POR CLAUDIO CABRERA
¿Fue la salida del gobierno del Presidente Hipólito Mejía el resultado de sus actuaciones y posturas personales o sobre determinó la realidad de la derrota de su partido una crisis con profundas raíces materiales, tanto internas como externas?
Aunque el método del materialismo histórico sustenta sus teorías en la sobre determinación de los procesos sociales a partir de la imbricación de múltiples factores económicos, políticos y culturales, en cuanto corresponde a la actuación personal de los principales gestores de la historia, esta filosofía de la historia contiene un resquicio que permite analizar el papel del individuo en la historia.
Al estudiar el carácter de los individuos y sus repercusiones en el entramado social, pondera la postura diaria de aquellas figuras emblemáticas que conducen a los pueblos y atraen la atención social hacia el interés colectivo, considerando cómo a veces detalles en sus actuaciones, su modo de ser personal y sus costumbres pueden influir en un determinado proceso social.
Aunque para algunos la salida del gobierno que encabezó el Presidente de la República Hipólito Mejía fue consecuencia del carácter personal con que enfrentó la situación, para otros en cambio no fue el producto de algo casual en el transcurso de la vida política del país. Más bien fue resultado de una extensa y profunda crisis económica que empezó a cristalizar desde principios del año 1999 y en el transcurso del año 2000, concretado en el fenómeno que luego pasó a ser denominado como «el choque externo de la economía».
SARTA DE PROBLEMAS
Cuando el entonces presidente Leonel Fernández abandonaba el gobierno en agosto de 2000, los dominicanos apenas podían prever lo que les esperaba.
A pesar de las advertencias de funcionarios del anterior gobierno por parte de autoridades de organismos multilaterales acerca de «si estaban preparados los dominicanos para lo que viene» (refiriéndose a las alzas del petróleo previstas por el gobierno de los Estados Unidos), ninguna autoridad saliente y entrante tomó las decisiones para evitar que el país pudiese evadir la colisión de un «shock externo» de una mejor manera.
En parte esta postura se justifica debido a que los dominicanos sólo estaban acostumbrados a sentir en el pasado los efectos de una crisis proveniente de inconductas gubernamentales en el manejo presupuestario, provocando los consabidos déficits fiscales.
A poco de instalarse las nuevas autoridades encabezadas por el saliente Presidente Hipólito Mejía, comenzaron a sentirse los efectos de una crisis que a través de varias vertientes cayó en cascada sobre la economía afectando la vida de todos los dominicanos.
Esta crisis estuvo matizada en primer lugar por un choque externo proveniente de los elevados precios en que se encumbró el barril del petróleo en los mercados internacionales y que dispararon las cotizaciones desde los US$11.o y US$14.0 dólares hasta los US$30.0 y US$45.50 dólares en que, como colofón a la crisis, se cotizan esta semana.
A esto se añadió la situación que vino a presionar en baja al turismo y a las inversiones extranjeras, una vez se produjo el atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas en Nueva York y contra el edificio del Pentágono en Washington, D.C., agudizando la contracción producida por el choque externo. Consecuentemente con ello, vino la retaliación organizada por la alianza estadounidense contra los talibanes de Afganistán y luego la guerra contra Irak.
Para un país que, como República Dominicana, vive de actividades derivadas de ingresos provenientes de su sector externo en los que el componente de inversión extranjera, turismo, zonas francas y otros servicios, constituyen el principal motor de sus ingresos en divisas, la cuestión resulta harto crucial.
Por eso el Banco Central de la República Dominicana en su Informe de la Economía Dominicana (Enero-septiembre 2000), señalaba ya el final de un prolongado período de prosperidad para la economía al indicar que «si bien la economía dominicana se ha estado desenvolviendo en un entorno externo desfavorable por el shock petrolero, la parte real de la economía no había sido afectada directamente, hasta el mes de agosto, ante la ausencia de los ajustes necesarios en los precios domésticos de los combustibles».
La institución monetaria puntualizaba al evaluar las cifras del Gobierno Central y al añadir todas las partidas y erogaciones financieras que «al mes de septiembre las operaciones fiscales fueron deficitarias en RD$6 mil 935.0 millones, el cual fue financiado con recursos procedentes del Banco de Reservas, Banco Central, la comisión cambiaria y préstamos externos. Al mes de agosto este resultado fue deficitario en RD$7 mil 515.0 millones…».
MÁS PROBLEMAS Y UNA SALIDA
Tratándose de un partido con visión socialdemócrata de gran envergadura como lo es el PRD en el Poder, el presidente Mejía y sus asesores aún sin avizorar la profundidad de la crisis trataron de balancear los efectos del choque económico externo equilibrando el déficit de empleos en el sector privado incrementando el gasto público.
A esta causa se debe un notorio aumento en el gasto público corriente, aunque posteriormente las disponibilidades para nóminas fueron más austeras en la misma medida en que el incremento del gasto en general presionaba la estabilidad interna de la economía.
Al terminar el 2002, las autoridades evaluaban una situación entre el pesimismo y la esperanza de una mejoría en el corto plazo, en la medida en que el choque externo mitigaba sus efectos al mejorar los ingresos del turismo, pero sin la esperanza de lograr precios estables para el petróleo.
Un creciente incremento en la factura petrolera contribuyó más a presionar la tasa de cambio en la misma medida en que las autoridades siguieron intentando imprimir la dinámica a la economía registrada durante el auge de los años anteriores.
Con esos fines, y para contrarrestar la ralentización económica en camino el gobierno decidió acudir a los mercados de capitales internacionales con fines de efectuar una primera emisión de bonos soberanos tendentes a servir de medio para imprimir mayor dinámica a la economía y canalizarlos en obras públicas y de carácter social en todo el país.
Una primera emisión fue efectuada el 27 de septiembre del 2001 por un monto ascendente a US$500 millones, mientras otra emisión fue realizada el 23 de enero del 2003 por un total de US$600 millones, igualmente con los fines ya descritos.
Aunque esta emisión de bonos fue criticada por algunos, la entrada del país al mercado de capitales permitió disponer de fondos apreciables para seguir invirtiendo en áreas importantes, no obstante las críticas que manifestaron su objeción al aumento de la deuda pública externa.
La decisión puede calificarse como uno de los ostensibles logros del gobierno, en vista de que aún en los momentos de peor agudización de la crisis que luego estalló con crudeza, permitió al país disponer de pequeñas y medianas obras en muchas regiones del país, así como terminar muchas ya iniciadas incluso en el anterior gobierno.
LA HORA CERO
Pero la hora de la verdad sobrevino al país cuando a principios y mediados del pasado año 2003, las autoridades monetarias comenzaron a detectar los primeros signos de malestar en el seno de una parte de la banca comercial del país, lo cual condujo el 13 de mayo al anuncio de una intervención al Baninter.
A esto siguieron sendas intervenciones a los bancos Bancredito y Mercantil, entidades que desde hacía meses venían recibiendo amplios redescuentos por parte del Banco Central para evitar su colapso final.
Con ello se colocaba el país en el cenit de una crisis financiera con graves repercusiones económicas que conduciría al fracaso definitivo de la gestión gubernamental del actual gobierno debido a la multiplicidad de problemas que debieron ser confrontados en lo inmediato con auxilio de los organismos multilaterales, lo cual a su vez determinó una solicitud de auxilio del FMI para poner en orden la estabilidad macro económica perdida y reencauzar al sistema financiero.
Resultados inmediatos de esta crisis bancaria iniciada con el «Hoyo de Baninter», el cual ascendió a más de RD$83 mil millones, fue la caída precipitada de la estabilidad macro económica de que el país había gozado por años.
Los agregados monetarios se dispararon enormemente al medirse en cifras asombrosas que dispararon la emisión monetaria suficiente y a tiempo para que el Banco Central hiciese frente a las obligaciones de un sistema bancario vulnerado por la pérdida de confianza de los ahorristas.
A estas alturas no sólo corrían las nuevas emisiones monetarias del Banco Central, sino los fondos de los bonos soberanos, que encabritaron la tasa del dólar en los mercados con la consecuente repercusión en las alzas de los precios al consumo.
Al principio se disparó la tasa de cambio en forma paulatina sobre los RD$20.0 por dólar, por encima de US$30.0 por dólar al final del 2003 y sobre US$40.0 y RD$50.0 por dólar entre diciembre del 2003, enero y mayo de este año sin posibilidades de anclarse una prima estacionaria.
A su vez, el deterioro de la moneda agudizó la situación de crisis en que se venían sumiendo las empresas de generación y distribución eléctrica, conocidas como las EDES, de capital extranjero tras la privatización del sector, pero cuyos costos fueron creciendo en la medida en que aumentaba la tasa de cambio del dólar, obligándolas a recortar sus costos a toda costa para bajar los márgenes de gastos y aumentar sus beneficios.
Un forcejeo entre las EDES y el gobierno central terminó finalmente con la recompra de éstas por el gobierno, lo cual también se revirtió contra las autoridades en la medida en que los precios del petróleo se disparaban obligando a la disyuntiva de subir las tarifas a los usuarios o subsidiar. De hecho, más de RD$10 mil millones había dado el gobierno en subsidios al sector al finalizar el mes de mayo del 2004. Pero a pesar de ello, los apagones sumieron en tinieblas al país y paralizaron muchas empresas, especialmente pequeñas y medianas por falta de energía.
Consecuentemente a ello, la situación se les fue de las manos a las autoridades monetarias, sin capacidad de asir firmemente el control de las finanzas públicas.
El gobierno central se propuso sostener un creciente sistema de subsidios a la energía eléctrica y al Gas Licuado de Petróleo (GLP) en la medida en que los precios mundiales continuaban en alzas, presionando las horadadas finanzas gubernamentales.
La crisis se acentuó tras la llegada del Fondo Monetario Internacional (FMI), entidad que exigió mayores esfuerzos a las autoridades para establecer recortes del gasto mientras crecían las demandas populares al gobierno para subsanar necesidades de toda laya, pero con una capacidad disminuida de recursos.
Una creciente inflación que alcanzó sobre 40% en el año 2003 y otra superior anual de 60.56% hasta junio de este año, contribuyeron a cerrar las posibilidades electorales del saliente presidente Mejía, en momentos en que decrecía la popularidad del partido oficial entre las masas que le llevaron al poder en el año 2000.
Además de la obtención de los bonos soberanos, un paralelo proceso de institucionalización del país pudo continuar, aunque opacado por los efectos de la crisis. Y junto a todo esto, la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, lo cual hasta ahora ha sido añorado por muchos, pero rechazado por otros, a pesar de que les abre las puertas a muchos productos dominicanos en ese mercado.