Los Haitises: reserva científica maravillosa

Los Haitises: reserva científica maravillosa

Ir a Los Haitises fue una de las aventuras más fascinantes en la que participé en el año 1981. Antes de partir en una Metro, el corazón me palpitaba como a un niño la madrugada del Día de Reyes y no era para menos. Asistir a un paseo con ecologistas de la talla de Félix Servio Doucudray, el padre Julio Cicero, Annabel y Donald Dod, Ideliza Bonnelly, entre otros, fue algo que marcó mi vida.

Cuando llegamos a Sabana de la Mar a las 7:00 de la mañana, todos desayunaron con masa de langosta acabada de pescar, “minutas” y otras delicias del camino que emprenderíamos desde el muelle.

El mar sereno nos recibió y la fascinación en los rostros de los “aventureros” delataba la emoción de cada uno y como abrazo de bienvenida, en la mitad del camino, un hermoso cardumen de delfines danzó cerca de la lancha. No puedo olvidar la alegría de don Félix Servio que de inmediato sacó su cámara para inmortalizar en su rollo (todavía no había cámaras digitales) ese día inolvidable.

El paseo con las explicaciones comenzó en todo el litoral de la  avenida Las Américas, el sistema de rocas, las características de las mismas, el ecosistema del trayecto, las rocas que permiten la preservación de los ríos subterráneos y otras enseñanzas que de manera fresca nos iban explicando los encantadores “aventureros” que nos legaron un poco del conocimiento de las potencialidades de la isla y sus recursos finitos e infinitos.

Ya en Los Haitises, comenzaron las cátedras, cada uno de los científicos explicaba sobre lo que más sabía. Antes de entrar a las cuevas nos impresionó la gran cantidad de aves que se apoderaron de los cayos, haciendo de ellos su habitad, donde ponen sus huevos, crían sus polluelos y recrean el paisaje, invitando a que los dejen tranquilos para el disfrute de los que vayan a desconectarse en un ambiente único y refrescante.

Gaviotas, pelícanos, cotorras, entre otras muchas aves, han hecho del lugar su espacio favorito y único.

En ese paseo aprendí que las cotorras son endémicas de la isla, que las jaibas de los ríos son únicas de la isla. Le dije a Annabel que de pequeña mi abuela espantaba las cotorras porque se comían  los gandules y ella me dijo: “pero nunca se los comían todos” y ahí fue que aprendí que las cotorras, hoy en vías de extinción, son de la isla y que en Los Haitises es uno de los pocos lugares donde todavía quedan.

Los Haitises es uno de los lugares donde todavía hay gavilanes de la Hispaniola; quedan unos 300, según los últimos inventarios.

Entramos a las cuevas, ¡ay Dios, cuánta historia, cuánta belleza, qué impresionante espectáculo de la naturaleza! Siguiendo con Annabel, ella identificó 300 especies de orquídeas en ese singular ecosistema; Eleuterio y otros nos hablaron de la cantidad de ríos subterráneos, los cuales son los que abastecen gran parte del agua que se consume en la zona Este de la isla, que es además nuestra parte del territorio que compartimos con Haití.

Las huellas de los taínos, los murciélagos, las estalactitas y las estalagmitas más grandes que haya visto las vi en ese paseo del que quedé tan impresionada que he vuelto muchas otras veces.

Lo último de ese día fue el paseo por los manglares, donde nacen los famosos camarones de Sánchez, las langostas y otros productos del mar.

El paseo por los manglares permite escuchar el silencio, comulgar con una naturaleza distinta y creer que Dios dejó ese espacio para que tengamos en este mundo global una ventaja comparativa que ofertar.

Las aves respiran por los pulmones igual que nosotros; debe hacerse un estudio de impacto sin sesgo politiquero, con todo el rigor científico, que demuestre si procede a 3.5 kilómetros del lugar establecer una fábrica de cemento.

Los Haitises debe preservarse no solo como patrimonio nacional, sino como acervo de la humanidad.

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