Los diferentes regímenes cambiarios
¿Qué regímenes de tipos de cambio tienen hoy sentido?

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El régimen cambiario de un país determina el comportamiento de su tipo de cambio. Esto quiere decir el valor de la moneda nacional frente al valor de la moneda de sus socios comerciales en el exterior.

Con un régimen de cambio fijo (en que el valor de la moneda nacional está vinculado, por ejemplo, al del dólar estadounidense) los comerciantes tendrán la certeza de que los precios de los artículos en moneda nacional no fluctuarán en meses siguientes.

En cambio, con un tipo de cambio flexible frente al dólar, el valor de la moneda nacional podría subir o bajar abriendo la posibilidad de quizás tener que reservar un monto (mayor, o menor) de moneda nacional al realizar la compra. Ambas soluciones extremas demuestran por lo tanto considerables déficits en la práctica. Por ello, es necesario preguntarse qué regímenes de tipo de cambio tienen hoy sentido. Es claro que, observando las transacciones realizadas hoy entre países, la puesta en práctica de determinados regímenes cambiarios inciden directamente en el comportamiento del comercio internacional y de los flujos financieros. El volumen y rápido aumento de esas transacciones ponen de relieve la importancia crucial de elegir un determinado tipo de cambio. Aun así, a menudo se subestima la importancia que los regímenes de tipo de cambio tienen para el desarrollo. Sin embargo, un vistazo al crecimiento de las reservas monetarias de los países en desarrollo y emergentes deja en evidencia todo lo contrario. Entre 1994 y 2001, las reservas de divisas de los países en desarrollo y emergentes aumentaron más del doble: de 521 mil millones a 1,187 millones de dólares. Sólo las reservas de los países asiáticos crecieron en ese lapso de 323 mil a 723 mil millones. Esos países extrajeron conclusiones de las crisis financieras y siguieron los consejos de conocidos economistas norteamericanos, como el  de Harvard Martin Feldstein quien les había aconsejado atesorar grandes reservas monetarias.

Tipos de regímenes. 
Al pensar en la aplicación de los diferentes tipos de regímenes cambiarios tradicionalmente pueden presentarse tres opciones: (1) que los países en desarrollo estén en posición de renunciar por completo a tener una moneda propia y adherirse a otra área monetaria (dólar o euro); (2) que los países en desarrollo estén en posición de elegir regímenes de tipo de cambio intermedios entre las dos soluciones extremas de tipo de cambio fijo o flexible; (3) que los países en desarrollo analicen la posibilidad de poder crear y participar en regímenes monetarios regionales.

A partir de entonces, podría sintetizarse que existen tres grandes categorías de regímenes cambiarios. En un extremo están los regímenes de paridad fija (paridad dura), que comportan el uso obligatorio de la moneda de otro país (la dolarización) o una disposición legal que obliga al Banco Central a mantener un volumen de activos externos equivalente (como mínimo) al volumen de moneda nacional en circulación y las reservas bancarias (caja de conversión). En Panamá (que usa el dólar de EE.UU.) existe una dolarización plena y en Hong Kong, una caja de conversión.  La paridad fija va acompañada de una política fiscal y estructural adecuada y una inflación baja, y se mantiene por períodos largos, lo que supone más certidumbre a la hora de calcular el precio de las transacciones internacionales. Sin embargo, con este sistema, el Banco Central no tiene una política monetaria independiente, pues no puede ajustar el tipo de cambio, y sus tasas de interés están vinculadas con las del país de la moneda ancla. La paridad fija pero con mayor flexibilidad (paridad blanda) es un régimen intermedio, en que el valor de la moneda se mantiene estable frente a otra que sirva de ancla o a una cesta de monedas.

El tipo de cambio puede vincularse al ancla dentro de una banda estrecha (+1% o –1%) o amplia (de hasta +30% o –30%) y, a veces, la paridad fluctúa a lo largo del tiempo, dependiendo por lo general de las diferencias entre las tasas de inflación de los países.

Si bien se mantiene un precio o una cantidad nominal que sirve como meta de la política monetaria para asentar las expectativas inflacionarias, el sistema da cierta flexibilidad a la política monetaria para combatir los choques externos.

No obstante, estos tipos de regímenes son vulnerables ante las crisis financieras (que pueden provocar una devaluación fuerte o incluso el abandono de la paridad) y no suelen durar mucho tiempo. En el otro extremo del espectro están los regímenes de flotación, en los que el tipo de cambio lo determina principalmente el mercado.

En los países con este sistema, el Banco Central interviene (comprando o vendiendo divisas a cambio de moneda nacional) ante todo para limitar sus fluctuaciones a corto plazo.

Sin embargo, en algunos países (Nueva Zelandia, Suecia, Islandia, Estados Unidos y los de la zona del euro), el Banco Central casi nunca interviene. La flotación ofrece al país la ventaja de mantener una política monetaria independiente.

Así, el mercado de divisas y otros mercados financieros deben estar suficientemente desarrollados para absorber los choques externos sin sufrir grandes fluctuaciones del tipo de cambio. También se necesitan instrumentos financieros para cubrir los riesgos creados por las fluctuaciones. La mayoría de las economías avanzadas y de los principales países de mercados emergentes aplican un régimen de flotación.

La tendencia
Los nuevos retos que enfrentan las economías ante la inaplazable necesidad de insertarse dinámicamente en el mercado mundial de bienes y servicios, así como acceder a las fuentes internacionales de financiamiento bajo criterios de competitividad en un mundo globalizado necesitan de nuevos análisis y propuestas tanto en el campo teórico como práctico. Uno de los elementos básicos para el diseño de una estrategia de crecimiento de largo plazo es la necesidad de contar con monedas sanas y regímenes cambiarios estables que les permitan captar correctamente las señales del mercado. No obstante, para algunos economistas de renombre como Dornbusch y Hausmann la interpretación de las nuevas tendencias en el diseño de los arreglos cambiarios domésticos ha estado matizada por una fuerte dosis ideológica y enfoques de corto plazo, donde los “éxitos” alcanzados han condicionado su aceptación e implementación.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), en la actualidad, 48 países tienen, efectivamente, una paridad fija; 60, una paridad fija más flexible; y 79, un tipo flotante. Esto representa un cambio importante con respecto a la situación imperante a principios de los años noventa.

Desde entonces se han observado dos tendencias básicas.

La primera es una propensión “a salirse del medio” iniciada alrededor de 1990, cuando los flujos mundiales de capital se habían acelerado gracias a la liberalización de la cuenta de capital y a la aparición de nuevos productos y mercados financieros.

No obstante, en muchos países, las entradas sufrieron una frenada brusca (generalmente en el contexto de un creciente déficit en cuenta corriente), produciendo una caída de la demanda de sus monedas.

En algunos casos (especialmente en Europa occidental en 1992 y Asia oriental a fines de los años noventa) la caída fue tan drástica que los países agotaron sus reservas internacionales para defender la paridad y tuvieron que devaluar la moneda. Pero, a partir de 2001, las decisiones sobre el tipo de régimen cambiario han sido más mesuradas. Entre los países con tipo flotante, la mayoría usa una flotación dirigida, en lugar de una flotación independiente, y el uso de tipos menos rígidos ha recuperado en parte su popularidad inicial.

Zoom

Perspectivas

Según Dornbusch y Hausmann (2007),  sostienen que las ventajas de los bloques monetarios (grupos de países que usan una moneda única como el dólar, el yen o el euro) son tales que el número de monedas independientes en lo adelante se reducirá inevitablemente, quizá a menos de 10. Esto simplificaría las transacciones internacionales, pero impediría a los países participantes aplicar una política monetaria y cambiaria independiente. Otros analistas subrayan las ventajas de la flotación y de la política monetaria independiente, y prevén que seguirá existiendo un gran número de monedas nacionales sujetas a diversas anclas nominales. Los efectos de que sigan existiendo numerosas monedas flotantes o de que estas se fusionen en unos pocos bloques serán muy diferentes para las empresas, las autoridades y hasta para particulares.

La cifra

13.9% ha sido  la tasa de crecimiento promedio del tipo de cambio nominal del país entre los años 1987 y 2007, destacándose un crecimiento de 65.3% en el año 2003, cuando el tipo de cambio pasó de 18.6 a 30.8 pesos por dólar.

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