Los haitianos devorando los bosques

Los haitianos devorando los bosques

Un editorial del pasado jueves 20 de este diario alertó con seriedad, responsabilidad y preocupación de cómo los haitianos avanzan hacia la desolación de parte de nuestro territorio, al igual que el de ellos. Ellos en su voracidad han arrasado con sus bosques de la frontera. Y ahora para lograr más carbón le ha tocado el turno al suelo dominicano de Pedernales, Elías Piña y Jimaní.
Los haitianos, en combinación con civiles y militares, se han entregado a la tarea arrasar con los bosques dominicanos. Son grandes los beneficios que genera la elaboración de carbón. El carbón llega a los comercios haitianos por tierra a través de las montañas, caminos o el agua del lago Azuei. El abastecimiento es constante a la vista complaciente de las autoridades locales. Los comercios de Puerto Príncipe y de otras poblaciones y hasta de algunas islas vecinas se abastecen del carbón dominicano de los destruidos bosques de la frontera desolada.
Hasta ahora la pasividad dominicana, con esa permisividad, característica de la indolencia oficial, era lo que definía el desorden fronterizo. La reacción del ministro de Medio Ambiente al decir que el contrabando de carbón era peor que el de las drogas no andaba desencaminado de una realidad que no queremos prestarle atención.
El presidente Medina, en sus viajes a la frontera, se alarmó por las condiciones de los bosques de la zona de Hondo Valle. Impartió instrucciones, pero al transcurrir las semanas nada se había hecho. Ahora parece que existe otro tipo de alarma que impulsaría una acción represiva para extirpar de la zona a los fabricantes de carbón. Y son nacionales y haitianos juntos y contando con la complacencia de las autoridades de la zona obteniendo grandes beneficios por el volumen del comercio.
Buena parte del suelo de las provincias de Elías Piña, Jimaní y de Pedernales es similar al haitiano del otro lado de la frontera. Aquel reporte de Al Gore, quien fuera vicepresidente norteamericano de hace algunos años, cobra vigencia de ver cómo el problema ya se ha trasladado al lado oriental de la frontera.
Es alarmante nuestro descuido para proteger los bosques. Tan solo en 1966 el gobierno del doctor Balaguer impartió la draconiana y justa medida de cerrar todos los aserraderos. Estos, desde la dictadura de Trujillo, venían talando la cobertura boscosa de las montañas. Recuérdese las montañas en torno a San José de Las Matas que ya eran eriales por la acción indiscriminada de los industriales de la madera. Ahora han reverdecido gracias al Plan Sierra. Pero por la preocupación de ahora, otro espíritu se van introduciendo en los dominicanos para proteger un patrimonio que no será para las presentes generaciones, sino las del futuro, de manera que ellas disfruten de un territorio inmaculado y salvaguardado por la responsabilidad de sus hijos.
Con el disgusto del presidente Medina, el editorial de Hoy del pasado día 22 y lo externado por el ministro de Medio Ambiente son otras las intenciones y esperanzas para frenar y revertir esa negligencia de hacerle frente a un problema en que se juega el futuro de la nación. Ha llegado el momento de emprender una acción represiva histórica, similares a otras acometidas por los dominicanos en el pasado a la hora de preservar la nacionalidad. Recuérdese las guerras de la separación de 1844 a 1856. Incluso, las fincas de regeneración boscosa autorizadas a producir carbón o cortar sus árboles para leña o madera de uso en carpintería, deberían suspender sus operaciones hasta que se recupere el área boscosa. O exista un protocolo más estricto y honesto de sus operaciones. Que no se esgrima el cuento del raleo, ya que se presta para todo tipo de triquiñuelas. Y es que la rapacidad en ambos lados de la frontera no tiene límites y aflora en cualquier actividad. Y en esta del carbón que tiene tantos intereses en juego que impiden su control. Y esto aun cuando el gobierno intente reprimirlo con todo el poder de su derecho y de su legalidad internacional.
Y los campesinos nómadas de ambos países de la isla, a nombre de ser pobres padres de familia, enternecen a las autoridades con lágrimas, labia y dinero, para que les permitan llevar a cabo unas siembras de subsistencia en terrenos que ya ni siquiera pueden producir una cosecha medianamente rentable después que se le han talado todos sus árboles y dejado el terreno a la intemperie a la voluntad de los agentes atmosféricos. Es que se le han extraído todos sus nutrientes.

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