Los dominicanos y la complicada cartografía del yo

Los dominicanos y la complicada cartografía del yo

POR MIGUEL D. MENA
Es riesgoso hablar en primera persona en el país dominicano. Asumir el yo puede irritar. La tendencia más socorrida es la de ampararse en el “nosotros” e insistir en una vieja tradición de mal uso de los pronombres. Vivimos una inflación permanente de palabras. El radio está todo el día prendido. El desarrollo del “uno mismo” es parte de un proceso de socialización, de una cultura. Las consecuencias serán previsibles: las palabras se frenarán y chocarán, no llevando a la fluidez de las expresiones.

Para acceder a una visión crítica y amplia del yo, el pensamiento occidental ha tenido que esperar a Descartes y la Ilustración, y sobre todo, a Kant. En lo insular, el primero en plantear un yo consistente fue Juan Pablo Duarte. Caso curioso: antes de las teorías de Brecht y del realismo socialista, de utilizar el teatro como instrumento de lucha, ya teníamos aquí a la sociedad La Filantrópíca, haciendo representaciones frente al interventor haitiano.

Otro caso aún más curioso, el de otros libertadores latinoamericanos, como Simón Bolívar y José de San Martín: tuvieron que morir fuera de la patria liberada. ¿Será tal difícil asumir el yo y vivir y morir con él en el país propio?

La asunción del yo es un procedimiento reciente en el país dominicano.

El yo es una construcción, es el resultado de un proceso que presupone la confianza, la voluntad y la consciencia de la diferencia de los planos donde se mueve el sujeto. Para ser más explícitos recordemos la figura de René del Risco Bermúdez y su gran hazaña: la presentación del primer yo consistente en las letras dominicanas.

¿Por  qué “Ahora que vuelvo, Ton” es el cuento por excelencia de la narrativa dominicana? Una de sus claves es la manera en que el sujeto se presenta, el descubrirse en lo más íntimo, tocándose así esa fibra que todos tendremos pero que pocas veces sacamos, porque nadie quiere reconocerse en sus debilidades y miserias.

Del Risco ha sido víctima de una tradición crítica que sólo lo ve como un “ser frustrado”. ¿O será que su yo fue lo bastante fuerte como para ser asumido por una crítica que seguía privilegiando un falso nosotros?

Después de 1967 y la publicación de su poemario “El viento frío”, René del Risco ha sido el referente por excelencia para hablar de una lucha entre el “yo” y el “nosotros” en nuestras letras. Los que le siguieron, los “poetas de postguerra” y los autores de los 70, insistieron en las barricadas, triunfando el “nosotros”. Recién en los años 80 comienzan algunas voces esporádicas en la asunción del yo, como Martha Rivera, Amable López Meléndez  y María del Carmen Vicente. Pero estos “yoes” ochentistas no serán muy resistentes, desertando posteriormente estos autores e internándose en el limbo de la no poesía.

Los noventa traen consigo a la primera gran autora del yo dominicano y la primera obra maestra de la narrativa del siglo naciente: Rita Indiana Hernández y su novela “Papi” (2003), todo un retrato de las descomposiciones familiares y epocales donde a los valores postmodernos de la dominicana se les saca brillo, luz, sangre, agua, opacidad.

En las artes visuales el pensamiento sobre el yo resulta más complicado, dado que el mismo se asume por lo general a partir del rostro y el paisaje. Los referentes más lejanos serían los autorretratos de Max Beckman y los paisajes urbanos de Edward Hopper. ¿Cuándo es que los artistas dominicanos comienzan a preocuparse por su cuerpo y sus deseos? ¿Dónde están las propuestas que hacen que uno esté en la Isla y al mismo tiempo esté saliendo de los clisés tropicales de agencias viajeras? Le dejo esta pregunta a los críticos, porque si no se me acaba el espacio… Por ahora sólo advierto que la obra de Pascal Mecariello da algunas pistas para ello.

Se sobreentendería que cada ser tendría un yo pero no siempre se dan las condiciones o la voluntad o la visión para asumirlo desde una posición nutricia. El yo no le viene dado al sujeto. Es un proceso donde no sólo está lo biológico, sino también lo social y lo psicológico.

En la cultura dominicana el trujillato impuso un nosotros que al final fue un “él”. Balaguer nunca asumió su yo, autoconcibiéndose como parte de un destino cuasi divino. Peña Gómez nunca asumió sus orígenes ni la negritud, siendo víctima de un nosotros= blanco= racismo dominicano. Sólo Bosch logró el más alto logro del yo político, de conciencia y sinceridad consigo mismo. Tal vez por eso no triunfó en el país de la doble moral y la falsa modestia.

Aquí no hablo del “das ich” freudiano ni a la relación entre voluntad y alteridad de Levinas, aunque bien que podría venir al caso reflexionar sobre el concepto de sujeto, poder y relatividad a partir de Nietzsche.

Tampoco hay que reducir el yo al ego, ni seguir con esa lectura equivocada de la Biblia, porque en ella no se asume que al yo se tenga que extirparlo. Aquí me refiero solamente a la asunción de la palabra yo como trasunto de una personalidad consistente, al reconocimiento de un principio de lo personal que implique a la vez la asunción del otro desde un plano dialogante.

Resituar las palabras, asumirse con conciencia, establecer una cultura del diálogo, de la igualdad, de la democracia, es parte de la agenda por desarrollar. Pensar el yo puede ser un buen punto de partida. Tal vez un punto muy necesario.

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