La tradición cristiana centra gran parte de la dificultad en la lucha por la existencia en una figura o personaje: Satanás, origen y causa de todo mal. Para un literato o un lingüista, se trataría de una metáfora, aunque todo lo que el hombre puede pensar y expresar está referido a conceptos y construcciones mentales, inclusive el concepto mismo de lo que es real o no es real, es cuestión de discusión y punto de vista. En cambio, para el hombre común (y la mujer), palabra y realidad suelen ser una misma cosa. Pero demostrarles que no es así no es fácil, ni siquiera en un país donde la mentira permea y deforma la diaria realidad.
Sin duda, toda conducta contraria a los principios básicos de convivencia nos lleva a conflictos con los demás, con la salud o con nuestras conciencias. Hay quienes podrían pensar que Satanás, como a menudo nuestros prójimos (incluidos especialmente nuestros cónyuges) pueden ser, al mismo tiempo, fuentes de satisfacción y de dificultades, que funcionan en gran medida como entrenadores o “coaches” que nos obligan a ser mejores personas… o a sucumbir. Cada cual tiene que elegir en cuanto a esto.
Tanto en sentido bíblico como en el sentido común, la ignorancia es causa de problemas: Mi pueblo sufre por falta de conocimiento (Oseas 4:6). Contrariamente, la Biblia dice también que la verdad nos hace libres. Es decir el conocimiento. Pero el conocimiento mismo, en buena medida nos puede hacer daño, en tanto produce orgullo y engreimiento. No hay cosa más peligrosa que la vanagloria intelectual y la prepotencia de gentes cercanos a la ciencia y la tecnología. Babel, un caso bíblico, advierte contra ello. Pero hay también peligro en la propia sapiencia, en tanto esta equivale a dominio propio y poder social, lo que conduce a muchos a la trampa de Satanás: querer ser dioses. Un tema que lo explora fascinantemente Erich Fromm; y Carlos Castañeda, el antropólogo, lo discutió a profundidad con un viejo y sabio cacique de una tribu mejicana en la frontera con Estados Unidos.
El saber, pues, y no solamente la riqueza, suele también ser traicionero. Salomón, el más sabio de su época abusó del sexo y la buena vida, y pervirtió valores y costumbres de su pueblo hasta la degradación moral y la angustia existencial.
Similarmente, cada día el mundo globalizado rechaza la vida modesta y el comedimiento, de espaldas a la paz espiritual, las virtudes morales y los buenos hábitos de convivencia; que son garantes de paz, salud mental y física.
Paradójicamente, la enseñanza sobre buenos hábitos y virtudes tampoco escapan hoy a la mercadotecnia ciber-globalizada; a diario alguien te quiere dar un curso, por un módico precio, sobre paz espiritual y tranquilidad de conciencia. Hoy también, para arreglar las cosas en la familia hay que buscar a especialistas que, tarifa incluida, nos den consejo. Por fortuna, la Biblia sigue siendo, entre todas, la mejor consejera, a menos que usted insista en portarse mal. Lo cual sale cada vez más caro.