La sabiduría popular, término usual cuando desconocemos el origen de una frase, expresa que: “el dominicano pone candado cuando le roban”, dando una connotación que somos reactivos; actuamos merced a las circunstancias y eso es cierto en parte, porque en lo relativo a los Gobiernos se contradice dicha frase, pues se producen eventos que no generan las medidas como para disminuirlos o mitigar su impacto.
Para ilustrar tomemos el caso de las explosiones frecuentes en estaciones de expendio de gas propano o de industrias, los impactos climáticos y las tragedias por accidentes de tránsito.
Con una precisión bianual se producen eventos graves y solo me voy a referir al 5 de diciembre de 2018 un escape de gas en un tanquero generó una explosión en la fábrica de plásticos Polyplas con un saldo de ocho fallecidos y 103 heridos, en octubre de 2020 en la envasadora Coopegas en Licey al Medio, Santiago, una explosión provocó la muerte de 11 personas y la última en San Cristóbal, el 14 de agosto de este año, una explosión, hasta ahora de origen desconocido, provocó la muerte o más bien la identificación de 37 cadáveres.
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Ante eventos de este nivel de tragedia, se supone que debieron sobrevenir los “candados”, en este caso regulaciones más estrictas a las envasadoras de gas y las industrias y proceso gradual de traslado de estas hacia áreas no residenciales.
El 4 de noviembre del año pasado, un jueves en la hora pico del tránsito, el Gran Santo Domingo fue sorprendido por un fenómeno atmosférico que no llegó a la categoría de depresión tropical, sin embargo, se produjo la mayor precipitación pluvial registrada en la serie histórica con 266 mm y un balance trágico de 14 fallecidos, más de un millar de vehículos destrozados, inundaciones y como siempre los desheredados del crecimiento del PIB perdieron viviendas y ajuares.
La reacción debió ser construir soluciones puntuales en los puntos críticos, en vista de lo costoso y el tiempo para dotar la ciudad de un alcantarillado pluvial, y una campaña de limpieza de imbornales, que es un buen esquema para transmitir al subsuelo los excesos de lluvia, pero siempre permanecen llenos de basura y vasos plásticos porque la mayoría carece de rejillas.
Como no se hizo nada nos llegó nuestro diluvio, la tragedia del 18 de noviembre, con 430 mm de lluvia en el Gran SD y afectó a varias provincias con un saldo superior a los 30 muertos, daños multimillonarios a la agricultura y de nuevo pérdidas de viviendas vulnerables y ajuares.
Con haber decretado feriado ese sábado y cerrar los túneles, la mortandad hubiera sido minimizada, independiente del cambio climático.
Los accidentes fatales de tránsito, ocupamos el top one mundial en muertes, y si bien es una responsabilidad de choferes imprudentes, quienes descargan su ira social en el acelerador, tampoco los Gobiernos se han ocupado de hacer más estricta la expedición de una licencia de conducir, mejorar la vigilancia en carreteras, aplicar la ley a las “guaguas voladoras”, patanistas irresponsables, los motoristas suicidas y endurecer sanciones a los propietarios.
Como los Gobiernos no ponen “los candados”, esta sociedad seguirá llorando sus muertos con una mayor frecuencia porque los fenómenos climáticos serán peores, las envasadoras de gas e industrian envejecen y aumentan la inseguridad y los choferes y conductores seguirán provocando tragedias.