Los jesuitas retirados dedican mucho tiempo a los libros

<p>Los jesuitas retirados dedican mucho tiempo a los libros</p>

POR ÁNGELA PEÑA
La enfermedad y la edad no han aniquilado la costumbre del estudio, el delirio por la lectura, un arrebato por el trabajo que los mantiene en pie, a pesar de sus años y retiro. Uno de ellos padece alzheimer y sólo sus compañeros saben que el hermano perdió la memoria porque, como apenas conversa y está robusto y lozano, aparenta tener lucidez doblando en el pequeño escritorio de su cuarto la carta que escribió sabe Dios a cual destinatario de su mente enajenada.

Por eso, aunque algunos jesuitas de los residentes en Manresa Loyola están en silla de rueda o postrados, el ambiente no deja la impresión de ser asilo  ni hospital, más bien parece el recinto inviolable de eruditos. Es que todos han sido en sus mejores tiempos figuras descollantes de la intelectualidad, la ciencia, el Evangelio, literatura, artes, magisterio. Estantes, libros, computadoras, breviarios, misales, diccionarios, enciclopedias, libretas de notas y lapiceros acompañan su estancia aislada, silenciosa, tranquila, con el lejano susurro del mar, el murmullo de la brisa y el sonido acompasado que produce el vaivén de las hojas de los árboles al chocar, como música de fondo.

Julio Cicero es sencillamente impresionante. Dios le ha premiado con una privilegiada lucidez y a sus 86 años escribe en el ordenador, intercambia profundas pláticas con los demás en las acogedoras terrazas de la comunidad, escribe, consulta, lee, oficia misa y tiene aún tiempo para velar por el crecimiento, el verdor y el colorido de sus Yagrumos, Corazón de paloma, Muñecos de fruta roja que alimentan a las ciguas o los caracolíes en espiral, los tomates enanos y otros árboles nativos. Corrigiendo un texto es sorprendido en su alcoba modesta que es también biblioteca y oficina. Nació en Mérida de Yucatán, México,  el 12 de enero de 1921, hijo de Víctor Cicero y Rita MC-Kinney pero siendo él niño la familia se trasladó a Cuba donde él ingresó al Colegio Belén y después, novicio, al de Cienfuegos.

Botánico y biólogo, impartía docencia en el Loyola  y de viernes a domingo recorría el país junto a Eugenio de Jesús Marcano y Félix Servio Ducoudray investigando flora y fauna. «Es muy importante para la gente retirarse a tiempo, cuando tú ves que ya no puedes hacer algunas actividades, tú te retiras, esas actividades las van a tomar gente joven, que las va a hacer mejor que tú por estar más al día, entonces, lo que yo puedo hacer, lo hago muy bien», comenta, agregando que no lo jubilaron, él lo solicitó y hace ahora lo que le gusta hacer. «¿Te gustan los pajaritos y las maticas? Siiigue por ahí… Así que me he dado la gran vida», dice  con gracia, afirmando que la Compañía le dio por el gusto. «Hay gente que nunca ha desarrollado un entretenimiento, un hobby, se acostumbra a su oficina y el día que no va, pues se muere. Yo fui preparando mi retiro poco a poco».

El Señor, refiere, está presente en todas sus reuniones. «El apostolado del sacerdote no es sólo decir misa y dar ejercicios espirituales, cuando estás dando clases, cuando tratas con la gente ¿cuál es tu preocupación? Que conozcan a Dios, y como miembro de la Iglesia lo doy a conocer en lugares donde el sacerdote no entra frecuentemente, eso es muy positivo. El caso de la UASD: yo estoy dando clases, participo en la vida social de los profesores y por ejemplo, en una reunión de fin de año vamos a comer un sancocho en casa de tal profesor, pues yo voy con todo el mundo, yo no hablo del tema religioso, ellos lo sacan. ¿Ves esa presencia?», pregunta.

«Así es, añade. El Padre me lo regala todo, y el día que Él quiera, bendito sea, pero hasta ahora, la memoria falla más fácilmente, pero la cabeza creo que está bien, aunque estoy dispuesto a que me empiece a fallar en cualquier día». Habla de las especies de helechos colectadas en Valle Nuevo, de las plantas, insectos, madera, violetas de Los Alpes, los artículos y libros y llega el padre Láutico a unírsele, devocionario en mano.

«Se me ha ido todo…»

Láutico  dice que no está bien, que ya la memoria se le escapa, «se me ha ido todo», lo cual no es tan cierto. Recuerda que nació el 7 de marzo de 1923 en un pueblo de León, Valle de Mancilla, hijo de Miguel Liborio García y Constantina Álvarez. Fue compañero de Cicero en el colegio de novicios de Cienfuegos, Cuba. Está en Manresa desde que sufrió un accidente viajando de Santiago a Santo Domingo a grabar su programa de televisión.

Escribe en máquina mecánica sus artículos y habla poco. De la polémica que sostuvo con Juan Bosch cuando éste aspiraba la presidencia, en 1962, no entra en amplias consideraciones. «Ya ha pasado mucho tiempo, sí digo que Juan Bosch me dio la nacionalidad dominicana dos años después».  Es un enamorado de la teología y la filosofía, en la que tiene dos doctorados, uno de la Universidad de Comillas, otro de la UASD. Ex profesor del seminario Santo Tomás de Aquino, hizo su tesis doctoral sobre Francisco de Miranda, precursor de la independencia venezolana. Estuvo de párroco en la iglesia Santísima Trinidad durante 26 años y fundó y dirigió el actual colegio Santo Tomás de Aquino. Ha sido además párroco en el Santo Cerro y San Ignacio de Loyola, entre otras.

Con ellos está el padre Tomás Macho, intentando recordar sus experiencias como capellán en Bahía de Cochinos. En silla de ruedas, con sus enormes ojos azules y el cabello lacio encanecido, evoca con dificultad sus años de profesor de filosofía en Vancouver. Es también un gran lector de filosofía. Nació en Santander, hijo de Ángel y María Macho.

En la enfermería le toman la presión al amoroso padre José Sánchez, distinguido no sólo por su entrega a la educación en el Loyola sino por la religiosidad con que visitaba a los niños del hospital Robert Reid. Estuvo en Sagua La Grande, Cuba, Puerto Rico y finalmente aquí. En uno de sus viajes al centro infantil de salud le atacó una flebitis que lo obligó al reposo.

Por otro lado, ocurrente y feliz, está el padre Francisco Javier Lemus al que un derrame cerebral le adormeció el brazo izquierdo. Conserva el acento y el entusiasmo típicos de los cubanos. «Lemus de Bauta», exclama el hijo de Francisco Lemus y Flora Pérez, nacido el 5 de octubre de 1932. «Vine en 1964, me tocó pagar mis pecados en la Revolución del 65», cuenta. Orientador  de jóvenes  en el Loyola y en el Politécnico de San Cristóbal, y ayudante de novicios «en esta santa casa», yendo a Le Vega en unas Navidades se detuvo en una famosa parada de Bonao donde le sobrevino el ataque. Ahora se concentra en concluir un trabajo sobre Religiosidad Popular en República Dominicana.

Otros huéspedes de Manresa son Francisco Bartolomé Chico, quien estuvo veinte años de párroco en Azua y otros veinte en Villa González, y Carlos Rodríguez, reconocido en la región del Cibao por sus años de director de Radio Santa María. Nació en La Habana el diez de marzo de 1934, hijo de Vicente Rodríguez y Margarita Fernández, y con simpatía dice irónico que esos apellidos son «de origen alemán, muy alemanes los dos». Al observarle que casi todos los curas retirados en Manresa son cubanos, reacciona enérgico y gracioso: «¡Claro! ¡Si no nos dejan entrar allá!». Su hermano también jesuita, Vicente, está enterrado en Manresa y él conserva la bala del arma del policía que le arrancó la vida en el kilómetro 13 de Haina, hace alrededor de 30 años. Rodríguez fue, además, párroco en el Santo Cerro y Jesús Maestro y director del Loyola y del Seminario  Santo Tomás de Aquino. Ahora promueve la institución del Apostolado de la Oración y, a pesar de la agresiva artritis que «me está comiendo», visita varias parroquias.

El atento guía del recorrido que deja tan admirables impresiones por la alegría y el ejemplar comportamiento de estos curas, es el padre Benito Blanco, a quien todos profesan el respeto de un padre biológico y espiritual. Soba, que ya agoniza, lo requiere en su lecho. Nacido en Palencia en el pueblito de Santillán de La Vega el 15 de enero de 1922, es apóstol, maestro, ejecutivo. Hijo de Felipe Blanco y Segunda Martínez, ha sido Provincial de los Jesuitas de las Antillas desde que llegó en 1968 hasta 1974 cuando viajó a Roma como superior de una comunidad de 118 miembros de la Orden. Luego fue director, rector en el Filosofado, rector del Seminario Santo Tomás de Aquino, director de los retiros espirituales de Manresa, vicerrector y profesor del Loyola, Supervisor de obras, Provincial y ahora, Superior Religioso de Manresa. En las mañanas trabaja en el Loyola. Formado también en el Colegio de Belén, estuvo cuatro años en La Sorbona para obtener el Doctorado en Estudios Clásicos.

Pese a padecer cáncer, no se sienta. Conoce apenas el ascensor pues prefiere usar las escaleras cuantas veces necesite subir o bajar durante el día. Paciente, tierno, cariñoso, es además confesor y charlista en  retiros de seglares.

Dice que la fe, la confianza, saber que han trabajado para servir los mantiene tan gozosos, aun en la adversidad de sus quebrantos. Cuenta que el doctor Perrota, que pasó allí muchos años, decía: «Llevo aquí viendo morir a un montón de jesuitas y nunca he visto que se queje nadie, al contrario…».

«Uno se siente bien, tranquilo, contento. Aquí donde me ves, yo tengo cáncer, pero digo: ¿y qué más me da a mí cáncer que no, cáncer que sí? Total, después de los 80, como dicen… ¿Por qué me voy a estar quejando? El día que llegó, pues llegó».

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