Los malos (2)

Los malos (2)

Los malos de la película, mueren. Sufren. Los malos nuestros, no. Resucitan. Se transforman. Gracias a la misericordia de sus juzgadores informales. Sí, el juicio de esa minoría que decide, difunde ideas, crea y destruye. Y son malos, porque prefieren dejarlos en el páramo de la subjetividad sin atreverse a conseguir decisiones de jurisdicciones competentes para que el reciclaje sea fácil. Malos, cuando no comparten las consignas del momento o no se suman a los propósitos de ocasión. Cuando se suman, la nomenclatura varía.

Una sentencia comprometería la bonhomía, la condescendencia. Una condena desluce la taumaturgia coyuntural. Esa manera de explicar las razones de un comportamiento delictivo que la ocasión transforma en faltas, errores. Pecadillos veniales sin penitencia.

Los malos, reaccionan de manera diferente. Un grupo sabe que por sus desmanes, la categoría no es impropia, pero actúa al margen de la selección. Los miembros de ese grupo, convencidos de su valía, no incluyen en su desempeño público y privado, preocupación alguna por tal desaguisado. Si alguna vez pierden la compostura blanden el argumento jurisdiccional. Saben que la acción pública no ha sido puesta en movimiento en su contra, de modo que cualquier imputación es injuria. Otros, convencidos de su pertenencia al equipo de “los malos”, sin contrarrestar la diatriba, aprovechan cualquier ocasión para exponer los hechos que otros distorsionan o utilizan para la acusación informal. La mayoría de los malos, jamás enfrenta a los creadores del sambenito perturbador. Eluden el contenido de la infamia y su entorno también.

Los malos de época, no son producto del azar. Los encargados de la descalificación conocen el poder de la palabra, el efecto de la humillación. Empero, su arrogancia no contempla la templanza de los otros.

Cualquier analista del devenir político, pos tiranía, tiene que reconocer que el régimen no fue pródigo en la reproducción de malos. El colectivo, tan juzgador y moralista, amparó la bellaquería que fingía contrición después que los aviones transportaron a la parentela del jefe. Acecharon, conocían la capacidad de venganza de la consanguinidad fugitiva. Aquellos que no acompañaron el despojo cobarde de la familia del sátrapa, se sintieron seguros. Convencidos que la cosa pública y privada, estaba a cargo de la misma élite. Ufana, porque recuperaría sitiales compartidos y arrebatados por el difunto. Tiempo después hubo repartidera de culpas. Dedos acusadores, reyertas, bofetadas, bocazas. Y un proceso penal, paradigmático que luego fue desconocido, pervertido, para atribuir a un cautivo la infamia del 25 de noviembre.

Poco a poco las moléculas se unían. Una fuerza centrípeta provocó la fusión. La sagacidad balaguerista actuó y comenzaron las sumas. Miembros conspicuos del exilio antitrujillista, protagonistas de la asonada, dirigentes de la clandestinidad y el decoro, se afiliaban. Malos para unos, astutos para otros. Y así continuó la historia.

Como no hay condenas, como se trata de un juzgamiento informal, los malos de entonces ya son buenos. Paradigmas del buen servir y exigir. Ejemplos. En el caso del balaguerismo, más que los prosélitos del caudillo, la dirigencia opositora validó el proceder malsano, la impiadosa práctica política vigente durante doce años. Etapa de prevaricación y muerte. No cansa repetir que las víctimas se guarecieron bajo la carpa enorme del victimario.

Las infracciones cometidas por los protagonistas de los tres gobiernos perredeístas, después del golpe de Estado, quedaron en el olvido. Gracias a la absolución y el silencio. Sus envejecidos autores, dictan, son consejeros. Orondos y tranquilos. Dejaron de ser malos. Muestran las espadas, para decapitar al relevo beneficiario de un erario espléndido que convierte la ruindad en pedestre aristocracia isleña.

Referir el pasado, cuando de mantener los malos de antes y seleccionar a los de ahora, se trata, es censurado. Los portaestandartes de la moralidad y del combate contra los prevaricadores peledeístas, rechazan el precedente. Sólo quieren los malos de sus listas. Y como este es el paraíso de la ética fortuita, los malos de antes, imputan hoy.

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