Los impuestos municipales

Los impuestos municipales

ANGEL BARRIUSO
Nuestros ayuntamientos han dependido del Poder Ejecutivo, perdiendo en la mayoría de las veces su autonomía administrativa y política, cuando constituyen el gobierno exacto de la ciudad que, si estrecharan sus vínculos con las gobernaciones provisionales y con la ciudadanía y/o sociedad civil, elevarían su nivel de eficiencia y de credibilidad.

Los munícipes han perdido la fe y el contacto ordinario con los ayuntamientos, muy a pesar de que el síndico es la autoridad más cercana que tenemos, después -aunque en unas relaciones primarias y por necesidad- con los cuarteles policiales. Un ayuntamiento sirve al ciudadano hasta en nuestra convivencia con nuestros vecinos.

La corrupción y las deficiencias mostrados por nuestros ayuntamientos provocó que el ciudadano minimizara el papel de un síndico, y que éste fuese visto como un puesto más en el montón gubernamental. De manera que la gran tarea de un síndico, en estos momentos, es rescatar la imagen del puesto.

La Capital ha sido reorganizada, atendiendo a viejos reclamos y, muy a pesar de los cabos sueltos, la división territorial alcanzada en estos momentos es positiva y permite mayor desarrollo económico, social y urbano. Lo que requerimos es saber planificar, atendiendo a las disposiciones, reglamentos y leyes establecidas. Que nuestros regidores representen al ciudadano, cosa que podría lograrse si el síndico invitara a las sesiones de la Sala Capital a instituciones de la sociedad civil, como clubes barriales, sociales, deportivos y los clubes de León.

Es mucho lo que puede alcanzar una gestión municipal si quisiera reorganizar el espacio urbano y convertirse en el mejor aliado del municipio y del ciudadano. ¿Cómo podré pagar mis impuestos a un ayuntamiento al cual no le tengo la más mínima confianza? ¿Para qué pagarle la basura, si hay deficiencias?

Nuestros ayuntamientos pueden lograr autonomía administrativa y hasta liberarse del compromiso político y cabildero con la Liga Municipal Dominicana. Es cuestión de ganarse la autoridad, pero ganársela jamás significa convertirse en jefe, en batuta y constitución. No hay por qué ser autoritario, porque ejercer la autoridad nunca es igual a la arbitrariedad. La mayoría de las personas que asumen una jefatura lo hacen con el don de las órdenes, la imposición, un poder.

La calidad de una gestión no la podemos medir por el carácter policial de una jefatura o autoridad pública. La aplicación correcta de la ley, la disciplina y el cumplimiento del deber garantiza autoridad, porque quien primero ha de aplicarse orden es la propia autoridad para tener la calidad moral suficiente de reclamarle a terceros. ¿Cómo puede cobrarnos un servicio con una tarifa inconsulta cuando no tengo la forma de reclamar su mejoría o su incumplimiento?

He visto, por ejemplo, «que el Ayuntamiento de la Capital arrecia el cobro de los impuestos», y tiene pleno derecho de hacerlo porque sin dinero nunca podrá desarrollar tareas mínimas.

Un ayuntamiento requiere de un inventario de todo aquel que ha de pagar impuestos municipales, logrado esto entonces provocar reuniones sectoriales o territoriales para que nuestras autoridades municipales presenten sus planes al munícipe a los fines de que conozca el destino de su dinero. Hay un montón de disposiciones municipales ignoradas por la sociedad y, en consecuencia, su capacidad de respuesta es nula. No se trata de una simple irresponsabilidad municipal es falta de información y de comunicación con la ciudadanía.

¿De qué se trata?

De la reorganización de un asunto primario: los derechos y deberes de las partes. Es el replanteamiento de un contrato del Ayuntamiento con la municipalidad, evitando la eficiencia en los cobros con la arbitrariedad.

Pagaremos los arbitrios pero sin arbitrariedad. Nuestros síndicos deben recordar el pasado para ganarle la batalla a la degradación de las gestiones municipales. Por tal cosa insisto que el primer paso de un gobierno municipal es rescatar la imagen del Ayuntamiento y convertir la Sala Capital en un cabildo abierto, dándole participación a la sociedad civil. Y esto no es tan difícil si queremos ser honestos, porque lo más fácil es «fabricar» juntas de vecinos que legitimen la arbitrariedad, como se ha hecho en el pasado.

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