Cuando en los años de la dictadura trujillista existían dudas sobre si una persona era loca, medio loca, o simplemente alocada, la gente formulaba una pregunta:
-¿Gritó alguna vez abajo Trujillo?
Si la respuesta era negativa, como sucedía la mayoría de las veces, se decía que el personaje no era totalmente loco.
El desaparecido siquiatra y escritor Antonio Zaglul relataba que cuando fue director del manicomio Padre Billini uno de los internos afirmaba que él era Napoleón Bonaparte.
Un día en que el dictador visitó el hospital, el demente corrió hacia él y lo colmó de elogios desmesurados, finalizando su discurso laudatorio con una pronunciada inclinación de cabeza.
Sonriendo, el tirano le entregó dinero, y el orate se despidió dando saltos de alegría, y repitiendo: ¡viva el jefe!
Cuando Trujillo se marchó, el doctor Zaglul llamó al loco, y le dijo que el llamado benefactor de la patria tenía menos poder que un emperador, porque sólo era el presidente de una pequeña república.
Esbozando una sonrisa burlona, el interno tardó escasos segundos en responder.
-Doctor, yo estoy en este manicomio por loco, y no por pendejo.
En los primeros años de la década del cincuenta recorría la ciudad apoyada en muletas una demente, a la cual por faltarle una de sus piernas le pusieron el sobrenombre de “rana bola”.
En una ocasión en que un grupo de muchachos le voceó varias veces el mote despectivo, la “mocha” reaccionó formulándoles una acusación con entonación de pregunta.
-¿Por qué ustedes gritan que Trujillo es pájaro, si todo el mundo sabe que es más macho que todos los hombres, y por eso tiene muchas queridas?
Cuentan que el susto provocó que los jovenzuelos escaparan del lugar imprimiéndole a sus piernas velocidades superiores a las de algunos atletas de carreras de campo y pista.
A un conocido demente que se caracterizaba por extender sus manos ante cualquier transeúnte para que dejara caer sobre ellas alguna moneda, alguien le hizo una pregunta “ganchosa”.
– Si estás en tu casa, y te visitara Trujillo, ¿qué harías?
-Pues, lo llevaría al fondo del patio, y allí le pediría dinero, y con toda seguridad que me entregaría una buena suma, porque dicen que el jefe es muy bueno, pero que “en el fondo es todavía mejor- respondió, tras permanecer durante varios segundos pensativo, frotando su barbilla con la mano derecha.