Los límites del crecimiento 30 años después

<p>Los límites del crecimiento 30 años después</p>

REYNALDO R. ESPINAL
Por elemental sentido de honradez he de comenzar advirtiendo a los lectores, que el título del presente artículo no es de nuestra creación. El mismo hace alusión al título del documento en el que se contienen las conclusiones del estudio de los científicos Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennos Meadows, al cumplirse 30 años de la publicación del informe del Club de Roma de 1972, conocido mundialmente por su título «Los Límites del crecimiento».

De todos es sabido que el informe de 1972 constituyó un hito en la comunidad política, académica y científica así como en la opinión pública, por cuanto sirvió de alerta y autorizada advertencia a todos, y muy especialmente a los responsables de diseñar y ejecutar las políticas medioambientales y de desarrollo, sobre la amenaza que ce cernía sobre nuestro planeta si no adoptábamos decisiones y hábitos de vida encaminados a hacer compatible el desarrollo económico e industrial con la preservación del medio ambiente y los recursos naturales, y más aún, sin que el uso irresponsable de los bienes presentes comprometiera la vida de las generaciones futuras. De ahí conceptos de ya arraigado uso como son «desarrollo sostenible», «solidaridad intergeneracional», entre otros.

La edición española de «los límites del crecimiento 30 años después», acaba de editarse por primera vez este año (Editorial Galaxia Gutenberg) y su estudio debería constituir materia, a nuestra humilde opinión, de obligada reflexión y consulta de las personas e instituciones comprometidas con el desarrollo sustentable .

Como ha de comprenderse, resulta imposible, dado el carácter de una columna periodística, resumir, aun en breves trazos, las conclusiones básicas de este estudio de tanta rigurosidad científica, De lo que se desprende que nuestra pretensión se limita a una incitación para que todo aquel que pueda acceda a su contenido y procure calibrar las dimensiones y proporciones de su advertencia.

Un concepto novedoso que el precitado informe incorpora, y que desde luego, no estaba contenido en el primero de 1972, es el denominado «huella ecológica», o «capacidad de carga» del planeta. Dicho concepto se debe a la autoría de Mathis Wackernagel y sus colaboradores, y con el mismo se hace alusión a «la extensión de tierra que sería necesaria para suministrar los recursos (cereales, leña, pescado, territorio urbano) y absorber las emisiones de (dióxido de carbono) de la sociedad mundial».(Los Límites del Crecimiento 30 años después, pag. 25).

Más allá de academicismos lo que importa y preocupa es que «. al compararla con la extensión de tierra disponible ( se refiere a la «huella ecológica») Wackernagel concluyó que el consumo humano se sitúa actualmente más o menos un 20% por encima de la capacidad de carga mundial del planeta».

Piénsese en la gravedad de lo antes afirmado si se añade el dato de que, según el precitado informe, «.la última vez que la humanidad se hallaba en niveles sostenibles fue en la década de 1980, ahora se ha extralimitado aproximadamente un 20%».

Con razón se ha afirmado que cada época histórica demanda una nueva ética y así como en la época aristotélica el eje central de la ética era el concepto de » virtud», hoy ese eje gira en torno a «la responsabilidad». Responsabilidad con la vida (con toda vida), con el presente y el futuro de nuestra supervivencia.

Y es que lo afirmado por los autores de este informe no da lugar a vacilaciones sobre la responsabilidad y entereza ética con que se ha de afrontar este ingente como irrenunciable desafío: «.ahora somos mucho más pesimistas con respecto al futuro del mundo que en 1972. Es un hecho triste que la humanidad haya desperdiciado en gran medida los últimos treinta años en debates fútiles y respuestas bien intencionadas pero vacilantes al desafío ecológico planetario. No tenemos otros treinta años par temblar. Muchas cosas tendrán que cambiar para que la extralimitación actual no dé lugar al colapso durante el siglo XXI».

Como reza la consabida expresión evangélica: «quien tenga oídos para oír que oiga». Y yo añadiría: «todo aquel que se sienta responsable, actúe».

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