Los días difíciles que siguieron a la muerte de Trujillo

Los días difíciles que siguieron a la muerte de Trujillo

Los días que siguieron a la muerte de Trujillo, fueron difíciles para los más cercanos colaboradores del régimen que llegaba a su fin. La tarea más compleja la tenía, sin dudas, el presidente Joaquín Balaguer. Su posición entre las tumultuosas aguas que se movían era frágil e inestable.

Por un lado, los hermanos de Trujillo y el resto de sus familiares querían prolongar, indefinidamente, el estado de cosas dejado por el férreo gobernante desaparecido. El problema que enfrentaban consistía en que ninguno sabía qué hacer para lograr éstos propósitos.

La tarea de mantener a flote el barco que se hundía inexorablemente en aquel naufragio incontenible, era titánica.

Balaguer, sin embargo, estaba muy consciente de que los sucesos ocurridos el 30 de mayo, cambiarían de forma radical el porvenir de la República.

El sereno abogado que sin proponérselo de manera específica había heredado la responsabilidad de transformar la vida política de la nación, se debatía entre quimeras, a la espera del regreso del hijo mayor de Trujillo, quien por el momento perecía ser la única persona capaz de contener las instituciones armadas.

Balaguer no conocía íntimamente a Ramfis. Su trato personal con el mayor de los varones de Trujillo había sido más bien protocolar.

Sabía de sus inquietudes, de sus malquerencias, de su inclinación hacía los placeres desmedidos, de su falta de responsabilidad y de su poca ambición hacía el poder político, pero ignoraba cual podía ser la reacción del vástago mayor, una vez que se viera embelesado por el poder absoluto y carcomido por la sed de venganza.

Otro punto en contra que tenía el astuto presidente, era la repulsa que sentía hacía él, el jefe del Ejército y lugarteniente de Ramfis, general Fernando Sánchez hijo.

Balaguer conocía bien lo que pensaba de su persona el influyente militar que ahora pasaba a ocupa un papel protagónico en virtud de su cercanía con el heredero de Trujillo. Esto, sumado a las desmedidas ambiciones de Petán, el más peligroso de los hermanos del Jefe, que se había constituido en el guía de la familia, y que ejercía una decisiva influencia en su otro hermano Héctor (Negro) quien era el militar de más alto rango en el país, complicaba más la ya enredada madeja que se tejía. Con todo el presidente Balaguer, se las arregló para apaciguar las encrespadas aguas hasta la llegada al día siguiente de la muerte de Trujillo, de su hijo mayor, procedente de París.  

Ramfis y sus acompañantes de viaje, incluyendo a su hermano Leonidas Radhamés, aterrizaron en el aeropuerto de Punta Caucedo.

De inmediato se hizo cargo de la jefatura de Estado Mayor Conjunto, con sede en la base aérea de San Isidro. Allí se cambió la ropa deportiva que traía por ropa militar. Luego fue a la residencia familiar,

Estancia Radhamés, en la avenida César Nicolás Penson. Vió el cadáver de su padre, y subió a la segunda planta para conversar con su madre y su hermana Angelita.

Ramfis habló varias veces, telefónicamente, con el presidente Balaguer, pero no fue hasta después del sepelio de su padre, que sostuvo una conversación personal con el presidente.

Los acontecimientos en el país corrían de prisa. La oposición política se organizaba en tres frentes poderosos. Se destacaba la Unión Cívica Nacional, conformada bajo el liderato del doctor Viriato Fiallo, viejo opositor de Trujillo, quien había permanecido en el país pese a la constante persecución a que fue sometido. En UCN se refugiaron disidentes y arrepentidos, formando el más numeroso y fuerte frente opositor a los herederos de Trujillo.

Por otra parte estaba el compactado movimiento 1J4, conformado mayoritariamente por la juventud de izquierda, remanente del original movimiento clandestino 14 de Junio, bajo la tutela de Manuel Tavárez Justo, joven revolucionario, sobreviviente del develado complot de enero de 1960.

El tercer grupo opositor de importancia provenía del viejo exilio anti trujillista. Se trataba de un partido fundado en 1939, en La Habana, bajo el nombre de Partido Revolucionario Dominicano, de ideología de centro izquierda, cuyos líderes principales eran entre otros, Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, Cotubanamá Henríquez y Angel Miolán. Ese partido era el mejor organizado. Contaba con frentes en varios países, donde se habían refugiado los exiliados. Contaba, además, con algunas raíces internas, de arraigo popular, y sobre todo con una posición flexible frente al estado de cosas imperante.

Ramfis dedicado mayormente a vengar la muerte de su padre, y a participar en la tortura y tormento físico de los apresados como participantes en los hechos del 30 de mayo, se olvidó de las obligaciones como heredero del régimen orquestado por su progenitor.

Trujillo no se había equivocado cuando calificaba a su vástago como inútil para el desempeño de las tareas de Estado.

El Jefe no confiaba en Ramfis, sobre todo después del fracaso que éste tuvo en la escuela de Estado Mayor de Kansas, en la que fue reprobado por no alcanzar el mínimo de las calificaciones requeridas.

Así lo había manifestado en diferentes ocasiones frente a sus más íntimos, y así se lo hizo saber al propio Ramfis durante la celebración de su cumpleaños, inmediatamente después del regreso de éste de su gira por el territorio norteamericano.

Ramfis, taciturno e influido por los vicios de los más exóticos placeres, tenía su mente en Europa y sus pensamientos fijos en un futuro alejado de los embates de la política doméstica.

Por su parte, Joaquín Balaguer manejaba los hijos de ese gran teatro de títeres, con una habilidad sorprendente y con serenidad propia de lo que en realidad era, un estadista ilustrado. El manifiesto firmado por miles de ciudadanos de todas las categorías sociales, anunciando la creación de la Unión Cívica Nacional, se dio a la luz pública. Con ello empezaba la declinación del gobierno heredado por Balaguer. Al mismo tiempo, y como contrapartida a lo que el propio Balaguer calificaba de una organización creada para asaltar el poder, el gobierno autorizó el regreso y la participación en las actividades políticas del Partido Revolucionario Dominicano.

Tres de sus principales dirigentes, Angel Miolán, Nicolás Silfa y Ramón Castillo, regresaron al país un mes después del entierro de Trujillo, con el propósito de iniciar las actividades de ese grupo político, que estaría destinado a ganar las primeras elecciones democráticas en más de treinta años, corto tiempo después. Balaguer sin embargo resistía todas las presiones, tenía el apoyo de Ramfis en sus ejecutorias. Era lógico que así fuera, ya que el hijo de Trujillo no tenía alternativas, necesitaba ganar tiempo para arreglar sus asuntos económicos y terminar su macabra obra vengativa.

El caos organizado por los poderosos grupos opositores, invadía las calles de Santo Domingo, la capital que había recobrado su nombre original, reclamado por muchos de los mismos que se adhirieron a la propuesta de Fermín Cabral en 1935, y que hoy enarbolaban una oportuna bandera anti trujillista.

Trujillo había muerto. Era notorio que su régimen sólo se podía sostener a su modo y semejanza. Los nuevos reclamos de libertad arropaban los intentos de mantener un régimen que terminaba con su creador y mentor.

Balaguer sabía ésto, se daba perfecta cuenta que sin apoyo popular y sin base de sustentación política el régimen agonizaba, era cuestión de tiempo, pero el astuto presidente no abandonaría el barco hasta cerciorarse que quedara un bote salvavidas para su uso.

Convención a Ramfis de la necesidad de mostrar una imagen de apertura democrática, aunque en ello tuviera envuelto el repudio a la política de Trujillo, que él mismo había contribuido a crear con su eficiente cooperación. Su comparecencia en la tribuna de las Naciones Unidas, fue una evidente prueba de sus propósitos futuros. Ramfis aceptó con entusiasmo estos pronunciamientos, quizás porque jamás alcanzó a comprender el verdadero sentido de los mismos.

Cuando fui llamado por Balaguer a su regreso de Naciones Unidas, con el propósito de éste manifestarme la decisión de disolver el Partido Dominicano para dar paso a otras organizaciones democráticas, le manifesté mi desacuerdo con ambas acciones. Sin embargo, en el transcurso de nuestra conversación, me di perfecta cuenta de que el plan encerraba propósito político definido, que de ninguna manera abarcaba al que era su aliado visible, Ramfis Trujillo.

Meses después, cuando tanto Balaguer como yo nos encontrábamos en el exilio, le recordé aquella conversación y mis opiniones sobre los resultados derivados de la misma.

Balaguer nunca admitió que éste fuera un plan concebido adrede con miras políticas futuras, pero convino que los resultados del mismo le habían favorecido.

“Ramfis nunca tuvo la capacidad para diluir el alcance político de estas medidas”, concluyó diciendo.

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