Los enemigos de la metafísica

Los enemigos de la metafísica

El rechazo a la metafísica expresado por el nihilista Nietzsche, luego por Heidegger, y antes por Kant, no representa su final, pues para los poetas ha sido su alimento estético y su impulso de creación. La metafísica no sucumbió, por consiguiente, a los embates del positivismo lógico, que postuló un cientificismo en estado positivo a ultranza. La tentativa de Husserl y Russell en conducir a la filosofía por el cauce de la ciencia también fue el sueño lógico de Ludwig Wittgenstein, en procura de demostrar el fin de la metafísica. Heidegger intentó, por vía distinta, reemplazarla por otra forma de pensamiento cuyo eje sería el ser, subsumiendo el discurso metafísico a un bosque, en el camino del lenguaje, alrededor del “ser y el tiempo”.

Los filósofos del Círculo de Viena, cuyo liderazgo giró en torno a la figura tutelar de Wittgenstein, postularon a la ciencia como sustituta de la metafísica, ante la imposibilidad que tiene la filosofía de responder a cuestiones científicas. Los impulsores de esta actitud ante la metafísica, como el neopositivismo –luego llamado “positivismo lógico” y más tarde “empirismo lógico”- no constituyeron en sí una escuela filosófica como tal, pues algunos de sus representantes (Carnap, Russsell, Moore) mantuvieron posturas encontradas, a pesar de que publicaron un manifiesto colectivo en 1929, y de su interés por la lógica y la defensa de un empirismo radical.

Enemigo del idealismo alemán -de Hegel, en especial-, este Círculo abogó por una “lengua universal”, como fundamento del positivismo científico y la lógica empírica, con que le dieron un “giro lingüístico” a la filosofía, tal y como apuntó Wittgenstein en su Tratatus, de que “los problemas filosóficos son primero problemas lingüísticos”.

Esa separación del idealismo clásico alemán hegeliano y kantiano del Círculo vienés representó, en cambio, una aproximación al empirismo de Hume y al empiriocriticismo de Mach, que luego criticaría Lenin en Materialismo y empiriocriticismo. Esta crítica no es casual, a juzgar por la hostilidad que manifestó el marxismo hacia la metafísica, sobre todo al idealismo hegeliano, que lo asoció a tufo teológico.

En el siglo XX, la tentativa más contundente por superar a la metafísica procede de Heidegger, en el sentido de postular un “pensamiento del ser” que no dimana de una experiencia no empírica en sí, sino de una experiencia ontológica del lenguaje.

En el fondo, el positivismo lógico rechaza la especulación filosófica, y de ahí su odio a la metafísica, que se refugia en la intuición, la evasión, lo onírico y la imaginación. Los positivistas, con su afán cientificista, reivindicaron la forma científica de pensar, su filiación a la lógica y a la experiencia, y atacaron a la metafísica por su flanco más débil: los límites del conocimiento del mundo. Esta concepción científica del mundo del positivismo lógico desemboca en crítica a la concepción metafísica, con que la pusieron “patas arriba”, como intentó hacer el marxismo con el hegelianismo.

El metafísico, contrario al científico, no aspira a usar la experiencia como medio, sino a vivirla como materia artística para ser satisfecha por la vida misma, y alcanzar así una experiencia trascendente. Así, cae prisionero de la lógica, y se levanta como ave fénix de las cenizas, víctima de la luz de la realidad, que lo enceguece, pero lo salva de la responsabilidad lógica del mundo: vive en la contradicción entre la vida y el conocimiento del mundo, la trascendencia y la inmanencia. No le atrae la verdad del conocimiento sino la vida trascendente. Los metafísicos no persiguen verdades, ni valor de verdad en el arte, pues no postulan sistemas, y de ahí su semejanza con los artistas y los poetas.

Los positivistas lógicos impusieron un método de análisis lógico, una nueva concepción científica del mundo. La crítica más cínica y destructiva provino de Carnap, al afirmar que los metafísicos son “músicos sin don musical”. Sin embargo, todas estas tentativas por superar y destruir la metafísica, desde la modernidad, no han logrado decretar el fin del pensamiento metafísico. Las ficciones metafísicas se transfiguran en fantasías, que alimentan el pensamiento estético y sacuden la esencia de la filosofía, en especial aquellas corrientes cientificistas que han pretendido borrarla de la tradición filosófica occidental. Si bien la metafísica no es ciencia, es innegable que posee un registro de símbolos significativos, de su universo de referencias, que constituye la materia prima de múltiples discursos filosóficos, teológicos y estéticos.

La corriente neopositivista, que tuvo su mediodía a principios del siglo XX, vivió, en cambio, su purgatorio, a mediados de los años treinta. El Círculo de Viena sucumbió a sus contracciones, pero el espíritu del positivismo lógico continuó latiendo después de la Segunda Guerra Mundial. Los intentos por destronar la metafísica en el siglo XX no han cristalizado del todo, pues la filosofía de Heidegger sucumbió en las arenas movedizas de la ética, víctima de su adhesión a la perversa ideología nazi, y el intento de Lenin naufragó en el dogma del totalitarismo stalinista. De ahí que los proyectos por sepultar la metafísica en la modernidad se difuminaron como agua en la arena porque las simientes de sustentación eran espurias.

En Estados Unidos e Inglaterra la filosofía será concebida como disciplina científica, y este fenómeno será comprensible, en razón del empirismo y el pragmatismo que permearon su tradición filosófica. De ahí el florecimiento del positivismo en estas naciones, en forma de filosofía analítica, que azotó desde los años treinta el mundo anglosajón, robustecido con la filosofía del lenguaje. Posterior a esta tendencia se desarrolla en el paisaje de la filosofía angloparlante otra vertiente conocida como pragmática (término acuñado por Pierce en 1938), heredera de Charles Sanders Pierce y Charles Morris, con John Austin y John Searle, que abrirán nuevos cauces analíticos al lenguaje, y que explorarán la potencia activa de las palabras, confiriéndole a la lingüística, usos y funciones, gobernados por una semántica del discurso.

De algún modo, la filosofía del lenguaje encontrará tierra fértil en el campo de la ética, con Popper y Moore, acaso por lo mismo que Kant incursionó con sus críticas, en los terrenos de la lógica, la ética y la estética. En el mundo intelectual americano, el influjo alcanzado por el empirismo lógico, sumado al pragmatismo de William James y de Pierce, será paralizante en el mundo académico anglosajón. El mismo tendrá su corolario en el pensamiento de John Dewey, pero matizado por una dosis humanística, y por el optimismo heredado de Emerson. Con Dewey el conocimiento adquiere una función utilitaria asimilada de Stuart Mills y de James, y que habrá de ser esencial en la pedagogía de la solidaridad americana.

En síntesis, la metafísica y también la ontología fueron desestimadas por el positivismo; en cambio, abrazaron la defensa de la ética como parte constitutiva del análisis lógico. De ahí que los positivistas vieron en la ética una lógica de los asuntos sociales, arrebatándole a la sociología y a la psicología, las funciones de examinar y resolver los problemas sociales y mentales. Esta actitud obedeció a una concepción de pensar que el arte, la ciencia, la filosofía son expresiones del lenguaje. O que las formas del pensamiento, y aun los hechos y los símbolos, no son más que expresiones discursivas, manipuladas y reconstruidas por el intelecto.

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