En días recientes nos dedicamos a observar los rostros de la gente en la calle. Los que esperaban un carro en la esquina, los que cruzan la vía pública, el frutero que se gana la vida en un triciclo, el estudiante que marcha hacia la universidad, los grupos que esperan por una OMSA, el chofer de un carro público que quiere ganar la batalla al otro por el pasajero.
En cientos de situaciones notamos que está desapareciendo la alegría y sonrisa tradicional del dominicano, la cual ha sido una característica propia, aún en situaciones muy adversas.
Invito a las personas que puedan leer estas notas a hacer el ejercicio de mirar rostros angustiados, afligidos y estados de preocupación que a lo mejor revelan las diferentes situaciones cotidianas que se generan a partir de una profunda crisis económica, de la crisis de moralidad y de valores que exhiben los más encumbrados niveles del Estado y de la propia sociedad, así como pueden ser la expresión del deterioro inaceptable en que han caído los servicios sociales en la República Dominicana.
La sociedad se siente aplastada por la crisis eléctrica. Barrios enteros cuya animación la constituye la televisión y el compartir las horas tempranas de la noche con los vecinos en la esquina, en la acera, o en la propia calle ya que muchos de nuestros barrios hasta se han quedado sin alternativas para el peatón; cuando esas barriadas , se quedan a oscuras es como si el alma misma se vuelve ciega por la falta de seguridad, por el calor dentro de la casa, por las dificultades para lavar los utensilios de cocina, los muchachos que no pueden hacer la tarea, pero tampoco se pueden ver las telenovelas que tanto cautivan a buena parte de las mujeres, y a muchos hombres también.
Señalan los reportes que han aumentado las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, los cánceres y los accidentes de tránsito. Pero más que la tasa de siniestralidad y de incidencia y prevalencia de las mencionadas enfermedades se han incrementado los precios de los medicamentos para remediarlos y controlarlos, así como los insumos hospitalarios. No hay nada que atormente más una familia cuando se tiene un ser querido en peligro y riesgo de morir. La pérdida de un familiar cercano o de una persona amada lacera el alma, a veces de manera permanente, y especialmente cuando la familia se ve impotente para restaurar un estado de salud, que la medicina mediante su desarrollo puede hacerlo, salvo por aquello de que un bien que debería estar accesible a todo el público ha sido colocado como una mercancía más dentro de la lógica de un sistema basado fundamentalmente en el mercado.
La escasez de insumos, medicamentos y el deterioro de las condiciones de los hospitales deprimen a los que acuden en busca de atención, pero también al personal que brinda un servicio deprimentemente remunerado, además de pagos realizados con retraso, pero con la contraparte de una inflación galopante que golpea tan fuerte el bolsillo que repercute en el alma de las personas y hasta en la ética de la atención a los pacientes.
Los servicios básicos como el agua, la energía y los de comunicación se hacen insostenibles y deterioran la vida de las personas porque además de los daños que causan la ineficiencia y la falta de ellos, al mismo tiempo sus costos y pagos, que deben realizarse indefectiblemente en los plazos establecidos, generan un estado de tensión y angustia que se expresa en las relaciones familiares y sociales y en la salud de las personas. Asistir a pagar la energía a cualquiera de las EDES es como concurrir a un velorio colectivo, en donde más de la mitad de las personas están haciendo algún reclamo y la otra parte que va directamente a la caja es una sola queja por las altas facturaciones.
Oficinas públicas que pasan una jornada completa sin energía eléctrica el personal se pasa el tiempo haciendo nada, le baja la autoestima y todo ello hace más improductiva la sociedad como conjunto. Al momento de escribir estas notas me llama un amigo y me pide que mande a buscar un trabajo que debía entregar porque se le daño el carro, tiene el teléfono cortado y además me pidió que lo atendiera rápido porque me hablaba desde un colmado. Otro amigo que me interrumpe estas cuartillas le pregunto que como está y me dice que «aquí pataleando». Supongo que «pataleando», para «no ahogarse», como se decía en los campos de Salcedo.
Decía Confucio, el legendario filósofo Chino que la música era una expresión del estado de situación de una sociedad. Para el sabio una música estridente era el reflejo de una sociedad en decadencia. Quizás la melancolía de la generalidad de las composiciones de bachata expresen la pena profunda del pueblo dominicano, ya no solamente por la pérdida de un amor individual, sino también porque siente que cada vez más se le escapan las condiciones indispensables para la vida digna. Quizás también lo insustancial de muchas de las letras de ciertas formas atropellantes del merengue o del llamado reguetón, de alguna manera reflejen la crisis de una ética para la «vida buena» como diría Jorge Cela.
La sociedad dominicana esta profundamente herida. Tan grave que le dije a un amigo que ha constituido un movimiento Por el rescate de la clase media, «que su trabajo era inmenso», porque son más los que se han ido hacia abajo y costará demasiado volverlo a situar en el lugar en donde estaban.
La situación económica, el deterioro de los servicios públicos en general y en particular los servicios sociales y la crisis de institucionalidad, así como la pérdida de prestigio del país en el campo internacional forman un conjunto que afecta profundamente el alma nacional y la de cada dominicano en particular. De manera que se hace necesario recurrir a los más profundos valores que conforman históricamente el cuerpo social dominicano para que no se enferme de manera crónica y pierda la alegría y deseo de vivir en paz y armonía que ha tenido nuestra sociedad.
Por el contrario estamos obligados a emprender un nuevo camino de esperanzas, de trabajo, de ahorro, de responsabilidad y de desarrollo inteligente que nos ayude a promocionar la energía de un pueblo alegre y pacífico que será capaz de generar las condiciones que le permitan a cada ciudadano expresar lo que su alma quiere y no sentirse agobiado por una situación que no le permite a las personas expresar sus más profundos sentimientos de amor por la vida.