Los espacios urbanos en Cóctel con frenesí

Los espacios urbanos en Cóctel con frenesí<BR>

Cuando el ser humano se acostumbra a mirar el entorno desde el ángulo intelectual y literario, se percata de las modificaciones dramáticas de los espacios citadinos. La experiencia fragmentaria del sujeto que se desplaza por las calles y las esquinas de una ciudad se basa en el cúmulo de imágenes que el sujeto percibe. Sin embargo, Emilia Pereyra retrata en Cóctel con frenesí un espacio distinto,  pues establece una relación directa en el devenir del sujeto y su ideología. Esta experiencia del movimiento urbano expresa la desesperación del individuo que transita atrapado por las circunstancias que le abruman.

La escritora dominicana plasma un profundo retrato del espacio citadino de su país natal.  Con palabras acertadas, describe el entorno con sus movimientos, ruidos, conversaciones de fondo, tonos de luz o ausencia de la misma, y hasta la pestilencia nauseabunda que impera en ambientes hacinados.

Esta novela corta está dividida en treinta y cuatro capítulos, al final de los cuales, excepto en el último, se intercalan intervenciones tituladas que describen breves y variadas situaciones, presentando la otra cara de la moneda de Santo Domingo. Además, las situaciones que muestra van desde lo superfluo, lo cotidiano, el mundo de las frivolidades, los desencantos, las desgracias y hasta las represiones moralistas. Dichas intervenciones plasman un contraste con el mundo sombrío de la trama principal.

Esta obra presenta al dominicano que vive en condición paupérrima, frente a los que  se encuentran enajenados a esa terrible realidad. Los personajes están ocupados con sus preocupaciones individuales; viven inmersos en la vorágine de sus cavilaciones. Son ventanas que se imponen como un collage que permite una hojeada al extravío en el que se halla la gente.

El espacio en esta novela es fundamental, pues la calle es dinámica. El ser humano que se encuentra en ese caminar observa a su alrededor. Repasa cada detalle y las imágenes cobran relevancia ante el ojo del observador.

El escenario de la calle cobra relevancia en todo el trayecto de la novela. Es ese espacio que se torna carnavalesco, ruidoso, peligroso y pestilente que no sirve de refugio para el que busca protección y amparo. La agresión de otros que ostentan el poder, las inclemencias del tiempo, y la indiferencia de la gente, lo convierten en otredad.

En esas calles, los personajes rememoran sus vidas  y  tratan de recoger “retazos del pasado”.  Son seres abandonados desde su infancia como si estuvieran predeterminados al sufrimiento. De ahí, que todo el flujo de conciencia en estos personajes no permite que den relevancia a lo que ocurre a su alrededor… Burundi caminaba y ya oía sin escuchar música, ruido y hasta insultos. Su alma estaba tan raída por las terribles experiencias que ya era un autómata sin rumbo en búsqueda de la “Dulcinea del Toboso” a quien maltrató y se fue de su lado: Chucha.

Otro aspecto distintivo en esta novela es el movimiento migratorio del campo a la ciudad de Santo Domingo.  Se destaca como un proceso traumático de transición. En el caso de Chucha se indica: “Sólo habían transcurrido tres meses de su llegada a Santo Domingo y parecía que había pasado una eternidad” (71). La decisión de irse a la ciudad está relacionada con ese “salir a la calle”. La calle se transforma en un ser mítico como Cronos, quien devora a sus hijos.

La vida difícil del que no tiene hogar es retratada en esta novela.             Hay una diversidad de referencias a calles y lugares de la zona colonial de Santo Domingo. Es una visión citadina que ofrece una geografía familiar, carnavalizada de la ciudad para quien ha frecuentado sus calles como se expone a continuación: “La calle siempre le resultaría insoportable. Bulliciosa y congestionada, repleta de basura, de vendedores de vegetales, frutas y ropas”. La  escritora nos pinta la vida contemporánea del dominicano que con su indiferencia convierte en sombra a los marginados.

Este mundo exterior se presenta como un gran cóctel heterogéneo y frenético, caótico y nauseabundo; un enorme basurero, pestilente y lleno de putrefacción, en el que muchos se peleaban por escombros y desperdicios. Es un acercamiento a otros que estaban en peores condiciones que Burundi… Es un ambiente mísero que retrata la realidad socioeconómica del indigente que vive bajo el  desamparo y la marginalidad convirtiéndose en un desecho social. El nivel de barbarie se presenta en esta novela cuando plantea: “Los demás, entregados a la afanosa búsqueda, no se daban cuenta de lo que acontecía. Burundi escuchaba los gritos, las maldiciones y caminaba. Luego encontró a una niña explorando en el muladar” (127). Esta es una escena fidedigna de las condiciones tétricas en que viven muchos marginados en la ciudad: la paradoja desnuda del entorno que se supone que sea símbolo de progreso y bienestar.

La escritora presenta una narración sensible del mundo del desposeído. Las dimensiones que cobra la observación de cada detalle, muestran una metáfora del desamparo descarnado. En esta novela, los personajes son el prototipo de un sector marginado al que las altas esferas no quieren ver como parte de esa fatídica realidad social, tomando ante ellos una actitud de confrontación. Existe una contemplación con tintes negativos de ese escenario;  un espacio mediatizado por la hegemonía de unos pocos, y por ende, se establece una escala valorativa. Lamentablemente, en las sociedades de consumo, un ser humano está cotizado por lo que pueda aportar, en términos monetarios, a una colectividad.  Por tanto, la ciudad es un referente en esta obra de Pereyra que sirve de enclave para enmarcar la soledad  y  la desesperación de quien vive en ella.

La metáfora de la urbe encierra la desidia de los demás hasta el punto de deshumanizar a quien vive en ella.  Por eso, cuando finalmente Burundi cae por el acantilado, nadie se inmuta. Con la participación cruel de una sociedad cómplice de esa atrocidad, se observa un espectro de las vidas que se entrelazan y desembocan en el fracaso. Los protagonistas son seres indefensos e inmersos en una gran soledad, atrapados en el anonimato.    

Caminar sin descanso hace que se lleguen a conocer todos los escondrijos: sus escaparates, la iglesia, los callejones, sus edificios antiguos y hasta el vertedero, centro de desechos de una sociedad. No obstante, esos lugares cobran una relevancia durante el transcurso de un día. En la mañana, en la tarde, en la noche, o en la madrugada, se viven experiencias distintas en un mismo espacio…

Hay una simbiosis entre personaje y ciudad; entre ciudad y viento. Un entorno con fuerza huracanada que arrasa al indefenso. La ciudad-personaje, con sus ventarrones, cobra una fuerza descomunal que despoja al más débil.

La manera en cómo el ser humano concibe el mundo exterior y reconstruye su complejidad manifiesta la forma en que la enfrenta. Sus vivencias trágicas, sus contradicciones, sus múltiples repudios, así como el desencanto son producto del desplazamiento por subterfugios y zonas hostiles. Este personaje de Burundi no tuvo otra opción en el espacio urbano. En Cóctel con frenesí, hay un territorio donde ocurre la vida, la decepción y la muerte de manera simultánea y caótica.

*Grisselle Merced Hernández es puertorriqueña, tiene un doctorado  en literatura. Es ensayista y maestra universitaria.

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