Los ladrillos y el transmilenio

Los ladrillos y el transmilenio

TONY PÉREZ
BOGOTÁ, Colombia.-
Este miércoles 27 el centro de la agitada Bogotá estuvo convulso. Grupos de manifestantes brotaron por los cuatro costados para juntarse en Plaza Bolívar y rechazar el Tratado de Libre Comercio, el principal punto de su agenda de reclamos al gobierno de Uribe. Pero la policía capitalina, con sus escudos, macanas y carros bombas, minó temprano toda el área para franquearlos y evitar el agravamiento del tránsito en las horas pico. Sus trajes verdes resaltaban entre los protestantes.

La fría ciudad, matrimoniada sin reversa con sus cerros y múltiples edificios de ladrillos, seguía sin embargo activa, como indiferente a lo que pasaba en La Jiménez con calle Diez, donde el coro sumaba más y más voces. No sé si es porque lo que pasaba era chico frente a los miedos profundos e incertidumbres de la guerra o porque la actividad resultaba pintoresca entre el tráfago bogotano. Todo lucía normal; no así para visitantes quizás impactados por las noticias que sobre Colombia difunden las multinacionales de la comunicación hacia los países del tercer mundo.

Esta metrópoli suramericana luce próspera. Desde sus noches de luces de neón que hormiguean e impresionan, hasta sus mañanas de miles de colombianos que corretean por las calles y copan los centros productivos y espacios para la economía informal.

No hay dudas. Allí hay de todo como en botica y su tráfico se vuelve caótico al caer la tarde, cuando miles salen de sus labores habituales y se lanzan a las calles a disputarse taxis y transporte colectivo. Pero no es ni por asomo el desorden del tránsito de la provincia Santo Domingo y el Distrito.

En República Dominicana el transporte está prácticamente en manos privadas, que no lo ven como negocio redondo, sino como empresa miserable, pero que lo aman con toda su alma por su “vocación de servicio” al país. Los sindicatos de chóferes y federaciones son los protagonistas de esa empresa. Y viven en guerra, más por controlar las rutas que por mejorar el servicio.

Basta con salir por las calles de la ciudad para comprobarlo. Violan las luces rojas de los semáforos. Se abalanzan sobre los vehículos privados. Recogen pasajeros en cualquier sitio y los agolpan como viandas. Además de que sus tanques de combustibles son ahora reservorios con gas propano mal instalados, las unidades no reciben mantenimiento adecuado y menos una mínima limpieza. El trato a los usuarios es fatal. Y, para colmo, los conductores y ayudantes andan armados con filosos machetes y cuchillos, dispuestos a enfrentar cualquier queja del usuario, de algún conductor a quien ellos le hayan chocado su auto o de algún chofer de la competencia que ose interferir sus rutas.

El de Santo Domingo es un transporte malo desde la médula, que ha recibido el apoyo histórico del Gobierno para cambiar las flotillas a cambio muchas veces más de apoyos electorales que para resolver problemas del transporte del ciudadano. El sistema de transporte de pasajeros allá lo han convertido en un poder que, cada vez que quiere, pone en vilo al Gobierno, al sector productivo y a la ciudadanía. Hace menos de dos semanas que los sindicalistas y sus jefes pararon sus unidades y dañaron el día al país.

Su razón fue una condena reiterada de la Justicia contra dirigentes suyos y ex funcionarios gubernamentales implicados en un caso de importación y distribución de vehículos para el transporte público.

Caminando por las calles de Bogotá, a más de 2 mil pies sobre el nivel del mar, uno no sólo advierte de inmediato la simpatía de su gente y cómo crece la ciudad con sus edificios de ladrillos que le dan matiz colonial. La ciudad también da cuenta de su Transmilenio, un sistema de buses que en República llaman gusanos. Tiene sus carrilles exclusivos y sus estaciones debidamente construidas e identificadas y sólo ahí reciben usuarios que antes han hecho sus filas. Es una solución que da resultados, según comentan los bogotanos.

El Transmilenio, como complemento del Metro, no caería mal en la provincia Santo Domingo y el Distrito Nacional. Una solución como ésta y en manos del Gobierno, sería el mejor empujón hacia el éxito para este servicio. Quizás así terminen “los apagones” en el transporte de pasajeros, como deberían terminar los apagones eléctricos.

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