Los Estados Unidos y Cuba

Los Estados Unidos y Cuba

El inicio del segundo período de gobierno del General Gerardo Machado, el año 1929, coincidió con el «crac» financiero de Wall Street, que desarticuló todas las economías mundiales. La vida económica de Cuba se sustentaba del monocultivo de la caña y su producción de azúcar era vendida en el mercado preferencial norteamericano, dado que la mayoría de sus principales ingenios eran propiedad de empresas y ciudadanos particulares de los Estados Unidos de América.

Al descender el precio del dulce al nivel de un centavo la libra, en los mercados internacionales, una considerable cantidad de molinos azucareros suspendieron sus actividades, y los que continuaron moliendo redujeron drásticamente su personal de trabajo. Tuvo un notable trasfondo político, el hecho de que la producción de azúcar del 1932 fue la más baja desde el 1915.

El presidente Machado había sido un «mambí», que en la guerra contra España del 1895, alcanzó el grado de General. Como la mayoría de los jóvenes de su época, había respondido a la convocatoria del líder civil de la revolución independentista: «Cuba -había escrito el Apóstol José Martí-, vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno».

Con la caída vertical del precio del azúcar, (que durante la Primera Guerra Mundial había sustentado «la danza de los millones», una etapa de bienestar económico sin precedentes en la isla), el presupuesto de gastos de la nación, que en 1920 había sido aprobado por la cantidad de ochenta millones de dólares, fue reducido sustancialmente a la mitad. Millares de empleados públicos fueron cesanteados, y los sueldos de los que permanecieron activos, fueron reducidos en un treinta por ciento.

La situación creada por el desempleo y la crisis económica fue aprovechada por el Partido Comunista Cubano -el mayor y el mejor organizado de la América Latina en aquella época-, para provocar una secuencia de huelgas y protestas populares, severamente reprimidas por la Policía. Ese año, un zapatero llamado Francisco Caldeiro, luego conocido por el nombre de Blas Roca, sustituyó al poeta Rubén Martínez Villenas, recluido en un sanatorio ruso, en la dirección suprema del PCC.

La crisis se le complicó al Presidente Machado, cuando los estudiantes universitarios se constituyeron en un frente de lucha, mediante una sociedad secreta, de tendencia terrorista, denominada el ABC. Varios de los fundadores de esa sociedad, entre ellos el futuro presidente de la República Carlos Prío Socarrás, tuvieron posteriormente, un señalado protagonismo en los gobiernos del Partido Revolucionario Cubano.

Centraba su lucha el ABC, en el antiimperialismo, en la suposición de que el Presidente Machado contaba con la solidaridad del capitalismo norteamericano. De ahí que uno de sus postulados capitales demandaba la restricción de la adquisición de la tierra por parte de compañías norteamericanas, la nacionalización de los servicios públicos, y sobre todo, «nuevos hombres, libertad política, justicia social, e independencia del país». Esta última demanda, se refería a la Enmienda Platt, un apéndice constitucional que desde el 1902, concedía a los Estados Unidos, facultades excepcionales para intervenir en la vida pública de aquel país.

Al agudizar las crisis económicas, y presionando el gobierno por el incumplimiento de sus compromisos con la banca comercial norteamericana, la violencia terrorista se agudizó, respondiendo los estudiantes del ABC a la represión policial.

En enero del 1933 tomó posesión de la presidencia de los Estados Unidos de América, el señor Franklyn D. Roosevelt, y una de sus primeras decisiones en el área internacional, consistió en enviar a Cuba, en calidad de representante personal, al señor Benjamín Sunmer Welles. Este se había distinguido en nuestro país, en 1922, como mediador en la concertación del acuerdo para la retirada de la Infantería de Marina de los Estados Unidos, que nos había invadido en 1916.

El señor Welles llegó a La Habana el 8 de mayo del 1933, declarando de inmediato, que de acuerdo con las instrucciones impartidas por el Presidente Roosevelt, «los Estados Unidos estaban dispuestos a mediar en la crisis cubana, dejando la naturaleza de la mediación, a la forma en que pudiese ser ejercida por su mediador». «El pueblo norteamericano -subrayó el señor Welles-, respaldaría los esfuerzos por obtener el arreglo pacífico de los problemas cubanos, por medio procedimientos constitucionales». Y conforme a la doble moral implícita en determinadas gestiones diplomáticas, el señor Welles dejó establecido, que «las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, eran las de dos naciones soberanas e independientes».

No obstante, en sus primeros contactos con los líderes de la oposición, en particular con los líderes estudiantiles, el señor Welles, expresó que «Machado tenía que irse». Una resolución de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de su país sugería que los Estados Unidos tenía que intervenir, «para limpiar a Cuba».

En la Cuba del 1933, como se ha comprobado luego en los tiempos presentes, el «mediador» hizo causa común con determinados segmentos de la oposición al Presidente Machado, contando con la colaboración de periódicos norteamericanos, que comentaban la situación cubana con relatos exagerados. El buen nombre de Cuba fue sacrificado a la pasión política, porque de acuerdo con la concepción de la democracia, sustentada por los líderes del ABC, era necesario crear un estado de opinión a nivel internacional, destinado a forzar la renuncia de Machado.

Y tal fue. El 13 de agosto del 1933, una huelga general, estimulada diplomáticamente, provocó la renuncia del jefe del Estado, bajo el previo compromiso concertado con el señor Welles, de que el renunciante presidente sería sustituido provisionalmente por el Secretario de Defensa, General Alberto Herrera. Ese desde luego, no era el plan del señor Welles. Y en una reunión en la que predominaban los líderes del Directorio Estudiantil, el «mediador» avanzó solemnemente hacia el señor Carlos Manuel de Céspedes, saludándole como el Presidente Provisional, «que debía salvar la democracia del país».

En ese instante, el señor Welles podía ufanarse de haber cumplido cabalmente las instrucciones recibidas de su gobierno. Había logrado que se retirara del poder un presidente impopular, y poner el mando en las manos de un sucesor supuestamente neutral, a quien nadie conocía.

La inconsistencia de esa sucesión quedó comprobada apenas unos días después, cuando el 4 de septiembre un «sargento llamado Batista», encabezó una insurgencia protagonizada por rasos y clases de Ejército, que depuso a la alta oficialidad, y de paso al señor Céspedes. Con esa insurgencia -luego forzosamente apoyada por los Estados Unidos- se inició un régimen militar cuya influencia se extendió por más de veinticinco años en la vida pública cubana. Esa influencia cesó, cuando paradójicamente, los propios Estados Unidos le aplicaron al Presidente Batista, en 1959, el método aplicado en 1933 al Presidente Machado. Con la notable diferencia, de que en Cuba, desde hace cuarenta y dos años, no hay espacio para los «mediadores» ni para los enviados especiales norteamericanos.

El señor Welles dejó para la bibliografía dominicana una cuestionable historia, titulada «la viña de Naboth».

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