Los fantasmas acosan a Pakistán

Los fantasmas acosan a Pakistán

Por JOHN F. BURNS 
CAMBRIDGE, Inglaterra —
Cuando Benazir Bhutto fue asesinada, los asesinos atacaron en Rawalpindi, una antigua ciudad guarnición, a orillas de un frondoso parque bautizado con el nombre de otro paquistaní que había fungido como primer ministro, Liaquat Ali Khan; él fue asesinado en el parque en 1951.   

Apenas a kilómetro y medio de distancia, el padre de Bhutto, Zulfikar Ali Bhutto, otro ex primer ministro, fue colgado en 1979 en la cárcel central de la ciudad. Uno de los médicos que trató infructuosamente de reanimar a Bhutto en un hospital de Rawalpindi era el hijo del médico que de manera similar no logró salvar a Liaquat Ali Khan.

   Los asesinatos variaron ampliamente — Liaquat Ali Khan fue acribillado por un separatista pashtun; Bhutto padre fue colgado después de que un tribunal designado por un dictador militar lo encontró culpable de asesinar a un oponente político menor originario de Baluchistan; y el interrogante de quién envió al atacante suicida y el pistolero que atacaron a Benazir Bhutto el 27 de diciembre es tema de una investigación en la cual la policía paquistáni será auxiliada por expertos de Scotland Yard.

   Sin embargo, la coincidencia histórica de los tres líderes que murieron en Rawalpindi, en la misma área de la ciudad, ha subrayado cuán a menudo una muerte violenta ha reconfigurado el mapa político de Pakistán, y, también, cuán delgado es el hilo que sostiene las esperanzas del país de establecer una democracia estable.

   Durante 60 años desde su fundación en la partición de la India británica, Pakistán ha zigzageado entre las dictaduras militares y los gobiernos de elección, y ahora la nueva esperanza de estabilidad se basa en la posibilidad de que la democracia ahí pueda ser revivida.

   Pero aunque la atención se centra actualmente en los fracasos de Pervez Musharraf, el último en una larga serie de gobernantes militares, los líderes civiles de Pakistán, también, tienen mucho por lo cual responder en la titubeante historia de la democracia paquistaní. A través de décadas, sus propios periodos en el poder han sido notables principalmente por su debilidad, su instinto por el arreglo de cuentas políticas, y su corrupción.

   Ahora más que nunca, las esperanzas de que el país logre la estabilidad duradera tienen peso mucho más allá de la frontera de Pakistán. Para Estados Unidos, lo que está en juego incluye las perspectivas de prevalecer contra Al Qaeda y el Talibán a lo largo de la frontera afgana con Pakistán; a eso se vincula el asunto de quién controlará el armamento nuclear de Pakistán.

   Como Musharraf enfrenta una creciente oposición popular, Estados Unidos ha usado su influencia para convencerlo de que la mejor y quizá única esperanza de restablecer la estabilidad es permitir el renacimiento de una forma de democracia; elecciones de un nuevo gobierno que co-existiría con él como presidente. Es una gran apuesta, y las probabilidades en contra han aumentado considerablemente con el asesinato de Bhutto. Pero incluso conforme siguen adelante los planes de una elección, hay razón para temer que un regreso a un gobierno de elección no sea nada más que una panacea.

   Aunque ampliamente elogiada en Occidente, la actual generación de políticos civiles de Pakistán — en realidad, la mayoría de sus lídere spolíticos civiles se remontan a los orígenes del país en la división de la India británica en 1947 — ha fracasado repetidamente en producir la estabilidad y prosperidad que han prometido. Y las razones para su fracaso, han concluido muchos que conocen la historia de Pakistán, radican tanto en los políticos como en los generales.

   Tanto como cualquiera en la historia de Pakistán, Bhutto se hizo de reputación como promotora de la democracia, y es por ello que ha sido principalmente elogiada.

Dos veces primera ministra en los años 90 antes de prtir al auto-exilio en el extranjero, regresó en octubre diciendo que esperaba rescatar a Pakistán de casi una década de régimen de Musharraf, uno de cuatro generales que han tenido un poder casi absoluto durante más de la mitad de la existencia de Pakistán. Pero la muerte de Bhutto plantea de nuevo el interrogante que ha acosado a Pakistán desde su fundación: cuándo, o quizá si, Pakistán iniciará la larga marcha hacia la construcción de una democracia digna de ese nombre.

   La leyenda cultivada por políticos paquistaníes como Bhutto y su principal rival civil, Nawaz Sharif, proyecta a los generales como los villanos principales en la sofocación de la democracia, que salen de sus barracas para tomar el poder por su ambición napoleónica y su desdén por la voluntad de los paquistaníes comunes.

Es una versión de la historia calculada para atraer fuertemente a la opinión occidental. Pero ha sido cuidadosamente elaborada para excusar el papel que los propios políticos han desempeñado en socavar la democracia, usando mandatos ganados en las urnas para establecer gobiernos que rara vez representaron mucho más que vehículos para el enriquecimiento personal, o para buscar venganza contra enemigos políticos.

   William Dalrymple, un autor británico que ha escrito ampliamente sobre India y Pakistán, lo expresó abiertamente en un artículo para el periódico de centro-izquierda británico The Guardian en 2005: «Como demuestra Pakistán, las democracias rígidas, corruptas, poco representativas y defectuosas sin las instituciones independientes fuertes de una sociedad civil — una prensa libre, un sistema judicial independiente, una comisión electoral con poder — pueden fomentar gobiernos que son igual de tiránicos que cualquier dictadura», escribió. «Justicia y democracia no son necesariamente sinónimos».

   Los historiadores remontan algunos de los problemas de Pakistán a la conquista británica de la India mogol, cuando siglos de régimen musulmán en el subcontinente dieron paso a una era en que los musulmanes, siempre sospechosos entre los británicos por resistirse a sus nuevos amos coloniales, se volvieron aún más una subclase.

   Cuando la lucha por la independencia india empezó en serio en los años 20, el liderazgo radicaba principalmente en hindúes; especialmente Gandhi, cuya filosofía era igualitaria, laica y nacionalista. En los años 30, la Liga Musulmana empezó su agitación por una patria musulmana separada, pero el poder dentro de la liga radicaba en Mohammed Ali Jinnah, un elitista abogado de Bombay educado en Gran Bretaña con gusto por costosos trajes hechos a la medida y poca afinidad con el hombre común.

Se convertiría en el padre fundador de Pakistán.   Muchos de quienes se reunieron en torno de Jinnah eran de la clase terrateniente feudal, y líderes tribales. Con escaso interés en la democracia, sus preocupaciones se centraban más en la protección de sus privilegios ancestrales. Cuando los británicos abandonaron la lucha por dar forma a una India independiente que mantuviera juntos a hindúes y musulmanes, los aristócratas terratenientes y los jefes tribales se convirtieron en la élite política de Pakistán. Desde el principio, compitieron por el poder con los generales, en una lucha que se intensificó cuando el venerado Jinnah murió poco después de que se estableció Pakistán.

   La partición en 1947 se vio acompañada por una extensa matanza de militantes hindúes y musulmanes, y más de 10 millones de personas emigraron a través de las nuevas fronteras. Para Pakistán, por mucho la más pequeña de las dos nuevas naciones, sobrevivir como estado independiente se volvió la preocupación prevaleciente, dando poder a los generales.

Tres guerras con India atrincheraron más el poder militar. Y en 1958, después de una década en la cual el ejército trabajo tras bastidores para derrocar a los líderes civiles débiles, el general Ayub Khan, primer gobernante militar de Pakistán, declaró la ley marcial.   A partir de los años 50, Estados Unidos ejerció fuerte influencia con los generales, que aliaron a Pakistán con Occidente en la Guerra Fría, luego en la lucha de los años 80 con los soviéticos en Afganistán y, desde 2001, en la guerra contra el Talibán y Al Qaeda.

Mucho antes de que el Presidente George W. Bush hiciera de Musharraf un aliado, la política estadounidense se basaba en una inflexible evaluación de los intereses estratégicos de Estados Unidos que favorecían a los generales por encima de los políticos civiles.

   Los políticos hicieron más fáciles estas decisiones por sus propios fracasos en el poder. Entre ellos estuvo Zulfikar Ali Bhutto. Cobró prominencia como ministro de Relaciones Exteriores bajo un gobierno de ley marcial encabezado por el general Yahya Khan, luego surgió de la guerra civil que dio nacimiento a Bangladesh en 1971 para ganar la elección como el primer jefe de gobierno civil en un Pakistán trunco.

   Como líder carismático con inclinación por la intriga política, Bhutto estableció el rumbo de mucho de lo que siguió. Historiadores paquistaníes dicen que sus seis años en el poder estuvieron marcados por una total indiferencia por la constitución que él elaboró en 1973, por extensos arrrestos de oponentes políticos y por el despliegue del ejército para sofocar la impaciencia en las provincias.  

Tras fundar el Partido Popular de Pakistán con una carta fuertemente igualitaria, lo convirtió en un vehículo para realzar su poder personal, abusó de las libertades civiles que había defendido en la campaña electoral, y mostró poco interés en los programas sociales. Derrocado por el general Mohammed Zia ul-Haq en 1977, fue sometido a lo que muchos abogados paquistaníes consideraron un juicio superficial y orquestado por el asesinato del político de Baluchistan, y colgado.

   El régimen civil fue restablecido después de que Zia murió en un accidente aéreo en 1988, y los siguientes 11 años pasaron con una puerta giratoria de gobiernos de elección, dos encabezados por Benazir Bhutto, dos por Sharif, antes de que Musharraf derrocara a Sharif en un golpe militar en 1999.

Los dos líderes civiles gobernador tan mal, y con tanta corrupción, en opinión de muchos en la clase media educada, que la caída de los cuatros gobiernos antes de que hubieran cumplido sus mandatos parlamentarios ocasionó pocas protestas.

Cuando Bhutto fue removida por órdenes de un presidente civil al que ella había seleccionado de su propio partido en 1996, bajo cargos de incompetencia gubernamental, las protestas de sus simpatizantes se apagaron en 48 horas.    Bhutto, educada en Harvard y Oxford, populista como su padre, prometió que mejoraría la vida de los millones de oprimidos de Pakistán con programas de reforma radicales, mejorando la educación, la salud y los derechos de la mujer.

En el poder, ni ella ni Sharif hicieron mucho en cualquiera de estos frentes. Los paquistaníes pobres terminaron los años 90 aproximadamente donde estaban bajo el régimen de Zia, con niveles de analfabetismo, desnutrición, mortalidad infantil y abuso de las mujeres que estaban entre los peores en el mundo.

   Bhutto, perteneciente a una rica familia de terratenientes en la provincia sureña de Sindh, y Sharif, hijo de una familia de Punjab cuyo imperio industrial se sostenía con enormes préstamos gubernamentales que nunca fueron pagados, se rodearon de compinches de antecedentes similares y parecían inmunes al estado de casi colapso al cual sus políticas llevaron a Pakistán. Ambos gobiernos tenían reputación de profunda corrupción.

En 2005, Transparencia Internacional, una agencia basada en Londres que monitorea la corrupción, dijo que Pakistán bajo el gobierno de Bhutto había sido el segundo país más corrupto en el mundo.

   Una investigación de The New York Times en 1988, que analizó docenas de declaraciones bancarias y cartas entregadas a investigadores británicos y estadounidenses por un ex abogado de la familia Bhutto en Suiza, demostró que compañías francesas, suizas y mediorientales, entre otras, habían depositado decenas de millones de dólares en sobornos para conseguir contratos del gobierno paquistaní en cuentas bancarias en el exterior de Bhutto y su esposo, Asif Ali Zardari. Cuando un reportero mostró copias de documentos bancarios a Zardari en la prisión central de Karachi, donde era retenido por el segundo gobierno de Sharif, hojeó casualmente los papeles antes de devolverlos.

Las declaraciones bancarias eran genuinas, dijo airadamente, como si confiara — de manera justificable, como quedó demostrado en los siguentes ocho años, los cuales terminaron con su liberación de prisión y su huída, como Bhutto, al auto-exilio — que nada podría probarse contra la pareja en un tribunal paquistaní. Pero lo que le molestba, dijo durante una conversación en la oficina del gobernador de la prisión, no era tanto el hecho de que un abogado en que había confiado la pareja hubiera filtrado sus documentos bancarios personales a los investigadores; era la decisión de The New York Times de investigar los manejos financieros de él mismo y Bhutto, en vez de los de otros, incluido Sharif, que, dijo, se habían enriquecido en el poder.

   «Pueden investigar a cualquiera que haya tenido el poder en este país, y encontrarían lo mismo», dijo. «¿Por qué nosotros?»

   En muchos aspectos, los gobernantes militares del país han gobernado poco mejor, y, argumentarían muchos paquistaníes, en algunas formas incluso peor. Pero hasta hace relativamente poco tiempo, cuando el creciente descaro de los ataques militantes islámicos y las respuestas de mano dura del ejército empezaron a erosionar seriamente su apoyo, Musharraf obtenía la aprobación popular con políticas económicas que atrajeron a los flujos de inversión extranjera más fuertes en la historia de Pakistán, y una tasa de crecimiento anual que casi igualaba la de India, con un promedio de alrededor de 7 por ciento. Muchos en la clase media que ahora reclaman su remoción hablaban del general con admiración, reconocían que parecía personalmente poco corrupto y subrayaban cómo habían mejorado las cosas con la destitución de Bhutto y Sharif.

   Pero si los gobierno electos han cumplido pocas cosas a Pakistán hasta ahora, quienes ven a la democracia como la solución a los problemas del país aún tienen un argumento que es difícil de refutar. Si los gobernantes civiles han fracasado, dicen estos defensores del régimen popular, es porque los generales que siguen interfiriendo nunca dieron a la democracia la oportunidad de madurar.

   «Como la democracia fue efectivamente aniquilada en su infancia, no pudieron alcanzarse las posteriores etapas de madurez y experiencia», escribió Irshad Ahmed Haqqani, ex ministro de Información y columnista periodístico con un amplio grupo de seguidores en Pakistán, en un artículo publicado en 2006 en The Muslim World, una publicación estadounidense dedicada al estudio del Islam.

   «Los paquistaníes son personas normales y pueden ir tan lejos en el camino de la democracia como cualquier otra nación. Este camino debe ser emprendido; no podemos salir adelante sin él».

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