Los latidos torcidos

Los latidos torcidos

“El martes deberé someterme de nuevo a los exámenes médicos. Sólo ver los alambres del electrocardiógrafo me hace subir la presión de la sangre. Tendré que tomar las cosas con calma para que la ansiedad no me haga daño. Los latidos del corazón recuerdan los relojes de péndulo. El doctor auscultará el ritmo cardiaco para saber si tengo algunos latidos torcidos. ¿El corazón mide el tiempo de nuestras vidas como si fuera un cronómetro? A veces, en el trabajo, pongo un dedo sobre mi vena, donde comienza el pulgar, para sentir el pulso. ¡La vida se compone de minutos encadenados!”

“Al salir del baño a vestirme, tomo mi reloj de pulsera y me digo: pondré el tiempo en la muñeca izquierda; lo llevaré conmigo a la oficina. ¿Quién puede llevar el tiempo amarrado en su brazo? He visto en los periódicos del fin de semana que el hombre más rico del mundo “vende minutos”. Es el principal accionista de una enorme empresa de telefonía celular. Pasamos la vida hablando; nos cobran el tiempo que dura la vida con tarifas internacionales. ¿Controlar lo que se habla, no es el primer paso para controlar lo que se piensa? Los políticos consolidan su dominio al pautar nuestro tiempo”.

“Me hundo en cavilaciones inútiles, en ocasiones descabelladas, cuando pienso en que tenemos los minutos contados y los desperdiciamos de manera vergonzosa. La economía de la vida personal no debería seguir el camino de la economía de los países de nuestra época. Ahora los bancos son más importantes que las industrias. Empresas informáticas y organizaciones financieras dirigen nuestro destino a control remoto. Las compras de certificados sobre deudas públicas superan las compras de trigo, arroz y maíz. Estoy acostumbrado a distinguir entre cuentas y documentos por pagar”.

“El domingo y el lunes trataré de comer al aire libre, bajo un árbol del patio. Podré convencer fácilmente a Edelmira si esos días no amanece nublado”. Edelmira miró su reloj: eran las 12:30 de la noche. Había pasado varias horas leyendo sin darse cuenta del tiempo transcurrido. Echó el cuerpo en la cama, acomodó su cabeza en la almohada, apagó la luz y murmuró: mañana prepararé la mesa; almorzaré en el patio.

 

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