El martes 5 de noviembre se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en la cual hemos visto una campaña que ni los mejores guionistas de series aclamadas sobre política como Scandal, House of Cards o Designated Survivor pudieron imaginar por muchos sucesos ocurridos en los últimos 6 meses.
El Partido Republicano vuelve a presentar a Donald Trump como candidato, quien fue el 45º presidente de Estados Unidos y aspira a convertirse en el 47º. De ganar, sería el primer presidente desde Grover Cleveland, en el siglo XIX, en asumir mandatos no consecutivos. Durante su campaña, Trump ha enfrentado varios cargos judiciales, desde obstrucción hasta conspiración, aunque recientemente obtuvo un fallo favorable de la Corte Suprema (SCOTUS) en el caso Trump v. United States, lo cual llegó en un momento perfecto para su causa. También ha sido objeto de intentos de atentados, siendo el más notorio durante un mitin en el estado de Pensilvania en verano. La suerte, descrita por Maquiavelo como “árbitro de la mitad de nuestro obrar”, parece haber favorecido a Trump, quien, a los ojos de muchos de sus seguidores, se convirtió en una figura casi mártir. Como compañero de fórmula, ha escogido al joven senador JD Vance, a quien muchos ven como el heredero del trumpismo.
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En el Partido Demócrata ocurre un caso sui generis, en el que el presidente Joe Biden, candidato natural para la reelección, mostró un desempeño desenfocado y errático en el primer debate presidencial, lo que generó preocupación en su partido. Posteriormente, Biden renunció a la candidatura, y el partido respaldó unánimemente a la vicepresidenta Kamala Harris. Harris aspira a convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos, y representa el estereotipo del ‘sueño americano’, siendo una mujer afroamericana e hija de inmigrantes. Durante la campaña, ha demostrado pragmatismo y cuenta con el apoyo sólido de su partido, generando entusiasmo entre una parte de los jóvenes votantes estadounidenses. Además, su elección de Tim Walz como compañero de fórmula ofrece un perfil distinto al de Harris pero que también la complementa como una pieza de rompecabezas.
La campaña entre ambos candidatos ha sido corta pero intensa, donde la campaña ha rondado en temas esenciales para la sociedad estadounidense como lo son: 1) Economía por la alta inflación en los últimos años y como los candidatos pueden responder a esa problemática; 2) La migración, que se ha normalizado el incremento de las “caravanas” y un fuerte discurso de que no hay control sobre las fronteras y; 3) El aborto, que ha sido un tema presente en el discurso de ambos candidatos, más por la revocación de la sentencia Roe v. Wade en 2022.
Más allá de los temas de campaña, sobresalen la polarización y el extremismo en medio del proceso. A casi 250 años de su existencia, la democracia estadounidense enfrenta uno de sus momentos más críticos. Esta polarización está impulsada por factores más emocionales que racionales en la percepción de los oponentes y sus seguidores, donde los ataques personales se han vuelto la norma. Trump ha llamado a su contrincante ‘camarada Kamala’, un término común en partidos comunistas, insinuando que la candidata demócrata tiene inclinaciones comunistas. Por su parte, Kamala ha recordado antiguos comentarios de Trump en los que elogia a Hitler, también cuestionando la aptitud mental y física del expresidente para ocupar nuevamente la posición de Jefe de Estado.
Trump y Kamala se encuentran en la recta final de la campaña, con los ‘estados columpio’, como Pensilvania, reflejando claramente la polarización social en Estados Unidos. En áreas urbanas como Pittsburgh predomina el apoyo a los demócratas, mientras que en zonas rurales desindustrializadas la preferencia es hacia los republicanos, un patrón que se repite en todo el mapa electoral. La división se manifiesta en dos visiones con valores y perspectivas propios, convirtiendo la contienda no solo en una disputa de propuestas, sino también en una batalla entre visiones profundamente diferentes de lo que representa Estados Unidos para sus ciudadanos y el mundo.
La trascendencia de estas elecciones va más allá de la posibilidad de elegir al primer presidente en un mandato no consecutivo o a la primera mujer presidenta de la mayor superpotencia. El aumento de la desinformación, sumado a la influencia de las redes sociales, ha encontrado a Estados Unidos como un país dividido y con gran incertidumbre sobre su rumbo en los próximos años. A medida que se acercan los días de votación, se percibe un ambiente de tensión que se extiende más allá de las urnas, afectando también la definición de la identidad estadounidense en las próximas décadas.