Los ladrillos de la historia

Los ladrillos de la historia

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
HENRIQUEZCAOLO@HOTMAIL.COM
– De paja con lodo se hacen los ladrillos que constituyen la historia; y entre lodo y paja pasan los siglos. Usted, doctor Ubrique, no vivirá lo suficiente para ver una mutación radical en el comportamiento de los políticos. Debe, pues, aprender a nadar en tierra, a respirar bajo el agua, a dormir protegido por un toldo. – ¿Quiere usted decir que es preciso adaptarse a cualquier cosa con tal de sobrevivir? – Claro está; en los muertos no anida la esperanza; en cambio, los condenados a la pena máxima la conservan hasta que llega el día de su ejecución. – Usted me ayuda a recordar las recomendaciones que le hacía un tío a Lidia Portuondo.

Es un tipo muy hábil, que vive satisfecho en La Habana, a los setenta y cinco años. Me contaba Lidia: “aprendí con ese tío que lo inteligente es trabajar dentro del gobierno, con los del gobierno, usando el lenguaje del gobierno y el estilo del gobierno”. Ella agregaba el estribillo de su tío: “es mejor, y mas cómodo, vivir de la comedia que poner una bomba en el teatro”.- Bueno, Santo Domingo es una isla más pequeña que Cuba; pero, al fin y al cabo, son dos islas parecidas. Su mujer no parece tonta; se ve que estaba decidida a conservar sano y libre a su hombre. – Esto lo dijo cuando supo de los sufrimientos y prisiones del escritor yugoeslavo Milovan Djilas. Enseguida preguntó cómo se llamaba su mujer y si tenía hijos. Ella, y su amigo Azuceno, jamás habían oído hablar de ese hombre en Cuba. – Es el autor de “Conversaciones con Stalin”. – Usted es periodista; además, ha viajado a Europa del Este; ellos no han salido nunca de Cuba; son personas que trabajan en asuntos ajenos a la información política. Usted está enterado de todo; ellos solamente tienen “noticias oficiales”.

– Ahora comprendo un poco mejor su relación con esas personas. Poder confiar en quienes no son miembros de la familia es algo extraordinario. En las sociedades con gobiernos totalitarios la confianza ante el extraño desaparece por completo. Es muy difícil que surja esa forma de intimidad con un extranjero recién llegado. Por lo que me dice supongo que sus conversaciones tocaban asuntos políticos locales. – Nunca la puse en apuros; ella ha crecido y vivido dentro de un régimen militar. Trabaja en la fábrica de uniformes militares. Lidia tuvo miedo cuando yo me negué a quemar una obra que circulaba en Santiago clandestinamente. La comprendo perfectamente. Al final, aceptó mi decisión y afrontó el peligro que significaba tener un libro de un autor prohibido. En 1920 Bertrand Russel observó que había entre los comunistas un “habito de certidumbre militante acerca de cuestiones objetivamente dudosas”. Creía Russel que esa actitud equivalía a la supresión o la muerte del pensamiento científico. En La Habana yo comprobaba esto todos los días dentro de la Unidad de Investigación.

– Según el rey Salomón, después de la muerte “no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”. Es natural que el hombre quiera conservar la vida. Yo soy el primero en reconocer el valor del “instinto de conservación”. Por eso salí de Hungría; y por el mismo motivo me fui de Cuba. Me gusta mirar el follaje verde de los árboles de esa plaza de la esquina; me gusta sentir la brisa en la piel; y tocar las piedras calientes a medio día; y oír cantar los pájaros al amanecer. Amo la vida, ciertamente. Espero volver a dormir con mujer, que es la culminación del bienestar en el hombre saludable. Los consejos de Lidia y los suyos apuntan hacia el mismo blanco: la supervivencia por encima de todas las cosas. Estoy de acuerdo con ambos; ahora bien, hay momentos en que un hombre acosado puede elegir la muerte; y preferir ser fusilado a sufrir el tormento de la humillación perpetua. A los políticos no les basta con dirigir el ejército, la policía, el parlamento, administrar el presupuesto de la nación y establecer impuestos; pretenden, además, reglamentar la cultura, fijar pautas al arte y al pensamiento. Comisarios simplones – a veces resentidos o perversos – se empeñan en controlar la imaginación de poetas, filósofos, científicos.

– Penoso es que te encierren en una cárcel por haber opinado contra una disposición del gobierno, por escribir una sátira política o hacer burlas y chistes sobre un funcionario. En ese caso aprisionan tu cuerpo, la carne doliente y los huesos; pero es mucho peor que se le pongan barrotes a las ideas, a los sentimientos. Sí, amigo, es cierto que de paja con lodo se hacen ladrillos políticos todos los días. La paja y el lodo suelen ser infecciosos. Lo terrible, sin embargo, no está en los ladrillos mismos. Lo grave consiste en que se usen para levantar edificios sobre un empedrado de crímenes e infamias. ¡Muchas veces ocurre así!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas