Los ensueños de un Águila

Los ensueños de un Águila

Se trata de poéticas palabras dedicadas al corso genial, al águila de Ajaccio Napoleón Bonaparte, el hijo de Leticia Ramolino y de Carlos Bonaparte. Me parece a mí o mejor dicho creo yo, que a pocos compatriotas se les ocurrió metérselas en la cabeza o mejor diciendo aprendérselas de memoria. La épica narración se encontraba en un viejo libro llamado “El Lector Americano”. En el 1938 cuando estaba en el tercer curso de la Escuela Graduada de Bonao, fue cuando se me ocurrió aprendérmela. Y como pienso que alguien le gustará, bien vale el esfuerzo remembrar la vieja y épica narración. ¡Hela aquí a continuación!

“El sol ya en el poniente, del mar la curva toca. La roca sobre el piélago y un águila en la roca. Napoleón el águila, de pie en la dura peña, mirando lo infinito con los combates sueña. Sobre el pecho los brazos en actitud estoica. El clásico sombrero cubre su frente heroica y el viento en el espacio, como bandera agita la falda gris de plomo de la imperial levita. ¿Qué es lo que contemplan los aquilinos ojos? Un mar de azul profundo y un cielo en tintes rojos, antítesis soberbia del fondo y de las alturas, que en la final catástrofe resuelve noches oscuras. Las nubes se desgarran y fingen las legiones de infantes, de artilleros que arrastran los cañones. Y llegan y colocánlos al punto en batería. Y a retaguardia tiéndese marcial caballería.

Qué campo más hermoso para el terrible duelo, que el campo que le brinda, la inmensidad del cielo. Allí la Europa acude, pretende en su arrogancia la humillación del César, la esclavitud de Francia.

Pero Junot y Kleiber, Murat irresistible, Dessaix, Davou, Massena, con Ney  el invencible. Tantos campeones que al pie de sus corceles surgir  siempre miraron del triunfo los laureles. Levantándose y apréstanse para el ataque rudo al César resguando como broncíneo escudo.

“Adelante” les dice, “Clarín paso de gloria. El plan, la lucha a muerte. Consigna la victoria”.

Y aquella muchedumbre de héroes, la batalla como un ciclón comienza. Ya silva la metralla, ya ardientes los cañones, furor y espanto rugen. Y al paso de la carga, los ámbitos ya crugen. La voz potente vibra de la imperial trompeta.

“¡No más cañón, a ellos calad la bayoneta!”. Y aquí de los prusianos se escucha el alarido, la gaita de la Escocia vertiendo allá un gemido. El formidable “¡Hurra!” de indómitos cosacos, el Himno que a su Kaiser entonan los austriacos. Y en ese pandemónium viril La Marsellesa, anima con sus estrofas la heroicidad francesa. Esos son los hombres de Friedland y de Wagran. Falange que en Marengo, en Austerlitz, en Jena y Arcola a su contratio inmola, que desde El Nilo tórrido al congelado Neva, de la victoria al carro como vanguardia lleva, un huracán de odio, torrente de coraje que borra para siempre de Waterloo el ultraje. Ya con pavor dispérsanse infantes y dragones. Y hasta la cincha en sangre se cubren los bridones que van tras los vencidos hambrientos de venganza. El sable en ellos cébase y embótase la lanza. Y el águila del Júpiter feroz en su heroísmo en confusión arrójalo; revueltos al abismo. El sol ensangrentado se hunde entre las olas y la visión disípase. El César está a solas, ni ejército, ni trono. El águila está presa, ni lucha, ni victoria. La soledad, la calma. ¡Las sombras en los cielos! Las sombras en el alma”. 

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