hostos, expresión que para desgracia nuestra aún tiene vigencia:

“Esta América infeliz que solo sabe de sus grandes vivos cuando pasan a ser sus grandes muertos”.

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