Los indonesios temen un mensaje divino con
tanta catástrofe

Los indonesios temen un mensaje divino con <BR>tanta catástrofe

VOLCAN MERAPI, Indonesia, (AFP) – Un mensaje divino. Es así como explican los javaneses místicos del volcán Merapi la cólera de su «montaña de fuego» y el mortífero sismo que azotó este fin de semana a la región

«Yo creo que es porque la gente ya no sabe comportarse», estima Suryoto, un quincuagenario que vive en las faldas del volcán.

De nada sirve la tesis científica que explica que los fenómenos volcánicos y sísmicos son causados por el encuentro de las placas tectónicas indoaustraliana y eurasiana.

Cerca del Merapi se cree que todo es obra de los espíritus.

Y estos andan un poco descontentos porque los hombres «están demasiado preocupados por las cosas materiales», afirma Suryoto.

Desde hace algunas semanas, el volcán que culmina a más de 2.900 metros de altura, registra una actividad preocupante con erupciones de lava candente, masas gaseosas a altas temperaturas terriblemente destructoras.

Más de 20.000 habitantes han sido evacuados.

El sábado, el temblor de tierra de magnitud 6,3 que ha matado a más de 5.000 personas, fue percibido como otro «mensaje».

«Los javaneses que creen en la espiritualidad ven en ello una señal, una advertencia del Todopoderoso», asegura a la AFP Maridjan, nombrado hace tiempo por el sultán de Yogyakarta «guardián» oficial del Merapi.

«El problema es saber si la gente va a comprender o no esta advertencia», prosigue.

Los habitantes locales creen que hay una relación mística entre el Merapi y el «Mar del Sur», como se conoce al océano Indico, separados por unos sesenta kilómetros.

Aunque la gran mayoría de javaneses se dicen musulmanes, su fe es un sincretismo que mezcla a Alá con creencias ancestrales. Por lo que persiste el culto de Nyai Loro Kidul, la «Reina de los mares del sur».

Supuestamente, esta diosa reina en el mundo marino de la costa sur de Yogyakarta, precisamente allí donde el seísmo tuvo su epicentro.

Su homólogo masculino se llama Kiyai Sapujagad y vive en el cráter del Merapi, según esta superstición muy anclada en la gran ciudad de Yogyakarta.

Estas dos figuras míticas habrían aceptado proteger en el XVII al palacio real de Yogyakarta –una institución que ha sobrevivido a la instauración de la República indonesia–, a cambio de que los sultanes realicen cada año y durante diez generaciones, ofrendas de tabaco, víveres, flores y ropa.

El actual sultán Hamengkubuwono X ha cumplido su palabra, pero la sociedad no la logrado satisfacer a los dioses, lamenta Wignyo, un agricultor de 47 años del pueblo de Kaliadem.

Agustina Ismunjiah, que trabaja en el palacio del sultán como guía, es de la opinión que los humanos no se comportan bien, de ahí las últimas tragedias.

«Se trata de advertencias para que la gente haga una introspección y revise su relación con Dios, con los otros y con el medio ambiente», dice.

Si ignoramos el mensaje del terremoto, habrá otra catástrofe, advierte Wignyo. «Somos nosotros quienes tenemos que decidir», dijo.

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