JULIO CÉSAR CASTAÑOS GUZMÁN
Karl R. Popper, filósofo vienés y una de las cabezas mejor amuebladas del siglo pasado, pronunció una conferencia con el título: Los libros y las ideas. (Holsburgh, 1982). Las razones contenidas en ese opúsculo me sirven como un formidable marco para redactar estas cuartillas.
La democracia es una exquisitez del pensamiento. Antes que una realidad concreta o un sentimiento, la democracia es una idea. Una idea poderosa porque también es en gran medida una utopía, ya que, existe un ideal democrático, un anhelo fundado en que los hombres han nacido iguales y libres, y por lo tanto, tienen derecho y vocación a la felicidad. Pero la democracia es obra de los hombres y tiene, al decir de Churchill, muchas imperfecciones; sin embargo, es el mejor de los regímenes políticos de que hayamos tenido conocimiento en la historia.
Es cuando menos, el que más respeta la dignidad humana. Y sobre todo, el único que nos garantiza la alternabilidad, es decir, un procedimiento preestablecido y confiable para sustituir pacíficamente nuestros gobernantes y de esa forma evitar la tiranía.
La invención del lenguaje hizo posible la existencia de contenidos intelectuales objetivos. El paso siguiente fue la invención del libro y de la competencia entre libros. El libro pertenece por consiguiente al mundo de los productos de la mente.
Los conceptos sobre la democracia y los libros son atinentes a la esfera de los resultados del intelecto. Los griegos que inventaron la democracia no inventaron los libros, pero desarrollaron el primer mercado de libros conocido. En Atenas existió, más de 500 años a.C., un libre mercado de libros. Las primeras obras que se ofrecieron para la venta de esta manera fueron las dos grandes epopeyas de Homero: La Ilíada y la Odisea.
En Occidente, la escuela pasó por una revolución tecnológica hace varios centenares de años, la cual fue producida por el libro impreso. Este liderazgo occidental entre 1500 y 1650 fue debido en gran parte a que la escuela se reorganizó en torno al libro impreso; sin embargo, la decadencia de China y del Islam se debió en gran medida a que sus escuelas no se organizaron alrededor del libro.
(Véase en este sentido: La Sociedad Post-capitalista de Peter F. Drucker).
En China y el Islam se conocía la imprenta, ambos la usaban, pero coincidieron en mantener el libro fuera de sus escuelas; y coincidieron además, en rechazarlo como instrumento de aprendizaje y enseñanza. La clase religiosa islámica continuó aferrada a la recitación y tradición oral; veían como una amenaza a su autoridad el hecho de que los estudiantes podrían leer por ellos mismos.
En la cultura china el énfasis se hacía en la caligrafía y de hecho el dominio caligráfico abría las puertas en la política, porque esta destreza era imprescindible para los funcionarios de gobierno.
A J. A. Comenius (1592-1670) le debemos la tecnología que hizo del libro impreso un portador eficaz de conocimiento y enseñanza, fue él quien inventó el libro de texto y la cartilla, su propósito era el alfabetismo universal con una finalidad religiosa. El objetivo de que sus compatriotas checos y protestantes pudieran leer y estudiar la Biblia.
La Biblia, es por otra parte, una gran experiencia de fe, un compendio de historias que narran las peripecias de un pueblo, sus caídas y vicisitudes; victorias y derrotas.
El drama de hombres y mujeres que anhelan trascender la deleznable condición humana en la búsqueda del Absoluto.
Pero este formidable Libro Sagrado tiene, por sobre todas las cosas, el trazo del Espíritu que se manifiesta y canta a través de profetas y escritores inspirados.
Los valores de participación y representación están presentes en La Biblia probablemente más que en ningún otro texto, ya que no es un solo libro, son muchos libros y distintos autores; diversos géneros literarios como la novela, saga, epístolas y sapienciales. Así como, el estilo de escritores diferentes matizados por la época de cada cual, y la riqueza de lenguas como el arameo, griego y hebreo. Y miles de años para conformarlo como se conoce hoy, a partir de la traducción de la Vulgata latina y la imprenta de Gutemberg.
En el capítulo VI de El Quijote, Cervantes relata bajo el protagonismo de los personajes del Cura y el Barbero, el proceso inquisidor a que fueron sometidos los libros de la biblioteca de El Caballero de la Triste Figura, acusados por la sobrina del desvarío de su tío Alonso Quijano, siendo condenados a la hoguera muchos; mas salvados otros, por el discernimiento del mismo Cura y el Barbero. Es que la intolerancia lo primero que hace es perseguir los libros y proscribirlos, porque la inquisición -que muchas veces parece eterna- considera como peligrosos no pocos libros y los quema junto con sus autores.
Los libros, por otra parte, son más que ideas, debido a que tienen alma. La gala de los deleites estéticos puede ser alcanzada en la belleza de la prosa poética de Juan Ramón Jiménez en su Platero y Yo; y qué decir de El Principito, de Saint Exuperie, donde se demuestra que la ternura, es más sabia que la maldad de este mundo y de todos los mundos posibles.
Un libro podría también contener, al menos como imagen simbólica, la plenitud de una cultura, en la afirmación de que las estirpes condenadas a Cien Años de Soledad son irrepetibles sobre la faz de la tierra, ya que, Gabo atisbó a ver que el primero de los Buendía moriría debajo de un árbol de castaño y el último se lo comerían las hormigas.
Nadie puede negar el aliento profético, por ejemplo, de Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino de Julio Verne. El valor incalculable de la imaginación del hombre podría, una vez expresada objetivamente en un libro, elevar el nivel de las expectativas y aspiraciones de la especie humana.
Determinando consecuencias imprevisibles para el avance de los pueblos.
Los hombres son iguales ante la Ley, pero son diferentes entre sí en su propia individualidad, y se distinguen por las distintas actividades a que se dedican.
Nada contribuye más a la igualdad que la idéntica oportunidad de todos los alfabetizados para disfrutar de un buen libro obtenido libremente. La oportunidad como ciudadano para edificarse a través de la autoliberación por el conocimiento definida por Kant.
Al concluir estas líneas me permito afirmar, querido lector, que el día que leíste a Hostos: El Sembrador de Juan Bosch o El Centinela de la Frontera de Joaquín Balaguer, quizás sin darte cuenta, empezaste a ser un poco más demócrata y tolerante; un poco más libre, y de seguro que menos ignorante.