Los grandes líderes nunca mueren, solo se desvanecen

Los grandes líderes nunca mueren, solo se desvanecen

Ubi Rivas.

En la jerga de los cuarteles, donde siempre he cultivado a los más renombrados entorchados, desde mi adolescencia, aprendí que nadie es imprescindible y que todos son necesarios, además, que el soldado nunca muere, solo se desvanece.
Añado a ese universo conceptual, que los grandes líderes nunca mueren, solo se desvanecen, conforme recuerda la humanidad a Alejandro Magno; Gengis Kan (Temujín); Aníbal el Cartaginés; Julio César; Kemal Ataturk; Abd El Krim; generalísimo Francisco Franco; Sun Yat-sen y su hijo espiritual y político generalísimo Chang Kai-shek; Charles de Gaulle; Winston Churchill: Georges Clemenceau (El Tigre); José Stalin (Koba); Mao Tse-tung, Yaser Arafat.
¿Cómo olvidarlos, aunque censurando sus excesos, en Temujín, César, Franco, Koba y Mao, si transformaron sus entornos y cambiaron el curso de la historia?.
A esa pléyade de grandes líderes se incorpora en mayúscula el comandante Fidel Castro Ruz, ante la inexorable rendición a la guadaña de la Parca, 90 años, 25 de noviembre, La Habana, con funerales impresionantes, sobrios, delirantes, en la icónica Plaza de la Revolución, donde el comandante de la barba que no se rasuró nunca porque no completó su programa, pronunció centenares de maratónicas oratorias, desollando las tropelías del imperio.
Reinvirtiendo la jornada inicial en 1959, a Santiago de Cuba, luego de 47 años de ejercer el poder unipersonal, sin albedrío de disidencia, sin el universo burgués, sin un solo cubano desnutrido o alfabeto, sin un niño mendigo, sin un cubano sin medicinas y educación, sin declaración de bienes de ningún funcionario porque los bienes son del pueblo.
Los grandes líderes, comandante, como Usted, nunca mueren, solo se desvanecen, y superan el juicio del paredón de la historia, excesivamente absuelto.

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