Los judios en el destino de Quisqueya
La Villa de San Carlos fundada por los canarios

<STRONG>Los judios en el destino de Quisqueya<BR></STRONG>La Villa de San Carlos fundada por los canarios

POR CARLOS  ESTEBAN DEIVE
Alegan que  los judeocanarios que se asentaron en Santo Domingo formaron comunidades herméticamente cerradas, endógamas
En  1684 se efectuó la primera  partida de 100 familias  canarias con un total de 540 personas. Con ellas se fundó la villa de San Carlos de Tenerife, situada, no a orillas del río Ozama, como dice Ghasmann, sino al pie de la muralla norte de la ciudad de Santo Domingo, en la zona que actualmente ocupa el barrio de ese nombre.

Posteriormente tendrían lugar las erecciones de Bánica (1684), San Juan (1733), Samaná (1756), Sabana de la Mar (1760), Neiba (1761), San Miguel de la Atalaya (1768), San Rafael de la Angostura (1769) y otras.

Mención aparte merece el poblado de Hincha por lo que de él expresa el intelectual haitiano Jean Ghasmann. Según escribe, Hincha era una ciudad española en el siglo XVI, pero en los dos  siguientes pasó a ser francesa. Agrega además que descubrió que en ella residían muchos judíos porque después de la insurrección de los esclavos de Saint Domingue en 1791, todos se mudaron al este, integrándose en las comunidades judías sin mayores inconvenientes. Dice también que Buenaventura Báez nació en Hincha a finales del siglo XVIII, era hijo del sacerdote Antonio Sánchez Valverde y fue criado por una familia judía de Baní, del mismo apellido, que se dedicaba al oficio de la joyería, por lo cual se comprende que un hombre con un acta de nacimiento francesa o haitiana jurase advitam como afrancesado. Tanto los Báez como los Cabral eran, añade, hacendados y políticos de Hincha. Uno de estos últimos, Marcos, fue alcalde ordinario de esa población hacia 1785, durante la ocupación francesa.

Varios son los yerros que comete Ghasmann a propósito de Hincha, Báez y Cabral. Hincha se fundó en 1704 con familias canarias llegadas por esa fecha. Su lugar de emplazamiento fue el abandonado valle de Guaba. Mal podía, pues,  ser ciudad española en el siglo XVI y francesa en los siguientes. Cayó en poder de Francia en agosto de 1794, cuando Toussaint Louverture la conquistó junto con Las Caobas, Bánica, San Miguel y San Rafael durante la guerra hispana francesa de 1793 a 1795. Como en 1791, año en que tuvo efecto la insurrección de los esclavos de Saint Domingue, Hincha aún seguía estando bajo el dominio de España, resulta imposible que los judíos residentes en ella-si es cierto que los había- se mudaran al este, ya que estaban en territorio oriental.

Buenaventura Báez no nació en Hincha a finales del siglo XVIII, ni era hijo de Sánchez Valverde, ni fue criado por una familia judía de Baní. Vino al mundo el 20 de octubre de 1812 en Rincón de Neiba, hoy Cabral. Sus padres fueron Pablo Altagracia Báez y Teresa de Jesús Méndez. A quien se tenía por hijo ilegítimo del presbítero era a Pablo Altagracia, quien se crió en la ciudad de Santo Domingo, donde un francés le enseñó el oficio de platero, dándole su apellido. A la edad de quince años Buenaventura fue enviado a estudiar a Francia. Regresó en 1835. Su acta de nacimiento no era, por tanto, francesa o haitiana. Haití aún no existía como nación. Quizás su afrancesamiento se debía a los ocho años que permaneció en París, donde sin duda asimiló una parte de la cultura gala. En tres ocasiones intentó poner la República Dominicana bajo la protección de Francia y en una de Estados Unidos. Fue presidente del país 5 veces.

Ghasmann expresa que los judeocanarios que se asentaron en Santo Domingo formaron comunidades herméticamente cerradas, endógamas, conservando de ese modo su homogeneidad étnica. No obstante, en otro párrafo de su obra dice que se mezclaron con cristianos, esclavos, o criollos de descendencia africana, terminando, después de un prolongado proceso de asimilación, por integrarse a la sociedad dominicana. ¿Cuál de las dos afirmaciones es cierta?

¿En qué se basa Ghasmann para aseverar que la mayoría de los canarios venidos a Santo Domingo eran de oriundez judía? Se basa en sus apellidos, entre los que cita a Jiménez, Fernández, Rodríguez, Sánchez y Pérez. En vez de apellidos judíos, habría que decir «de judíos.» Apellidos netamente judíos son, por ejemplo, Leví, David, Abraham, Zacuto, Abarbanel, etc. Los otros corresponden a cristianos españoles. Los judíos que se convirtieron al catolicismo adoptaron los de sus padrinos o bien nombres de ciudades, como Talavera o Cáceres, ríos, calles, oficios y plantas. Mordechai Arbell, en un artículo sobre la historia de los López-Penha, explica que, para escapar de la Inquisición, judíos conversos que eran miembros de una sola familia se ponían diferentes apellidos como Fonseca, Campos, Rodríguez y Núñez. Evidentemente, personas que se apelliden Ramírez o Fernández  pueden ser judías, pero no todas las que los llevan.

En opinión de Ghasmann, la presencia de judíos en la parte oriental de Santo Domingo fue evidente a todo lo largo del siglo XIX. Motivos para desalentar la migración judía ya no había, puesto que, aclara, la política de la Inquisición española en Europa, con el reforzamiento del antisemitismo histórico en Santo Domingo, había perdido fuerzas. Nos cuesta trabajo entender cómo, si en la colonia española recrudeció el antisemitismo, pudo ser tan palpable en ellas la existencia de judíos.

Ghasmann sugiere, o al menos así luce, que la preocupación de  España por su fracaso en las guerras contra Francia propició el auge de los judíos en Santo Domingo. Como es sabido, Napoleón Bonaparte invadió España en 1808 aprovechando la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII. Deseando el nuevo monarca entrevistarse con el astuto corso, viajó a Bayona. En esa ciudad, Napoleón logró que Fernando VII renunciase al trono, colocando en él a su hermano José Bonaparte.

Dos días antes de la sustitución de Fernando VII, el  pueblo de Madrid se había levantado en armas contra los franceses, y de inmediato, lo hizo también la nación en masa. Aunque las tropas napoleónicas obtuvieron importantes victorias, las guerrillas españolas les causaron considerables daños, contribuyendo a desmoralizarlas. La intervención  de Inglaterra en el conflicto y la invasión a Rusia desnivelaron la relación de fuerzas, beneficiando a los aliados. El 31 de agosto de 1813, José I cruzó los Pirineos.

En su resumen de esos hechos, Ghasmann expresa sin solución de continuidad que, al firmarse el Tratado de Basilea del 1795, la desaparición de la Real Audiencia de Santo Domingo cuatro años después abrió las puertas a una masiva inmigración judía, agregando que, a partir de 1815, España inició una nueva caza de brujas en el territorio oriental. Ni nos atenemos a cómo Ghasmann empalma dicho resumen con el Tratado, parecería que fija el fin de la guerra contra Napoleón en 1795. En realidad fue en diciembre de 1813 con el de Valencay.

Cuando Ghasmann habla de una cacería de brujas en Santo Domingo se está refiriendo a los judíos. Pues bien, la vuelta en España al ancien regime tuvo, entre otras consecuencias, la reposición del Tribunal del Santo Oficio. El arzobispo Valera, quien recibió  ese regreso jubilosamente, recomendó ante el de Cartagena, como comisario, al deán José Gabriel Aybar, pero no debió tener mucho  trabajo a no ser el dedicado a confiscar libros de índole liberal o atentatorios a la moral tradicional. Por su parte, y a tono con las directrices del gobierno metropolitano, el gobernador Urrutia se apresuró a pregonar un bando contentivo de una serie de normas por las que en lo adelante se regirían todos los habitantes de la colonia. Una de ellas estableció que, en las procesiones donde se expusiese el Santísimo, los judíos y personas pertenecientes a otras religiones, se apartarían y ocultarían al paso de los cortejos, pero, si decidiesen presenciarlas, se comportarían como los católicos, es decir, tendrían que arrodillarse. Si la caza de brujas consistió en esa medida, los judíos no lo pasaron tan mal.

La revuelta de los españoles contra Napoleón fue  aprovechada por los criollos de Santo Domingo para expulsar de su territorio a los franceses comandados por el general Ferrand. Reconquistada la colonia y devuelta a España, en 1809, Sánchez Ramírez, el principal caudillo de la rebelión, asumió el gobierno de la colonia en medio de un cúmulo de precariedades. Ghasmann cree que ese gobierno era provisional y estaba dirigido por Sánchez Ramírez, José Núñez de Cáceres, Manuel Caballero y José Joaquín del Monte. Todos, al decir de Ghasmann, sefarditas. En honor a la verdad, sólo tras la muerte del líder de la Reconquista la colonia pasó a ser gobernada interinamente por el coronel Caballero y Núñez de Cáceres, este con el cargo de teniente de gobernador e intendente político.

Núñez de Cáceres proclamó a finales de 1821 la constitución del Estado Independiente de la Parte Española de Haití bajo los auspicios  de la Gran Colombia, siendo designado presidente y gobernador político. Una vez que tomó posesión de sus cargos, procedió, nos informa Ghasmann, a cancelar solamente  a los burócratas españoles de sus posiciones para sustituirlos por criollos. Y, a seguidas, se pregunta por qué motivo lo hizo si también él era español. He aquí otro error de Ghasmann. Núñez de Cáceres nació en Santo Domingo el 14 de marzo de 1772. Por lo demás, no sólo prohibió a los españoles que desempeñasen empleos en el gobierno, la judicatura, la hacienda, los municipios, ya fuesen civiles o políticos. Ningún extranjero, no importaba la nacionalidad, podía optar por ellos aun cuando hubiese conseguido la carta de naturaleza. De esa disposición quedaban exceptuados los militares siempre que antes se adquiriesen la ciudadanía dominicana.

Ghasmann juzga por los apellidos Núñez y Cáceres que el fundado autor de la Independencia Efímera era sefardita. Había que demostrar con pruebas fehacientes ese ascendiente, pues esos nombres no la califican por sí mismos.

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