Los excluídos

Los excluídos

Vender tarjetas de teléfonos y otros artículos en las esquinas de la ciudad no es una “democratización” del comercio sino de la exclusión.

No es un fenómeno exclusivo del país, pero aquí ocurre de forma muy acentuada. A los signos de progreso, con autos caros, indicadores macroeconómicos ascendentes, torres residenciales lujosas y jerarcas que devengan sueldos superiores a los de ministros de naciones ricas y desarrolladas, les aparece  como telón de fondo  mayor una pobreza creciente con detalles de extrema miseria similares a los de hace dos siglos.

De un lado  los ricos educados que recorren el camino de las innovaciones tecnológicas y se benefician de la economía de escala para llevar a sus industrias y finanzas a niveles altos.

Y del otro lado del abismo, hombres y mujeres de todas las edades que pierden rápidamente –o nunca alcanzaron- habilidad ni  calidad de mano de obra para lograr progreso.

Hay estadísticas que señalan que un  porcentaje de un 30%  o más de los jóvenes de algunas zonas del país no hacen nada; ni estudian ni trabajan.

Ese dato debería ser suficiente para que cualquier dominicano que esté boyante económicamente  y en ascenso, con yipeta, mansiones y casa de veraneo, sintiera gran preocupación por el futuro.

Una agudización de la desigualdad social no puede garantizar la estabilidad  política, jurídica y económica que dé base a la paz social.

II

El oro, aunque fuere abundante, no le serviría al que lo tenga para rodearse de tranquilidad, seguridad y colores dorados hasta donde la vista alcance, si a su derredor la gente no tiene  con qué comprar un plátano y si miles de individuos que solo sabían bregar con una aguja y una máquina de coser para ganarse la vida, han pasado a formar ejércitos de desempleados con sobrados motivos para entender que este país está muy mal distribuido, que solo da oportunidades para realizarse honradamente a unos pocos y que obliga a la gente común a agruparse para viajar en yola hacia Puerto Rico.

Y eso es lo que  puede ocurrírsele a la parte de la ciudadanía que pierde la esperanza pero que no está dispuesta a a romper otras reglas de la sociedad.

El porcentaje de crímenes que son cometidos por menores de edad en el país es uno de los más altos de América. Tienen a su cargo casi un tercio de toda la delincuencia en acción.

A veces los medios de comunicación, con sus anuncios coloridos, nos harían pensar que este es un paraíso para la obesidad por mega-hamburguesas de factura EU, de costillitas foráneas de join venture y de otras  resplandecientes  cadenas internacionales que distribuyen platos de primera con manejo bilingüe.

Pero no es así: la desnutrición infantil, la deserción escolar, las muertes por falta de medicamentos en los hospitales o de dinero en la familia para cubrir costosas cirugías; el salvajismo de la criminalidad para robarse unos cuantos pesos en las calles y la violencia que se incuba en arrabalizadas villas de miseria, con uno de los índices de violencia intra familiar más altos de la región, componen una desastrosa realidad que las luces de neón del polígono central no logran ocultar.

La deuda social acumulada nos va poniendo el agua al cuello. Si una elevada proporción del Producto Interno Bruto no se utiliza desde ya para cambiar el curso desigual de la distribución de riqueza, educación, y oportunidades, el futuro podría ser de mayores  fracasos para esta sociedad.

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