Los imprescindibles de toda la vida

Los imprescindibles de toda la vida

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
(A la imprescindible Marina Hilario)

El espectáculo montado por el Poder Ejecutivo y el Congreso Nacional con los proyectos de la isla artificial y de equipamiento de la Policía Nacional ha lacerado el ánimo de mucha de la gente dominicana, sembrando mayor desconfianza y hasta desesperanza en la regeneración de la actividad política.

Esta última década de pragmatismo político salvaje va dejando huellas terribles en el alma de muchos y muchas luchadores, especialmente en los integrantes de las relevantes generaciones de los sesenta y setenta que hilvanaron y acariciaron montones de cambios en la sociedad dominicana post Trujillo.

En la medida en que esas generaciones entran en la curvita resbaladiza de los años, comienzan a pasar balance y generalmente no encuentran suficientes motivos para sentirse satisfechos. Los hay y, aunque en algunos aspectos hasta parece que retrocedemos, una revisión

minuciosa y tranquila nos permite comprobar que hemos cosechado más luces que sombras.

El error de esas generaciones fue no darse cuenta de que esta sociedad es mucho más conservadora que lo que sospechamos, recurrentemente autoritaria, excesivamente proclive al lamento y con poca disposición para la militancia masiva y sostenida. Por esas razones los cambios son y serán muy  lentos y requerirán de enormes energías reunidas en el altar de la colectividad.

A raíz del madrugonazo legislativo Marina Hilario, una exquisita e infatigable militante del progreso social, pegó un grito en la red: “necesito algún experto en política que de razones para seguir creyendo que es posible que en algún momento cambien las cosas en este país”.

Tras pasar un rápido balance a su propio proceso vital, con su carga de luchas y expectativas, Marina confiesa que hace tiempo trata de encontrar una razón para seguir creyendo que este país cambiará positivamente dejando atrás sus eternas como profundas dolencias.

El grito fue respondido por varios compañeros y compañeras de la vida. Me gustó la respuesta del sociólogo Ramón Tejada Holguín, quien se dice consciente de que la pregunta es retórica “porque hay algo de visceral en lo que hacemos, algo que se nos metió en el alma en algún momento, de nuestras vidas y ese algo no se sale ni con tanta desesperanza”, para concluir en que esas circunstancias nos obligan a repensar nuestras acciones y ser más efectivos en nuestros esfuerzos e intentos.

La respuesta que más me impactó fue la de la

también socióloga Miriam Díaz Santana, no porque sea mi hermana, sino tal vez porque fue la más elaborada. Ella se sentó a responder, tan largo que me obliga a resumir:

“Contribuyo con las causas en las que creo porque me siento bien haciéndolo y porque, en última instancia, me sentiría peor renunciando frente a las dificultades. Creo que es importante hacer lo posible porque esas causas tengan resultados positivos, pero si no los tuvieren, o si yo no alcanzara a verlos, de todas maneras hago de cuenta que estoy sembrando una semillita o una mata, y que algún día alguien comerá sus frutos o se recostará bajo su sombra.

“Pienso en las grandes figuras de la historia que me inspiran admiración o respeto. La mayoría nunca vieron realizados sus ideales, pero igual vivieron dedicados a ellos y pasaron a la memoria eterna justamente por su fe, su perseverancia y desinterés. Las personas con altos niveles de conciencia siempre han sido minoría, en todas las épocas y lugares y, si uno se considera dentro de ese selecto grupo, no debe sentirse mal, sino orgulloso.

“Pienso en mis hijos y nietos, en la clase de ejemplo que quiero darles, en los valores que he tratado de inculcarles, y decido que a esta altura de mi vida no puedo traicionar esos valores y que me gustaría que me recordaran como una persona perseverante, honesta y confiada en que la forma de vida que he escogido es la correcta.

“Pienso que si la vida que me puso justo en este lugar, en este momento, es por algo. Si me dio las capacidades, las ideas y la fuerza que tengo debo hacer honor a ellas, ser fiel a mí misma y no pensar demasiado en los resultados. En última instancia no me da la gana de darme por vencida, pues después de tantos años no les voy a dar la razón a los que piensan que no vale la pena la lucha por ideales. Llegar a esa conclusión sería una frustración muy grande”.

Después de este mensaje, que comparto rotundamente, me siento relevado de agregar otras reflexiones. Nada más concluir con la recurrida cita del universal poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, un rebelde de principios del siglo pasado:

Hay hombres (y mujeres) que luchan un día y son buenos. Hay muchos que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida. Esos son los imprescindibles.

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