Los indignados y nosotros

Los indignados y nosotros

Stépahne Hessel es un hombre muy viejo que mira el mundo con los ojos del revolucionario francés del siglo pasado. Cuando escribió el manifiesto “Indignaos” tenía  noventa y tres años; había luchado en la Resistencia contra la ocupación alemana, sabía que el fin personal no estaba lejos,  y juzgaba una suerte poder  emplear ese tiempo para llamar al mundo a levantar una verdadera insurrección, a hacer  flamear “uno de los componentes de la condición humana: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella”.

Pero jamás se imaginó el efecto que tendrían sus muy breves reflexiones sobre la sociedad de nuestros días.  Los “indignados” brotan en los grandes países del capitalismo mundial, reverdecen  tiñendo de una rabia santa los grandes centros financieros del capitalismo, y eligen su moral señalando sin titubeos a los culpables de la crisis.

“Indignaos” no es un libro, como “El horror económico”, de Viviana Forrester;  apenas alcanzan a prefigurar sus pocas páginas el compromiso libre, por  el cual cada hombre se realiza al realizar un tipo de humanidad, asumiendo el carácter absoluto del acto que lo obliga a tomar una posición, tal y como predicó el concepto del compromiso sartreano.

El de StéphaneHessel es retomar los principios  del Consejo Nacional de la Resistencia francesa, cuyo programa es un discurso humanista integral. Comienza por negar el universo de exclusiones que caracterizan la convivencia contemporánea, y abomina de “esta sociedad de indocumentados, de expulsiones, de sospechas (…) en la que se ponen en cuestión las pensiones, los logros de la Seguridad Social (…) donde los medios de comunicación están en manos de los poderosos (…) y donde el poder del dinero no ha sido nunca tan grande, tan insolente y tan egoísta con sus propios servidores (…), donde los bancos se preocupan mucho por sus dividendos y por los altos salarios de sus dirigentes, no por el interés general (…) un mundo en el cual hay cosas insoportables (…) en el que la brecha entre los más pobres y los más ricos no ha sido nunca tan grande, ni la búsqueda del dinero tan apasionada”.

Contra todo eso, y mucho más, se justifica la indignación. Y es bueno indignarse, porque cuando uno se indigna se vuelve militante, fuerte y comprometido. Stéphane Hessel lo testimonia con su propia vida, y ofrenda el martirologio de la Resistencia, cuya fuerza impulsora fue la indignación. Entonces habla a los jóvenes: “Nosotros les decimos: tomad el relevo, indignaos! Los responsables políticos, económicos e intelectuales, y el conjunto de la sociedad no deben dimitir ni dejarse impresionar por la actual dictadura de los mercados financieros que amenazan la paz y la democracia”.

Quienes han visto las movilizaciones en España y otros sitios de Europa, y ahora en los Estados Unidos, deberían saber que las modestas reflexiones de ese anciano de noventa y tres años son el combustible que ha echado a andar esas protestas pacíficas. “La peor de las actitudes es la indiferencia” -proclama él, haciendo arder la leña seca del individualismo. Y cincela el juicio con el sesgo racionalista más contundente: “Estas razones son fruto menos de una emoción que de una voluntad de compromiso”. Es, pues, un manifiesto contra la sociedad del dinero, y un portazo formidable de un viejo  luchador de noventa y tres años que pide una organización de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general.

¿Y nosotros, los dominicanos, cuándo levantaremos la indignación contra quienes nos han gobernado en los últimos cuarenta años, y nos han convertido en el país más corrupto de la tierra, en el espectáculo más deprimente en cuanto al sistema educativo, en la más degradada versión de la condición humana por la mezcla diabólica de miseria material y miseria moral?

¡Oh, Dios! ¡Nosotros sí que tenemos motivos para indignarnos!

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