-Primera parte-
La política dominicana es compleja porque no gira alrededor de un solo eje; debido a esa pluralidad de causas nos pone a pensar de forma pesimista que los cambios son difíciles y casi imposible. Los ejes que están en el centro de las actividades partidistas y partidarias, son núcleos que giran en torno al bien, al mal, a la ética, a la justicia y a la fe. Como se trata del bien y del mal, hay que identificar y reducir los males, hay que actuar de forma correcta, debemos de convertirnos en cirujanos sociales y usar pinzas que puedan comprimir los tejidos de la sociedad; y así, reparar lo dañado y lo que hasta hoy nos ha estado afectando.
Cuando escuchamos a personas que expresan que no quieren saber de política, nos quedamos anonadados. Cómo es posible que una disciplina como la política, que tiene que ver con el bien, con el mal, con la ética, con la justicia y con la fe, es tratada de forma muy indiferente e irresponsable. ¿Acaso no hemos llegado a entender que existe un aspecto simbiótico entre la religión y la política? Queremos afirmar que es imposible vivir sin religión, es imposible vivir sin política. Lo que debería ser aclarado es que la política existe no para generar más pobreza, o para comprar la dignidad de los ciudadanos a través del voto, la política existe para generar más orden, equilibrio y contra peso.
¿Qué es política? No vamos a dar una definición técnica, sociológica o basada en la carrera de Ciencias Políticas. Preferimos desglosar de forma práctica y medible la esencia de la política. Primero, la política tiene que ver con la extensión e implementación del bien. El bien es una acción natural para motivar y promover lo deseable. El bien es un acto de perfección. El bien no se inventa, se implementa, es natural, es obvio, es medible y leíble. El bien no es ambiguo, no deja dolor, produce una sensación de gozo y de paz. Todo político que desee transformar debe partir del eje del bien. El bien no es adaptación por una presión adversa. La política tiene que accionar dentro del marco del bien. Si no es así, percibiremos hombres egocéntricos, maliciosos, y marcados de heridas que no les permiten visualizar el propósito real de la política.
Segundo, la política está salpicada del mal. El mal es lo que se aparta de lo honesto, es lo opuesto de lo bueno, del bien. Pero estamos en un mundo moralmente caído, por esa razón existe una simbiosis entre la religión y la política. Ambos se retroalimentan, se nutren y se encuentran al final de la bifurcación social. El mal es la ausencia del bien. Cuando le damos la espalda a la política le damos la bienvenida al mal. Cuando accionamos con elementos maquiavélicos, nos convertimos en un eje llamado “mal”. El mal se implementa de forma intencional, cuando planificamos y diseñamos acciones con elementos no autorizados; además, el mal lo podemos promover con el silencio y con ambigüedades. Promovemos el mal en la política cuando nos ocultamos y no adoptamos un papel protagónico para impulsar la creación de mejores espacios en la sociedad que vivimos. En política el mal no se trata, se para, debe ser eliminado. El mal no es una falla, un error, el mal es el deseo de hacer daño de forma individual y colectivo. El bien se refleja cuando se aplasta el mal. El bien no es debilidad, es la implementación natural de algo deseado y aceptado. El mal no es fortaleza, es la debilidad y el retrato personificado de una sociedad caída y separada del creador del cosmo, que afecta negativamente todas las arterias de la sociedad.