“La mala música sería más nociva que la mala comida”
Un abuelo que cree difícil decirle a su nieto que “eso que se escucha” en realidad no es música y ve que los aspectos negativos de ciertas difusiones están llegando demasiado lejos en el país
Su arrasadora popularidad en amplios segmentos sociales no certifica méritos artísticos a las musicalizaciones más de moda, ni despeja preocupaciones sobre la influencia negativa que a juicio de algunos críticos, estarían ejerciendo sobre jóvenes que las siguen y niños en inevitable contacto con sus ritmos y letras descompuestas que a veces se ponen del lado del desenfreno.
Los cuestionamientos más cercanos, localmente, a las formas en boga de amenizar encuentros y tomar relieve en escenarios populares, radio y televisión, tienen muestras impactantes como el que sale de la pluma del reputado neurólogo José Silié Ruiz con palabras como estas: “¿Cómo puedo yo explicarles a mis nietos que esta estridente música que raya en una malsonante y asqueante expresión no debe llamarse jamás música.»
A su entender. lo soez, lo primario y lo vulgar arropan al país y «en realidad estoy asqueado de una cruda realidad cloacal del uso incorrecto del lenguaje».
Se refería, obviamente, a lo que algunos cronistas de espectáculos describen como inofensivas interpretaciones vinculadas a la cultura de ciertos clubes y discotecas, emitidas para disfrutar de forma individual o en encendidos agrupamientos con el fin principal de evadir la realidad.
Una forma de golpear instrumentos y poner la garganta a estallar con rudos decibeles nacida, según se dice, allende los mares, en barrios marginados en los que se apiñaban grupos de inmigrantes sedientos de diversión barata que careciera de rigor. Un supuesto punto de partida: Nueva York.
En contextos de profesionales de la conducta que ponen atención a comportamientos juveniles, se les describe, en alusión a lo urbano y a otras manifestaciones afines basadas en voces y aparatos ruidosos, como ritmos y textos s que inducen al hedonismo (doctrina que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato) haciendo que los niños y jóvenes crezcan con una mentalidad de libertinaje.
Con parecida reciedumbre se pronuncia el filólogo Rafael Peralta Romero, miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y actual director de la Biblioteca Nacional, templo del saber al servicio del progreso intelectual de los dominicanos de todas las clases sociales, que fomenta la lectura de la que paulatinamente se han ido alejando amplios conglomerados, sobre todo las multitudes de la pobreza, con muchas personas que prefieren, en lugar de los libros, la cerveza , el romo y los estilos desinhibidos de diversión.
A su juicio: «Sin música la vida sería un error. Esto dijo Friedrich Nietzsche, y resulta fácil concordar con él. Se considera que la música, la auténtica, siempre es buena, por eso lo objetable es aquello que nos venden como tal. Se trata de alguna cosa compuesta de sonidos grotescos y desarmónicos que más bien representa la antítesis del arte musical.
«La mala música -paradójica denominación- es más nociva que la mala comida, puesto que su capacidad tóxica provoca efectos de larga duración. Cierta cosa llamada música embota los sentidos, atrofia el gusto y puede inculcar en los niños y adolescentes concepciones equivocadas sobre la vida en sociedad. Exponer nuestros pequeños a eso es una irracionalidad, pues con esa música, la vida es un error».
Comprensión y esperanza
El laureado compositor, situado ya en la inmortalidad de la historia musical dominicana, Rafael Solano, recordó en declaraciones citadas por el periódico El Nacional algunos años atrás, que lo que ha pasado con todo esto es que en los años cincuentas «vino el mambo y mucha gente protestó porque era muy movido y tenía coreografía; estaba acostumbrada (la gente) a la música suave, pero no era por falta de calidad musical que no es lo que pasa hoy día».
Lo que estaría pasando hoy día, agregamos nosotros, es que se apela a la vulgaridad y a lo duramente explícito y negador de las buenas formas de transmitir mensajes con algún sentido lírico y sin haber estudiado para esos roles.
Para el connotado profesor, lo que está ocurriendo con estos ritmos de hoy es sociológicamente complicado y por eso: «se habla de que hay una degeneración en torno a sus letras y sus exponentes, pero es que la sociedad ha degenerado en sentido general y lo que está pasando es una interrelación».
A su parecer, «cada generación tiene su música», pero no desdeñó las novedades totalmente, resaltando que estos exponentes llamados urbanos llenan los estadios y tapan la boca a sus críticos siendo los artistas más populares del momento.
En una publicación del Listín Diario de 2018 el director de la Orquesta Sinfónica Nacional, José Antonio Molina, reafirmó su criterio de que la música es una herramienta sociocultural para sanear, enriquecer y transformar nuestra sociedad, de manera especial a las jóvenes generaciones.
Así hablaba mientras los cultivadores de géneros alejados de lo clásico seguían triunfando en canchas y redondeles de francachela con una aceptación de masas que ha convertido en millonarios a la mayoría de las figuras estelares de los estropicios musicales.
En ese momento, el más consagrado conductor sinfónico de su generación renegó de que la música clásica deba resultar el privilegio de un sector de la sociedad para el consumo de una élite. Dio fe de haber llevado a miles de jóvenes de escuelas públicas y colegios a participar de conciertos educativos desde su gestión al frente de la máxima institución dominicana de la música de grandes maestros.
Dejó implícito que la proliferación de música popular de cuestionable calidad se debe a que «nadie puede amar lo que no conoce», contra lo cual se proponía recurrir a conciertos de alto nivel en los barrios de la capital y las provincias, de manera especial en aquellos sectores populares vulnerables.
Respondiendo criticas
Bajo el nombre artístico de «El lápiz consciente», Avelino Figueroa terció en un debate sobre méritos y deméritos de la música urbana diciendo que la violencia que abatía al país en ese momento (junio 2014) nada tenía que ver con el género que él cultiva y al que, a su parecer, se pretendía atribuirle la incidencia de hechos perjudiciales a la sociedad.
Opinó que lo que estaba pasando en la sociedad dominicana en cuanto a la delincuencia y la criminalidad tenía que ver más con el comportamiento de los políticos que «no están realizando la labor que les corresponde».
Recomendó que las autoridades acudieran a los barrios para establecer el origen del problema y desarrollar una labor para edificar y educar a la sociedad. En el mismo encuentro en que hablaba este intérprete, el padre Luis Rosario, orientador católico especializado en la juventud, sostuvo que la música urbana tiene el desafío de cambiar el lenguaje y llevar un mensaje que edifique a los jóvenes a realizar actividades productivas.
El éxito de taquilla de los urbanos calla la boca a sus críticos
Cuando la música popular pierde el rol sociocultural que se espera
Un poco mas de objeciones
La Organización Mundial de la Salud ha sostenido que en los últimos años se ha presentado la problemática del aumento de la delincuencia juvenil, suicidios y conductas rebeldes, citando un diagnóstico del departamento de Educación de Michigan, EUA, que destacaba como causa de las alteraciones de conducta a la influencia de la música, especialmente de nuevas corrientes que «traen consigo un deterioro moral y buscan transmitir en sus canciones mensajes con antivalores que dañan la integridad de los jóvenes que son sus principales receptores».
A la muy consultada psicóloga Ana Simó se le atribuye explicar que la música violenta como el rap, dembow y otros géneros urbanos están afectando negativamente el comportamiento de la juventud debido a que sus letras en su mayoría llegan cargadas de sexo, drogas y malas palabras.
Consideró que lo que está pasando en el país con la música juvenil es efecto de la falta de educación. Y el año pasado, la sicóloga y terapeuta familiar Soraya Lara calificó de degradantes algunas composiciones musicales promovidas por medios audiovisuales y plataformas de las redes sociales, las que a su juicio incitan a la depravación, a consumir sexo y alcohol sin que medien la razón ni el intelecto.
El sociólogo Ricardo Condori, de Perú, atribuye a la música urbana una capacidad de causar deterioro moral dadas las letras de algunas canciones que influyen en patrones de conducta.