PEDRO CARO
No por aquello de que al dedo malo todo se le pega, pero resulta caprichoso que el imponderable ejercicio de oposición obligue a ciertos líderes políticos a endilgarle al Gobierno los males de una especulación desaforada.
En este país, por suerte, todos conocemos de donde viene el alza desmesurada de los productos, sean de primera o de la necesidad que sea, que a veces, por que no, alcanzan ribetes meramente políticos desestabilizadores, en un país donde la comida será siempre lo primero.
Lo verdaderamente doloroso de todo esto, es que mentalidades de reconocida inteligencia y trayectoria intelectual de altura, insiste en atribuirle al Gobierno las causas de la especulación que lacera en la actualidad la paz democrática que vivimos los dominicanos.
Porque si bien es cierto que en este país la especulación ha regido siempre las relaciones comerciante consumidor, la verdad es que los niveles a que esta llegando ahora tiene absolutas características políticas, que podrían perseguir fines inconfesables.
Un pueblo entero que ha vivido toda su vida a expensas de quienes le suministran sus alimentos diarios, no puede, bajo ninguna circunstancia, seguir dependiendo de la buena o mala fe de los intermediarios, quienes parecen haber acelerado sus hábitos de acumulación.
Pero, si de alguna manera u otra, algunos políticos insisten en atribuirle al Gobierno la falta de escrúpulos de algunos comerciantes, estos seguirían en sus trece, obligando a un pueblo falto de conciencia a adquirir los productos al precio que a ellos les venga en gana.
Por el contrario, si quienes se dedican a la inmoral tarea de aumentar los precios de los productos sin ninguna justificación sintiera el peso de la opinión pública sobre ellos, otro gallo contaría en los anaqueles de los lujosos supermercados y los destartalados ventorrillos de los barrios marginados.
Porque, y la verdad hay que decirla, cuantas veces el gobierno ha querido emprenderla en contra de los agiotistas y especuladores tradicionales, quienes hoy protestan la escalada de precios son los primeros en salirle al paso a los «atropellos injustificados contra la clase empresarial», según sus decires.
La especulación desenfrenada a que comerciantes tienen sometido al pueblo dominicano debe ser enfrentada no solamente por el Gobierno y sus organismos competentes, sino por los consumidores que la mayoría de las veces son obligados a pagar un lujo que no les corresponde.
Toda sociedad de consumo tiene sus reglas de juego, es cierto. Pero toda sociedad democrática también tiene las suyas. Si no hay posibilidad de encontrar un equilibrio, las segundas deben imponerse a las primeras, a como quiera que sea.
Lo que tenemos que hacer es, a toda costa, evitar que las consecuencias de los caminos que perecen estar tomando los fantasmas de la desaforada especulación sean imprevisibles, porque de cualquier modo, no vamos a llegar a decir como la copla aquella:
Me puse a estregar un negro/ pa` ver que color cogía/ y mientras más lo estregaba/ más negro se me ponía.