No le espera nada bueno a una nación, pueblo o sociedad cuando pone a un lado los valores éticos, morales y espirituales para, en cambio, darle rienda suelta a la maldad, a la mentira y a todo tipo de engaño. Fue por esta condición que en determinados momentos Dios le llamó profundamente la atención tanto al pueblo judío como a las demás naciones vecinas a través de sus profetas. Un vidente como Oseas arremetió contra una sociedad caracterizada por la falsedad y por la falta de compasión. No hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra.
El perjurio y la mentira, el asesinato, el robo y el adulterio prevalecen, y se comete homicidio tras homicidio.
Por lo cual se enlutará la tierra y se extenuará todo morador de ella; las bestias del campo, las aves del cielo y aun los peces del mar morirán (Oseas 4:1-3).
Malaquías habló también sobre estos males.
Vendré a vosotros para juicio, y testificaré sin vacilar contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran falsamente; contra los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen injusticia al extranjero, sin tener temor de mí, dice Jehová de los ejércitos (3:5).
Otros, al igual que ellos, se expresaron duro contra los jueces que torcían el derecho por corrupción, contra reyes y príncipes que explotaban al pueblo y contra hombres sanguinarios que acechaban a su prójimo para despojarlo de lo que tenían con violencia y sangre y sin temor alguno.
Es que todo esto va contra el carácter de Dios y socava los fundamentos de los principios sanos que deben sostener siempre el buen funcionamiento y convivencia sana de las sociedades y de los seres humanos.