Los huevos históricos

Los huevos históricos

Los tres “huevos históricos” –una cultura superior o aglutinante colectivo, una cultura civil que dé continuidad a los actos de gobierno y una “idea nacional”– empollan en América al calor de la lengua española. (Este escrito es un esfuerzo de intelección expresado en lengua española). Nuestros pueblos van haciéndose naciones al concertar proyectos colectivos que unan a ricos y pobres, a blancos y negros, indios, mulatos y mestizos. La economía, al desarrollarse, puede crear antagonismos de clase, como siempre se ha dicho; pero es frecuente –y nunca se dice– que el desarrollo económico establezca vínculos entre clases, flexibles y duraderos, institucionalmente creadores.

Y esto no puede menos que fortalecer el acuerdo nacional, esto es, llevar la idea de nación a plenitud. La integración política es ahora discusión entre conservadores y revolucionarios; ambos grupos tienen métodos distintos para lograr lo mismo: un proyecto nacional. Cuando los marxistas dicen “lucha de clases” no distinguen entre tensión de clases –que es permanente– y “guerra social”, que es lo excepcional, lo extraordinario. La tensión de clases no impide la colaboración social; no es interrupción, sino contrapunto. Hacer de la “guerra social”, que es el momento anómalo, la ocasión especial en que se rompe la convivencia de la comunidad; hacer eje de la historia precisamente de esa oportunidad en la cual la colaboración social deja de funcionar –cuando se pasa de la sociedad a la disociedad–, me parece una perversión teórica.

La nación en acto pleno es el esfuerzo dinámico por resolver en un acorde las diferencias entre grupos y clases. La institución llamada Estado no será coherente –en muchos países hispanoamericanos, entre ellos el mío– mientras no represente una voluntad nacional. Pero el desarrollo económico –siempre difícil– terminará por contribuir a la coherencia de la acción del Estado y a la formulación de una idea nacional.

En el Cuzco discuten sobre el valor de lo extranjero y de lo autóctono. En aquella ciudad la cultura precolombina es evidente. Los dominicanos somos una mezcla de blancos y negros, dos razas extranjeras que llegaron a la isla hace siglos. Que unos llegaran en la cubierta de una embarcación y otros en la bodega no quita nada a la extranjería.(Empollar huevos históricos; 2001).

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