Los hombres ranas y la ilusión

Los hombres ranas y la ilusión

Cuando ocurrió la segunda intervención norteamericana, en 1965, todos los de nuestra generación éramos todavía niños o  comenzábamos la adolescencia. No se ha despejado de mi mente la imagen de mi padre cuando acudió a la Fortaleza Duarte, en San Francisco de Macorís, en busca del “fusil” que le iba a ser entregado para que defendiera la patria, pero en cambio le otorgaron un “Colín”, el cual perduró mucho tiempo en mi casa, a tal grado que mis primeros pretendientes le pusieron el mote de “el hombre del Colín” a quien además le temían muchísimo, a mi papá.

Recuerdo muy bien el desaliento de mi madre cuando vio que mi padre blandía en  sus manos un Colín y no un fusil, y sus palabras de que: ¿cómo creen que van a enfrentar a los invasores con un Colín?

Los días eran muy tensos e intensos, nuestra preocupación por las clases perdidas, las limitadas noticias que solo permitía que se escuchara la emisora del CEFA, y muy pocas relacionadas con lo que estaba pasando en la capital.

Algunos tenían radios de Onda Corta y se escuchaban las emisoras de fuera que daban algunas noticias relacionadas con lo que realmente pasaba en el país. Así fue que supimos que 42 mil marines norteamericanos habían desembarcado para salvar la vida de los “americanos” que vivían en la media isla.

Por boca de algunos que se presentaban como muy bien informados supimos del asalto a la Fortaleza Ozama, y, del papel de los “Hombres Ranas” y de sus hazañas. Decían que un solo de esos hombres equivalía a 10 del ejército regular y que difícilmente fallaban cuando intervenían en un combate.

En fin, mi madre, muy inquieta y esperanzada en que las fuerzas revolucionarias avanzaran para reponer el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch, gozaba cada noticia referida a las actividades de los hombres ranas.

Como era de esperarse, surgieron leyendas relacionadas con la capacidad de esos hombres. En mi micromundo, influenciado más bien por mi madre y sus vecinas, todos los días había noticias nuevas, no sé de donde las sacaban,-se tejían historias asombrosas-que elevaban  la moral y resurgía la alegría cuando esos superhombres salían a algún ataque.

En esos días se vivió mucho el valor del heroísmo, el amor a la patria, la necesidad del pensamiento de Duarte, de que “la República Dominicana debía ser libre e independiente  de toda potencia extranjera o se hunde la isla”. Surgieron los poemarios resaltando el valor de los que estaban en Ciudad Nueva defendiendo la libertad. Eran nuestros héroes en carne y hueso, muchos de ellos jóvenes conocidos que salieron del pueblo sin esperar la entrega del fusil, dispuesto a dar la vida si fuere necesario.

Siempre he creído que la valoración de los seres humanos hay que hacerla cuando ya no están, porque mientras se vive, acechan las amenazas de las tentaciones. Sin embargo, seriamos mezquinos si no recordáramos los fugaces momentos que nos hicieron felices cuando los hombres ranas de Montes Arache nos hacían creer que de verdad estábamos ganando.

Ahora que se habla mucho de los valores, es bueno recordar que esos momentos marcaron nuestras vidas, fortalecieron las convicciones, y sirvieron de mucho para afianzar en nuestra generación los valores patrios.

Hoy cuando el dinero deslumbra y corrompe, cuando se piensa que todo está perdido, nos toca a los que estamos todavía armados con las convicciones, decir que la esperanza no ha muerto, que no todo está podrido y que se puede construir un modelo de convivencia distinto, donde el aprecio por los seres humanos no esté condicionado por los  bienes que tanga, sino por la esencia del ser.

Los seres humanos somos el motor de la historia, enrumbar el camino del futuro depende de lo que hagamos ahora; todos y todas tenemos el compromiso de educar con el ejemplo. Ahora.

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