Los magos de la crisis

Los magos de la crisis

Los economistas políticos estudian crisis financiera, económica y monetaria, saben de divisas, de remesas y son expertos en el tratado del déficit cuasi fiscal, hablan de crisis cíclicas, y nunca olvidan el producto interno bruto (PIB), comen caviar siberiano y toman vino sudafricano; llegan a las siete de la mañana a la casa del importador y a las ocho de la noche cenan y hablan de deporte con el exportador.

Son genios en los arreglos, magos en la mentira y malabaristas en el manejo, suman, multiplican, restan y dividen cifras imaginables, justifican préstamos, comisiones, sobre evaluaciones, evasiones, exenciones, enajenaciones, contratos grado a grado y, como paradoja de la vida, terminan siempre borrón y cuenta nueva.

Son prácticos en la teoría y siempre tienen como finalidad ocultar la crisis del sistema, la prepotencia de los agentes y hacen ingentes esfuerzos para disminuir el efecto con ilógicos análisis que como anestesia se derraman en los grandes cordones de miseria que ellos mismo han contribuido a crear.

Hablan de crecimiento y desarrollo porque el día anterior visitaron un edificio en construcción para treinta plantas, pero saben que en La Barquita y en La Zurza viven noventa familias en un callejón de treinta metros cuadrados cuya sumatoria de sus miembros ascienden a cuatrocientas cincuenta de los cuales el 1.3% va a la escuela, el 12% trabaja por debajo del salario mínimo y un 19% que hacía labores de construcción apenas que un 2% porque la mano de obra extranjera los han sustituido y ahora son los que trabajan en el edificio de treinta plantas que el economista visitó el día antes.

Estos profesionales del juego y la mentira, también hablan de eficiencia y ponen como ejemplo las veces que pasan los camiones recolectores de basura por sus calles y hasta dicen: Eso es eficientizar el servicio y se convierten en vocingleros del sistema, mientras en Gualey, San Antonio y El Tamarindo el 68% no conoce un camión recolector de basura.

Les gustan decir que tenemos tecnología de punta porque de cada diez ciudadanos tres andan con blackberry, doce de cada cien hogares dominicanos tienen Internet, pero en sus números nunca aparecen cuántos murieron por dengue, cuántas enfermos hay en el piso, cuántas parturientas acostadas en una cama, cuántos niños duermen en las calles, cuántos atracos se producen por día, cuántos delincuentes tiene el país, a cuánto ascienden los evasores de impuestos, cuántos millones se van en los bolsillos de los corruptos, cuántos de estos son juzgados y condenados, cuántos economistas saben de esto, cuántos se atreven a contarlos, cuántos reciben para callarlo y hasta cuándo serán creíbles.

Al parecer la economía y la moral son incompatibles y creo además que ambas cosas no pueden ocupar un solo cuerpo, esto así porque el economista que habla de desarrollo por la construcción del edificio de treinta plantas, guarda silencio sobre el callejón de treinta metros cuadrados de Gualey. Para poder hablar de ambos debe ser economista y moralista pero como ambas cosas no caben en un mismo cuerpo es preferible seguir hablando y olvidarse del callejón.

El economista justifica el crecimiento y siempre se basa por la ostentación de riqueza que le hace su amigo el importador, pues el mismo día que tuvo en el edificio de treinta plantas le comunicó la llegada de veinte carros de lujo, treinta jeppetas del año, algunas lanchas rápidas y tres furgones llenos de regalos. Basado en esto, él dice a todo pulmón que la economía crece a un ritmo aceptable y esto es desarrollo, dice el manipulador a un amigo mientras observa trescientos carros del concho varados en una avenida por la falta de drenaje que la convierte en una especie de río crecido, mirando además cómo plátanos, yuca y otros rublos se deslizan placidamente por el Malecón, debido a que el agua arrastró la carreta, ahogó el caballo y los dos que no tienen piso en el edificio de treinta platas que sobre la carreta trabajaban por ganar el sustento familiar pasarán las de Caín; pero estas cifras no le importan al economista porque mancha su discurso. Un evidente signo desarrollista según el economista es el caso del Don Pilín Machado del Valle que se pensionó con RD$600,000.00, mientras Lugondrino, después de treinta años como esclavo, digo como trabajador, apenas recibe RD$3,144.00 como justa compensación, como siempre dicen los economistas. A estos personajes le gustan los números grandes, los banqueros grandes, los navieros grandes, los cheques grandes, los préstamos grandes y, como saben de números grandes, conocen de la doble contabilidad; así se manejan los magos de la crisis de allá y de aquí.

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