El impase surgido con Haití, a raíz de la prohibición de ellos, de no recibir ni pollos ni huevos procedentes de Dominicana, bajo el alegato de una supuesta fiebre aviar, en el transcurso de los días fue derivando hacia otras excusas hasta culminar en el absurdo en Guatemala, pretendiendo que el país le conceda un peaje de $300 millones de dólares anuales a cuenta de que esa es la suma que ellos no pueden cobrar de aranceles por esas exportaciones dominicanas.
Ese planteamiento, tan crudo y burdo de la hábil diplomacia haitiana, fue expresado en un ambiente de una reunión de los presidentes Martelly y Medina, y aun cuando no lo dijeran abiertamente, la pretensión haitiana es que los dominicanos establezcan y garanticen un mecanismo de cobro a las exportaciones de pollos y huevos, y esa recaudación se le liquide semanalmente a favor de las aduanas haitianas.
La desfachatez haitiana, para burlarse de las autoridades dominicanas, no tiene límites y la secuencia de los hechos, desde que una delegación de altos funcionarios fue a Puerto Príncipe a pedir cacao a sus pares occidentales, que hasta con desplante incluido al hacerlos esperar casi una hora para recibir la respuesta negativa y tan solo levantar la veda al salami y mantenerse la veda alos pollos y a los huevos.
Después, las falsedades continuaron aireándose con nuevas exigencias, hasta decir que era para la protección de la industria de granjas haitianas que estaba en marcha, para caer en la petición del peaje de los $300 millones de dólares, garantizados por el gobierno dominicano para que los cobrara en la frontera.
Estamos mendigándole a Haití y dando lástima, cuando ellos abiertamente están mostrando su desprecio, y con cada humillación, que sumisamente nuestras autoridades se someten a los occidentales, más se envalentonan. No se podría descartar que hasta recogerían aquella solicitud del entonces presidente Aristide en las Naciones Unidas, en octubre de 1991, poco antes de su derrocamiento, que aparte de decir que los dos países eran las alas de un mismo pájaro, remachó con su venenoso verbo la petición de que los dominicanos tenían que indemnizar alpueblo haitiano por todos los abusos cometidos en contra de esos infelices, a los que no se les quería permitir que cruzaran la frontera libremente para establecerse en el oriente isleño y sacudirse de su pobreza. Además, continuaba el arrastre de la limpieza étnica de 1937 conocido como el corte, que figuraba entre las prioridades de los reclamos del ex sacerdote salesiano Aristide.
La diplomacia dominicana necesita revisarse con urgencia, para determinar si prefiere la política de aguantarle el foete de los haitianos, exponiendo la parte más blanda del cuerpo, o por el contrario, con valentía, ser responsables y hablarle con energía a una diplomacia de un país que no perdona que fuera humillado en incontables ocasiones en los campos de batallas por fuerzas improvisadas y mal armadas, que enfrentaban a las tropas que venían de occidente en frondosas columnas bien equipadas, pero desmotivadas por las presiones y abusos de los dictadores haitianos que soñaban con aquello de la una e indivisible.
Frente a Haití, con tal de no ofenderlos por el temor de las reacciones de los amigos que Haití tiene detrás, Francia, Canadá y Estados Unidos, y en otros años Venezuela y Argentina, la Cancillería dominicana se abstienen de ejercer su soberanía y claudica con declaraciones inocuas, que no ofendan a la poderosa cancillería haitiana, que ahora ha decidido asumir otra estrategia de la humillación y ridiculizarnos a como dé lugar, a sabiendas que no recibirán una respuesta adecuada a su nuevo estilo de pisotearnos de cualquier manera. Su estrategia se ha puesto de manifiesto con el affaire de los pollos y ahora con el peaje exigido para levantar esa veda insólita.