Los extranjeros y nuestro país

Los extranjeros y nuestro país

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Cuando un representante de un gobierno extranjero habla sobre alguna situación que se esté dando en el país, permitiendo en ocasiones que se le suelte el prudente seguro de la diplomacia, y da una opinión sobre nuestros asuntos internos, saltamos como ninjas, katana en mano, dispuestos a cortar la cabeza del transgresor. Por lo menos la lengua, dependiendo de cómo consideremos la gravedad de las declaraciones, o del poder del país de origen del supuesto imprudente. A veces son cosas que esas personalidades consideran que no hemos notado y tienen a bien señalárnoslas. Pero, sea como sea, son asuntos nuestros y nadie debe meterse.

No soportamos, ni de juego, eso que a boca llena llamamos injerencia. Y está muy bien. Aunque no sepamos cómo hacer las cosas, estamos en nuestra casa, de la que somos dueños y señores. Al menos es lo que se dice, o en lo que se insiste que creamos. Nadie puede venir a decirnos cómo lavar nuestra ropa sucia o qué podemos comer un día cualquiera.

Pero ése es un caso. Hay otros casos donde están involucrados extranjeros, que no son considerados de la misma manera. Desde hace mucho tiempo vemos cómo una serie de compañías y personas extranjeras se establecen e invierten en el país. Pero, ¿se depuran los capitales y las intenciones de esos inversionistas? Entendemos que eso no es algo que sea del conocimiento del público en general. Público que, dicho sea de paso, tiene derecho a saber, ya que es el dueño último del país y sus recursos.

Y hay cosas que se hacen, en no pocas ocasiones, en contubernio con gente de dentro, es decir, dominicanos. No hay que ir muy lejos. No fue ayer que empezó el asunto de las playas privatizadas por empresarios oriundos de allende los mares. Estos se han adjudicado el derecho de tener un pedazo de mar y arena de su propiedad. Los visitantes locales que, como dueños verdaderos, quieran ocupar esas playas para tener un rato de esparcimiento, son conminados a pagar por la utilización del espacio, o retirarse, por una tropa de asistentes del o los propietarios. Modernos guacanagarixes que, por determinada conveniencia, son capaces de ponerse en contra de su propia gente.

Ahora bien, sea cual sea la circunstancia que lo haya traído a nuestras tierras, el extranjero, por principio, tiene la responsabilidad de ser respetuoso con nuestro país y sus cosas. Los que disfrutan de la tradicional y famosa hospitalidad dominicana deben ser consecuentes. No es agradable observar que se dé con cierta frecuencia el caso del perro que muerde la mano que le da de comer. Pero aquí eso sucede a menudo. Por culpa nuestra, en gran parte.

Hace años, cuando laboraba para una empresa extranjera establecida en el país, tuve que viajar en varias ocasiones a su sede en Estados Unidos. Allí había profesionales, residentes, de varios países de Latinoamérica. Algunos habían sido trasladados por decisión de la compañía y otros residían en aquel país por solicitud y voluntad propias. Obviamente, los beneficios económicos eran el aliciente primigenio.

Uno de estos últimos, solía andar por los pasillos con la cantaleta “Estos gringos de mierda…” Así, como si nada. No me valía hablar con él. Y nunca aceptó lo que yo pensaba al respecto. No, amigo mío. Los gringos pueden ser todo lo de eso que usted opine, siempre y cuando usted esté en el país propio de usted. Aquí no. Aquí usted no tiene absolutamente ningún derecho de expresarse así. Y debía tener la delicadeza de no hacerlo. Si esto no le gusta, vuelva a su barrio querido de su ciudad querida de su país querido. Y, una vez allá, despotrique todo lo que le dé la gana contra aquellos que usted considere, si eso lo hace feliz.

Esta anécdota viene a cuento por personas, extranjeras ellas, nada tímidas ellas, suelticas de lengua ellas, que pululan por nuestro entorno, hablando lo que les parece como les parece, de este país o de gente de este país. A veces desde los medios de comunicación. Y algunos ganan dinero por eso. Ninguna autoridad les impide “realizar su trabajo”. Esa es una extranjería que no le es conveniente al país.

Afortunadamente hay gente diferente. En contraposición  están  otras personas, también de origen extranjero, que han demostrado permanentemente un altísimo nivel de respeto, y a las cuales igualmente respetamos. Se han integrado completamente a nuestra sociedad. Son dominicanos también. De éstos oímos comentarios. No chismes.

En fin, qué le vamos a hacer. Aquí todos los días hay algo de qué hablar. Pero, ¡qué aburrido será el día en que todas las cosas marchen como debieran! Bendita esta tierra que permanentemente nos da un motivo para reflexionar. Y a algunos para escribir, que considero una actividad intelectual muy gratificante.

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