Los dominicanos reconocieron a un presidente haitiano

Los dominicanos reconocieron a un presidente haitiano

Con permiso de la acuciosa y admirada periodista Angela Peña, me voy a permitir incursionar en el nombre e historia de una calle de la capital que perdió su nombre original en los primeros años de la década de 1950 del siglo pasado. Desde esa ocasión se convirtió en la avenida Abraham Lincoln no sin antes haber sido la avenida Fabré Geffrard y la Cordel Hull.
El trazado recto de la avenida Fabré Geffrard desde la avenida Independencia hasta la carretera Duarte fue por una necesidad estratégica de Trujillo, que así tenía una vía expedita hacia el Cibao desde su residencia en la Estancia Ramfis ubicada frente al Mar Caribe y en la esquina desde donde se inició la construcción de esa vía. La construcción más relevante de esa avenida Geffrard en 1948 era el seminario Santo Tomás de Aquino, hoy sede de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra.
El apoyo que Fabré Geffrard, como presidente haitiano desde 1859 le brindó a los dominicanos, cuando Pedro Santana decretó la Anexión a España en 1861, fue inconmensurable. Pero la armada española radicada en Cuba amenazó a Geffrard con una demanda y bombardeo de Puerto Príncipe, si continuaba apoyando a los insurrectos dominicanos. Geffrard aportó armas, avituallamiento y tropas haitianas que participaron en los primeros combates entre españoles y dominicanos.
Geffrard era consciente de que una poderosa nación europea con gran presencia en Cuba y Puerto Rico y en la isla, desbarataba las ambiciones haitianas del dominio total isleño. Sus planes de dominio futuro de la parte española, después que Faustino Soulouque fuera derrotado por los dominicanos en las batallas finales de Santomé y Sabana Larga, en 1856, se perjudicaban y se dificultaba el sueño de la isla con una sola bandera azul y roja. Tan pronto los dominicanos en 1861 iniciaron sus acciones de guerrilla en contra de la ocupación española, Geffrard inició su apoyo solidario a los dominicanos con tropas, armas y pertrechos y hasta uniformes. Pero el gobierno español amenazó a Haití con bombardear la capital haitiana y exigirle una fabulosa indemnización que luego se redujo a un poco monto.
Sin embargo, la ayuda de Geffrard continuó de manera clandestina. De ahí que nuestro patricio Francisco del Rosario Sánchez, en su malograda incursión a su país, la hizo desde Haití el primero de junio de 1861 hasta llegar a El Cercado, donde fue apresado y fusilado el 4 de julio en San Juan, no sin antes emitir su famosa arenga de motivar las razones por las cuales incursionó desde el antiguo adversario convertido en aliado. Aquello de que “entro por Haití por que no pude hacerlo por otra parte” permanece en nuestros recuerdos como preámbulo de un martirio de un hombre de acción y aguerrido patriota.
A Fabré Geffrard, que gobernó hasta 1867, la historia lo presenta como el más inteligente político, militar y gran intelectual haitiano. Fue un presidente progresista e impulsó el desarrollo de la educación y estableció un programa de becas para sus jóvenes que eran enviados a Europa y Estados Unidos a capacitarse. Persiguió al vudú con todas sus energías después que el rumor de que en una ceremonia se habían comido a una niña y él se proclamaba como un gran católico. La agricultura fue mejorada. Geffrard fue quien derribó el imperio de Soulouque, pero luego estableció la presidencia vitalicia hasta 1867, cuando fue derribado por Salnave. Murió en Jamaica en 1878. Geffrard recibió una apreciable migración de los negros norteamericanos liberados durante la guerra civil de secesión.
Lo más probable, que bautizar con el nombre de Fabré Geffrard esa avenida al oeste de la capital que comenzaba a crecer después del centenario de 1944, tuvo su origen como un reconocimiento de la ayuda a los restauradores, pero también para Trujillo calmar las protestas que se produjeron a raíz del exterminio de los haitianos en 1937. Así se reconoció al único presidente haitiano, que por conveniencias ayudó a los dominicanos en su movimiento restaurador. Pero ahora existe el antagonismo isleño donde la desconfianza y las malquerencias están a flor de piel de los dos razas que habitan la isla. Pero en 1940 ese honor a un presidente haitiano no se consideraba una afrenta y en ese entonces se aceptó sin protestas.
Después de ese reconocimiento, ningún otro presidente haitiano ha sido enaltecido por los dominicanos. Los gobernantes haitianos son muy ladinos y el antagonismo latente ahora se ha recrudecido en el siglo XXI por la masiva presencia de miles de haitianos indocumentados que huyen de su territorio desertificado por ellos mismos. Vienen a trabajar en el país, donde encuentran las oportunidades de sobrevivir y en donde han desplazado a muchos dominicanos de diversas áreas como la agricultura, la construcción y en varias áreas del servicio turístico.

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