Los dilemas del pensar económico

Los dilemas del pensar económico

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN, S.J.
Sin ánimo proselitista, es decir no à la Marx, economista de nivel pero además profético promotor directo de cambios revolucionarios, vamos  tomando  en la vida profesional decisiones muchas veces poco concientes que perfilan su personalidad. Quiero reflexionar sobre la naturaleza de estas decisiones.

En orden lógico no siempre cronológico va optando  el economista por respuestas a  diferentes dilemas:  ¿quiere hacer de su profesión una “causa”   o una profesión? ¿lee cuidadosamente los grandes clásicos de la economía, digamos una  docena de ellos, o se centra en estar al día en artículos especializados de su área? ¿busca comprobar la verdad de la teoría que aprendió  o trata de negarla o  mejorarla? ¿en su vida profesional considera la economía como una de las ciencias sociales o como una disciplina autosuficiente? ¿ es la economía teoría de la realidad o arte para modificar la sociedad?

Las alternativas presentadas por estos dilemas adolecen de cierta  falta de claridad y precisión, según Descartes criterio de evidencia, y no suponen su mutua exclusión lo que en estricta lógica las descalifica como  dilemas. Las respuestas  no reclaman el “todo o nada; esto o lo otro” del auténtico dilema sino una preferencia calificada. Aceptemos entonces que estamos ante opciones preferenciales más que estrictos dilemas. Pero escrito el título me acojo a Pilatos: “lo escrito escrito está”, sabiendo que en la vida nada es tan blanco  o tan oscuro que no exija matices. Espero explicarme mejor al avanzar su tratamiento.

1. ¿Causa o profesión?

Definamos primero los términos.  Entiendo por “causa”  la economía considerada como objetivo importante  que da sentido a la actividad de una persona  sin el cual  su  vida misma perdería buena parte de la ilusión  y de la motivación necesarias para sacrificar otras esferas de posible desarrollo personal. Sin duda fue Marx  caso extremo de economistas con causa.

    En el otro término, la economía como “profesión”, se concede mayor importancia a la actividad económica como medio de ganar la vida lo que no excluye hacerlo de modo  serio y competente ni carecer de conciencia social. Con el término resaltamos  que otros valores, familia, por ejemplo, o deseo de paz religiosa o social y no de lucha,  pesan más en lo que se refiere a fuentes de satisfacción.

      Probablemente la economía como “causa” se da mucho menos frecuentemente que como “profesión” y seguramente esta preferencia es correcta. También debemos decir que los grandes economistas, los que modifican su curso suelen tener la economía como “causa”  social, política o profesoral.

      Existen, entonces, dos tipos de economistas: los analistas y proyectistas que tienen que ser muy fuertes en técnicas cuantitativas y ricos en hipótesis para conocer el sector en que se mueven, por una parte y, por otra parte, economistas “generalitas” conocedores de la complejidad de la vida social nacional e internacional y aspirantes a cambiarla que quieren servir de asesores de  alto vuelo a sus  Gobiernos, a sus Iglesias o a Instituciones Internacionales.    

       Obviamente “generalitas” y “profesionales” necesitan quienes los empleen y paguen. Posiblemente la oferta de generalitas supera ampliamente la demanda. Schumpeter dijo que de ellos, profesionales con causa aunque sin empleo, se nutre la prensa de opinión.

2. ¿Clásicos o artículos? o ¿qué leer?

Supongo el economista, acabada su  carrera, no termina sus lecturas. Esta necesidad es evidente en un mundo en cambio continuo.

El economista “profesional” está obligado por la naturaleza misma de su enfoque a buscar qué está sucediendo en los sectores en los que se desenvuelve. Si quiere ser muy bueno necesita estar informado y comprender lo nuevo; no basta recordar lo aprendido. De ahí la conveniencia de centrar el economista profesional sus lecturas en artículos de revistas especializadas. Dada la dudosa práctica de basar la educación universitaria en libros de texto que simplifican al máximo los “últimos” resultados de la investigación sin estudiar su génesis cultural, social y económica, bien hará nuestro economista profesional en leer además  algunas obras, no resúmenes, de autores clásicos que  lograron romper la rutina teórica y proponer nuevas explicaciones.

    La situación del economista con causa difiere notablemente de la del “profesional”: tiene que dominar a la perfección los fundamentos de la economía en un contexto social específico más que técnicas y matices. Nada ayuda más a comprender el funcionamiento económico de una sociedad que la lectura de los clásicos quienes generalmente no pueden prescindir de su entorno social. Quesnay, Adam Smith, Marx, Marshall, Keynes, Coase o Sen tuvieron esa cualidad

       Una de las grandes lecciones que aprendí en Salamanca cuando estudiaba literatura greco-latina fue la conveniencia de leer grandes autores en todas sus  obras principales (Homero, Virgilio, Demóstenes, Cicerón, Sófocles, Eurípides) y no perderme en la multitud de artículos aparecidos en las últimas revistas de Filología Clásica. Estos artículos son imprescindibles para  la comprensión de matices y casi inútiles para la formación humanística: “lee leones y serás león, lee ratones y serás ratón” decía irónicamente un profesor generalita con su BA de Oxford, el P. Basabe, en obvia alusión al P. Flores, PhD educado en Alemania y especialista en aortos (un tipo de pretéritos) en la prosa griega clásica.

     Después de 39  años de docencia en economía  saqué la conclusión, por supuesto tardía, de que estudiantes adultos sin ninguna preparación económica y sólo la elemental en matemáticas aprendían en un semestre más macroeconomía leyendo el original de la Teoría General de Keynes que luchando por descifrar los códigos de libros de texto “user friendly”.

3. El método: ¿comprobar o refutar?

   Toda ciencia nueva tiende a imitar la metodología imperante de la ciencia en boga. La economía no fue  excepción. En sus primeros balbuceos Quesnay se inspiró en la Biología. Adam Smith, profesor de Ética, empleó la deducción  a partir de axiomas “evidentes” de comportamiento económico (cada actor decide según su conveniencia personal tratando de maximizar su bienestar o ganancia. Sus motivaciones y metas son de índole económica).

    Los marginalistas padres de la escuela neoclásica aún dominante, Walras, Pareto,  Edgeworth y Marshall, ingenieros y físicos aplicaron métodos matemáticos similares  a los usados en física. Un porcentaje inusualmente grande de artículos y libros de Economía se caracterizan por modelos  matemáticos y cada vez más por estudios estadísticos y econométricos.

    Los métodos estadísticos esencialmente empíricos pueden corregir las intuiciones axiomáticas de la teoría racionalista propia de la economía. Países que empezamos a querer investigar sufrimos, sin embargo, un equívoco fundamental  sobre el objetivo de estos ejercicios:  ¿se busca en la investigación  comprobar la validez de las teorías dominantes, usando además modelos estadísticos diseñados para países con diversa estructura económica, social y política (Estados Unidos, Inglaterra, otros miembros de la OECD), o  “refutarlas” al menos parcialmente?

     Los adelantos científicos no se alcanzan “comprobando lo dicho con un ejemplo” usando métodos sofisticados. Así se logra solamente recordar la teoría recibida, reforzar nuestra resistencia a ver de otro modo y método la realidad, y dar la impresión de que avanzamos porque sofisticación equivale a progreso. En realidad la esencia del progreso científico y técnico se basa en la crítica y en la negación más o menos parcial de teorías y técnicas usadas. Hasta en teología el avance está en lograr otra  interpretación razonable y creíble del dogma intocable en su esencia.

        Avance científico significa creatividad y creatividad destrucción parcial de una ortodoxia existente que se mantiene a fuerza de repetirla, a fuerza de  tradición.

4. ¿Parte de las ciencias sociales o disciplina autosuficiente?

  Como suele ocurrir en el desarrollo de cualquier ciencia ésta nace acompañada por otras  afines. Basta leer a Adam Smith para caer en la cuenta que buena parte de su éxito consistió en la prudente dosificación de lo que sería “puramente económico” (algo inexistente en la realidad) con la historia, el comercio y la política entendida como arte del buen gobierno. Este “mix” aparece con mayor claridad aún en Marx. Más cercanos a nosotros Veblen, Max Weber, Pigou, Keynes, Schumpeter y Galbraith perderían parte sustancial de su encanto y de su profundidad si los despojásemos del engarce de su pensar económico  con la sociedad global y su historia. Los economistas institucionalitas, North, Olson o Williamson, los históricos, Polanyi, o los dedicados al estudio del desarrollo económico real (lo que debería ser), Hirschman, Sen, Stewart, ni siquiera serían tenidos como profesionales serios.

     La economía actual, estudio de la satisfacción de necesidades materiales  básicas a través de mercados, tiene que limitar su campo a las transacciones, individuales o agregadas, que hoy se hacen preponderantemente  en  los mercados a precios observados (o a precios “sombra” derivables de ellos como los de los costos y beneficios ambientales, trabajo doméstico de las amas de casa, externalidades de toda índole, bienes públicos, etc.). Sí,  pero corremos serios riesgos de errores prácticos masivos si implícitamente negamos sus atributos institucionales, psicosociales, culturales, históricos, etc.       Por eso aunque el economista trabaje predominantemente “en lo suyo” está compelido -sea profesional o “con causa”- a dedicar parte apreciable de su tiempo a leer y meditar obras importantes de historia,  sociología,  política, filosofía, literatura… En forma mínima: filosofía, matemáticas y literatura, expresión ésta la mejor y más honda, cuando es buena, del ser humano en sociedad.

       Keynes en un ensayo biográfico fascinante sobre Alfred Marshall recalcaba que el buen economista tenia que sobrevolar con vista de águila todas las provincias del comportamiento humano aunque algunas solamente las rozase. De ahí deducía  por qué Max Plank,  gran físico alemán, abandonó sus esfuerzos por ser economista: “demasiado difícil”. No podía ser por las exigencias matemáticas, insignificantes para él, sino por la amplitud de conocimientos necesarios.

        Me parece que la economía definida  como “caja de herramientas” de una ciencia autosuficiente o sea mera tecnología lógica de elegir lo mejor con recursos limitados, como quiere Gary Becker, más que  caricatura de una rama del saber existente lo sería de una ciencia sin objeto, sin forma ni apariencia. Peor aún sería estudio axiomático de lo que siempre tendría que ser sabiendo que su realidad histórica está precisamente en no ser siempre la misma.

         ¿Es, debe ser, la economía una ciencia empírica y experimental de lo histórico como postulaba Hume el filósofo-politólogo-economista inglés que tanto influyó en Kant o una ciencia metafísica,  construcción racional basada en axiomas? O, pregunta más interesante ¿ en qué proporción: lógica racional de las decisiones humanas o ciencia social? No estamos ante un dilema sino ante una opción preferencial.

5. ¿Técnica o ciencia? ¿arte o teoría?

  La economía como ciencia trata de identificar a nivel alto de abstracción la manera general de cómo los seres humanos  satisfacemos nuestras necesidades materiales  mediante el intercambio. En cuanto tal, la economía como ciencia, no cuestiona siquiera si la dotación de recursos o de oportunidades es la deseable o si los criterios de comportamiento son buenos o malos; simplemente formula hipótesis lógicas “tan evidentes que no necesitan comprobación” sobre “lo que es”.

       La pregunta obvia que los no economistas nos hacen  se refiere a la deseabilidad de semejante desatino, del “sistema” que lo causa.

       Si creemos que los hechos son o el determinante principal de las ideas (Engels y menos Marx, ambos, aunque nacidos en Alemania, manejan, como nosotros  un vocabulario semítico-andaluz propenso a la exageración) o al menos un factor importante (Aristóteles  por aquello de que los mejores determinan lo que es bueno), haríamos bien en no buscar tecnologías sociales para mejorar una sociedad determinada exógena pero inexorablemente por la realidad de las fuerzas económicas aun cuando los individuos no lo seamos en el mismo grado. La economía como técnica o arte no podría imponerse. Mejor sería aceptar con resignación la necesidad, cumbre de la libertad.  “Contra facta non valent argumenta”: contra los hechos no sirven razones contrarias

       Distinto parecer tendremos si creemos en la reformabilidad de la sociedad por la acción social humana.

        Hay dos fuentes fundamentales de reforma o revolución social: nuevas y mejores ideas sobre las instituciones sociales y nuevas formas de vida inspiradas por personas ejemplares  en sus palabras y en sus  obras. Bergson, el filósofo del Ródano, diría que la ética puede ser de presión, la  ejercida por nuevas reglas de juego urgidas coactivamente, o de inspiración provocada por personas ejemplares que nos compelen a imitarlas sin necesidad de reglas expresas. Jesús de Nazarteh por ejemplo.

         De nuevo hablamos de opción preferencial no de mutua exclusión. Los economistas, por supuesto, queremos creer que basados en motivaciones  como dignidad de la persona humana o derechos humanos podemos cambiar la sociedad en mejor.

Otros creen que a la receta hay que añadir un combustible más poderoso: el ejemplo personal e institucional de solidaridad con el pobre y marginado que va contra la cultura dominante -si es la misma no tiene sentido el cambio institucional- pero sabiendo que la solución no está en la condena o en la destrucción del mal sino en sanar sus raíces, en dar espíritu a una sociedad seca de ilusiones y de causas aunque millonaria en instituciones.

6. Conclusión

  No basta la formación académica para definir al economista. Las opciones  que va tomando nos dirá si estamos ante un economista con causa -que bien puede tenerla y no ser buen economista- o un economista profesional sin más causa que ganarse la existencia. La gama entre los extremos es grande.

   Quizás sea bueno añadir unas palabras sobre la causa del economista sacerdote:

    La Iglesia frente a la economía y a la sociedad ha trillado divergentes caminos.

     Hoy muchos  hombres y mujeres de Iglesia, incluyendo Obispos y presbíteros, conducen frente a ellas un discurso ejemplar cargado de compasión e indignación en lo que a motivaciones y fines se refiere. El carácter descriptivo y vivencial del discurso son ejemplos de la presencia de Cristo en los pobres continuada por la Iglesia a través de los siglos.

     Los admiro y los temo. Me parece que jamás comprenderán  las raíces, muy podridas por cierto, de esa situación y que conducen a  quienes los oyen a mesianismos terrestres  sin riquezas o al retiro de este duro mundo.

     Yo voy, menos ejemplarmente, por otro camino: el de tratar de comprender el tejido de relaciones sociales y económicas de la sociedad para desarrollar, partiendo de los principios morales de los que la historia da fe, orientaciones que ayuden a hacer  a la Iglesia, tan enormemente ausente del mundo actual, capaz de entablar un diálogo social que no se base solamente en la compasión, en intereses o en un modo de discurrir carente de garra racional.

       La Iglesia- ese es el objetivo de una buena parte de mi producción escrita-  debe ocupar el lugar que el Dios Creador quiso que tuviese en el mundo:  ofrecer desinteresa pero competentemente una orientación creíble. Ser “madre y maestra”.

        A lo que no aspiro es a un profetismo mesiánico autoritario,  intransigente y apocalíptico. Para suerte mía nunca he percibido esa vocación. Probablemente porque no me atrae.

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