Los enigmas y complejidades del suicidio

Los enigmas y complejidades del suicidio

POR CLAUDIO ACEVEDO
Aclaro, de entrada, que no me referiré al atacante suicida que con su inmolación paga su viaje hacia el encuentro de las “12 mil vírgenes celestiales”. Ni tampoco a aquél que sucumbe al arrebato de las pasiones en un acto de ciego repentismo. El objeto de estas reflexiones es el suicidio que se procesa y toma forma en los laboratorios mentales del individuo y que resulta de la combinación de circunstancias generales con otras muy individuales.

El suicidio es un tema complejo e intrigante. Filósofos, sicoanalistas, siquiatras, sociólogos, antropólogos, científicos, han tratado de abordarlo en sus múltiples aristas.

Si bien los índices de suicidios varian permanentemente, en el mundo se ejecutan aproximadamente 1000 suicidios por día. Para medir su incidencia anual se toma como base su frecuencia por cada 100.000 habitantes. En este sentido Hungría muestra una de las tasas mayores, con 45. Otros países europeos muestran tasas altas cercanas a los 20 por cada 100.000 habitantes tales como Dinamarca, Suecia, Austria, Alemania. Por otra parte Estados Unidos tiene 12 suicidios por cada centena de mil habitantes.

Algunos de los datos de interés respecto a los actos suicidas son: la tasa del suicidio aumenta con la edad. En la primavera sube la tasa. En alcohólicos la tasa es 86 veces más alta que en no alcohólicos. Y en los alcohólicos divorciados o viudos es mayor todavía. Los pacientes con patologías respiratorias graves se suicidan tres veces más que aquellos que padecen otras patologías.

Entre los varones la prevalencia del suicidio es tres veces mayor que las mujeres, pero éstas lo intentan el doble. Por lo tanto, en las mujeres existen muchos intentos de suicidio fallidos que bien pudieran caber dentro de las autoagresiones deliberadas no fatales o parasuicidio.

Los varones se caracterizan por utilizar métodos más violentos para consumar el suicidio (armas de fuego, ahorcamientos, arrojarse al vacío).

Los que amamos la vida con pasión, encontramos que “el solo hecho de vivir es un motivo para sonreir”. Pero para el que madura la idea de renunciar voluntariamente a la vida, la existencia no es precisamente una poesía ni rima tan bonito como esa versificación.

A lo largo de la historia humana, personajes ilustres y mentes preclaras, en quienes se supone un rico mundo interior que los hace más sensibles y receptivos a los procesos de la vida, han engrosado las estadísticas mundiales del suicidio.

El arte y la literatura, cuyos goces estéticos multiplican las razones para disfrutar la vida y apreciarla, no han sido tablas de salvación capaces de librar de los naufragios existenciales a grandes escritores y artistas, llamados a tener sólidos fundamentos de vida para hacer frente a las complejidades del existir.

El caso del poeta ruso Sergei Esenin es sólo una muestra de la galería de suicidas famosos. “Adiós, amigo mío, adiós”, fue el mensaje póstumo, entintado con su propia sangre, que dejó escrito Esenin, antes de suicidarse colgándose de las tuberías de calefacción en una pieza de hotel. “Adiós, amigo mío, sin gestos ni palabras,/ no te entristezcas ni frunzas el ceño./ En esta vida morir no es nuevo/ y vivir, por supuesto, tampoco lo es”.

Alicia Misrahi en su libro “Adiós, mundo cruel. Los suicidios más célebres de la historia”, que fue editado por Ediciones Océano hace algunos años, en la introducción, nos ofrece un breve tratado acerca de la autoeliminación.

La autora también nos entrega una detallada clasificación que se hace de los suicidas, agrupándolos en varios tipos: el alucinado, el colaborador, el  precavido, el aprovechado, el reivindicativo, el desconsiderado, el humanitario, el didáctico, el solitario, el arrasador, el espectacular, etcétera.

El mencionado libro nos informa que el envenenamiento es el método más frecuente, por el que optan las celebridades, con un 85,4 por ciento de los casos.

La muerte de Marilyn Monroe fue uno de los más sonados y conmovedores suicidios del siglo veinte y, en “Adiós, mundo cruel”, aparece clasificado dentro de “Suicidios artísticos”, compartiendo tal apartado con figuras tales como Kurt Cobain, Romy Schneider, Alexander Godunov, Judy Garland y el actor George Reeves, que encarnó a Superman.

Los escritores constituyen la parte gruesa de esa mayoría tétrica que conforman el centenar de suicidas célebres. No es rara esa supremacía: según  el libro, “los escritores tienen entre diez y veinte posibilidades más de sufrir depresiones y trastornos bipolares que otras personas que se dediquen a profesiones distintas”.

A guisa de ejemplo, se citan casos como el de Virginia Woolf (quien se lanzó a un río con los bolsillos llenos de piedras), el de Malcolm Lowry -que bebió ginebra hasta aturdirse y ahogarse en su propio vómito- o el de Ernest Hemingway, quien se destapó los sesos con una escopeta de doble cañón.

Las inclinaciones depresivas de Horacio Quiroga se comprenden cuando vemos su desdichada historia personal: perdió muy temprano a su padre, a quien se le disparó una escopeta; luego su padrastro se quitó la vida ante sus propios ojos; mató accidentalmente a su mejor amigo; sus dos hermanas murieron de tifus; su primera esposa se suicidó y la segunda lo abandonó en medio de la selva. Y para cerrar su trágico destino, cuando a Quiroga le diagnosticaron cáncer estomacal, solucionó el problema con una dosis de cianuro.

Quizá Herman Hesse sufría el vivir una existencia raída producto de las dentelladas de los lobos de la estepa. El escritor alemán, en su adolescencia, fracasó en el intento de poner fin a sus días. Afortunadamente, para gloria de las letras y regocijo de sus admiradores.

Se dice que entre los escritores suicidas, los poetas se llevan el cetro.

“Así, tenemos el caso de José Asunción Silva, quien, tras una fiesta en la que dijo “¡Suicidado yo, qué bonito!”, se pegó un tiro en el corazón, no sin

antes poner una esponja junto al frac, para no mancharlo de sangre. Su delicadeza, sin embargo, no evitó que su cuerpo fuera enterrado en un basurero.”

“Wladimir Maiakovsky, en tanto, cinco años después de ironizar sobre el suicidio de Sergei Esenin (“el pueblo ha perdido a su resonante guitarrero borrachín”), tomó su revólver, le puso una sola bala, hizo girar la nuez, apuntó a su corazón, dio dos gatilladas en falso y, a la tercera, se mató.”

A la lista “morbosa” de suicidas notables, podríamos agregarles los siguientes nombres:

-Thomas Chatterton (1752-1770)
-Heinrich von Kleist (1777-1811)
-Gerard de Nerval, (1808-1855)
-Emilio Salgari, (1836-1911)
-Jorge Cuesta, (1903-1942)
-Walter Benjamin, (1892-1944)
-Cesare Pavese, (1908.1950)
-José María Arguedas, (1911-1969)
-Paul Celan, (1920-1970)
-Yukio Mishima, (1925-1970)
-Alejandra Pizarnik, (1939-1972)

El cantante Danny Rivera, en una de sus bellas canciones edulcora poéticamente el suicidio de Alfonsina Storni, poetisa argentina cuyo drama amoroso la llevó a adentrarse lentamente en el mar hasta que las aguas la cubrieron por completo. De ahí surgió este poema-canción: / Te vas Alfonsina con tu soledad/ que poemas nuevos fuiste a buscar/ Una voz antigua de viento y de sal/ te requiebra el alma y la está llevando //y te vas hacia allá como en sueños/ /dormida, Alfonsina, vestida de mar//Cinco sirenitas te llevarán/ /por caminos de algas y de coral//y fosforecentes caballos marinos/ /harán una ronda a tu lado//y los habitantes del agua/ /van a jugar pronto a tu lado/ /Bájame la lámpara un poco más/ /déjame que duerma, nodriza, en paz//y si llama él, no le digas que estoy/ /dile que Alfonsina no vuelve//Y si llama él, no le digas nunca que estoy/ di que me he ido/

Quienes viven una vida a flor de piel, sensorial, sin grandes complicaciones existenciales, viven un esquema de vida sencillo que a primera instancia podría hacerlo más inmunes a la idea del suicidio. Sin embargo, abundan los suicidas dentro de este grupo.

Hay quienes buscan el sentido de la vida en el sexo, la música, en las emociones deportivas y hasta en las drogas y juegos de video. Otros buscan la razón de vivir en el sentido de lo divino. Otros lo buscan en el conocimiento, el arte o el trabajo.

La búsqueda del éxtasis y la trascendencia nos da la sensación de que la vida tiene un valor fundamental, a pesar de las deprimentes realidades.

Cuando estas fuentes se secan o ya no nos brindan el combustible que mantenían prendidas nuestras llamas internas, vienen las crisis existenciales y con ellas las proclividades al suicidio.

Los que encontramos en la solidaridad, en el amor a nuestros semejantes, a la familia, a la madre, a un ser querido y en el servicio al prójimo razones para vivir, no comprendemos las fuerzas misteriosas que conducen a un ser humano a obliterar su propio instinto de conservación.

¿Obedece a alguna inclinación patológica? ¿Existen componentes hormonales o humorales que lo predisponen? ¿Qué ocurre realmente en las reconditeces mentales de quien se autodespide de la vida? Estas ponderaciones son un intento de aproximación a las perspectivas y planos donde se gesta el suicidio. Allí, en esas oscuridades insondables del ser humano, algo comienza a romperse lenta e imperceptiblemente. Haciendo un esfuerzo muy subjetivo de colocarme en el plano existencial del suicida para estar en condiciones de comprender mejor los atisbos de su trágica decisión, me pongo en la antesala de esa hora fatal con preguntas como éstas: ¿a qué aferrarse a un cuerpo que vive maquinalmente cuando lo abandonan todas motivaciones de vivir? ¿por qué cometer la “terquedad” de seguir viviendo una existencia cuyas pinceladas de colores se han desdibujado y donde predominan todos los tonos oscuros del gris? Si el vivir es un asfixiante ahogo que se reproduce día con día, por qué no encontrar la paz infinita en el fin? Si su vida parece un vagar por la nada infinita, por qué no fundirse definitivamente con esa nada? Si la vida al fin y al cabo es un lento trayecto hacia el fin, por qué no apresurarlo y reclamar la soberanía ante las ataduras del ciclo biológico? Si todo el espíritu está hecho jirones ante los zarpazos sufridos, si los brazos y manos ya se cayeron cansados de tanto estar extendidos pidiéndole a la vida lo que ella no le dio, para qué seguir mendigando la felicidad negada? Si son tan fragiles los vinculos que lo conectan a la existencia, por qué no cortarlos para siempre?.

El suicida se va “cociendo” en las obnuvilaciones sentimentales, en las cerrazones espirituales, en los rompimientos familiares, en la frustración y el fracaso de los proyectos de vida.

La consecuencia de todo esto es la producción de una especie de “cansancio de vida” que se apodera del ser cuando se siente que a pesar de su esfuerzo nada parece “resultar o todo le sale mal.” Es entonces cuando siente que “la vida lo ha tratado injustamente”. Así empieza a mirar las cosas a través de cristales borrosos que ocultan la belleza de la vida, y todo lo que antes lo alegraba se vuelve gris e indiferente.

En ese contexto, el ánimo del suicida latente es ganado por un aburrimiento feroz que liquida toda alegría de vivir.

Cuando alguien pierde reiteradas veces sus “proyectos de vida”, las ganas de vivir se les van yendo en esfuerzos que parecen vanos.

El suicida es alguien que no ha podido salvarse de sus demonios interiores; sin dioses de brazos largos que lo rescaten de sus profundos abismos existenciales. Un ser acosado por la impotencia de resolver los conflictos de su existencia. Es alguien a quien no le quedaban estrellas que elegir dentro del firmamento de la vida.

Su cuerpo y su mente son una fuente seca, sin las chorreantes humedades del agua que antes subía a presión por su espíritu. El exterminador de sí mismo, es alguien que antes de la hora fatal, ha visto desfilar el cortejo fúnebre de sus ilusiones; es una persona que vive muerta, desfalleciente en la agonía espiritual. Su muerte por dentro antecede a su muerte fisica.

Un suicida es sólo un cuerpo que se mantenía latiendo por inercia, porque por dentro ya no había hálito de vida. Está muerto y él lo sabe. Y para que la muerte sea completa, recurre al acto final.

Quizá el suicida no busca matarse a sí. Busca en el fondo matar en su cuerpo una vida de sinsabores y penas. Acabar en su ser el habitáculo del infierno. Buscar en la nada todo lo que no encontraron en la vida. Abrir una puerta por donde se escapen juntos el aliento vital y el sufrimiento.

Hay que ver cuánto desea la muerte un torturado para poner fin a sus aflicciones. En este caso, todos aceptamos que es natural que asi sea en ese contexto inescapable de dolor Por eso, por qué asombrarse cuando el sucida desea la muerte para poner fin a sus torturas existenciales?

El suicidio, aunque parece un acto irracional, tiene un logica que lo produce, tiene causas muy racionales. Quizá sea un momento de arranque y de locura, pero de una locura liberadora de situaciones indeseadas.

¿Cuándo se produce el suicidio? Cuando el automatador siente que se le han acabado las alternativas, que los motivos para vivir son menores que estar muerto. Cuando la angustia le comprime el pecho, cuando ve que ya ha muerto en él todo el sentido de la vida, cuando se le han cerrado todas las ventanas de la esperanza. Cuando siente que ya no queda fuerza para levantarse, la muerte se convierte en una celebración para el suicida.

Cuando la vida es asfixiante, cuando se ha quemado a su alrededor todo el oxígeno que antes lo animaba, el suicidio está a un paso. Para el potencial suicida, el suicidio es una posibilidad cuando la suma y la resta de la existencia arroja un balance de dolor, amarguras y sueños truncos. El sistema en que vivimos, lamentablemente desarrolla todas las propensiones al suicidio. Porque observa indiferente la soledad del ser humano. Porque nos empuja a encerronas sin escapes. Porque se muestra insolidario ante los desamparos materiales y del alma.

El sistema nos muestra los caramelos del consumo hedonista “que se burlan de nosotros tras los cristales”, creándonos apetitos materiales y emocionales y haciendo de nosotros un cúmulo de ansias insatisfechas donde crecen toda suerte de inconformidades y depresiones ante las imposibilidades económicas de participar en el festín.

Mucha gente no está hecha para lidiar diariamente con el desate de las fealdades humanas que se anudan en la búsqueda del lucro como medio y fin último de la vida. La deprimen la atmófera de falsedades, hipocresía, trapisondas y traiciones que se derivan de ese ambiente.

Hasta ahora me he referido al suicidio individual. Pero, y qué del suicidio colectivo representado por las dos grandes guerras mundiales? y qué del suicidio colectivo encarnado por el no cumplimiento y el no reconocimiento del protocolo de Kioto? ¿Y qué del Almagedón nuclear al que nos dirigimos con la reactivación de la carrera armamentista?

Pero a pesar de todo, podemos oxigenarnos en la contemplación de la naturaleza y los amaneceres donde el sol surge como una gigantesca ampolla de oro. Y en el amor que brota de una sonrisa sincera, podemos celebrar la vida!. Ojalá que esta sea por siempre nuestra mejor decisión personal.

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