Hay que aceptar que, cegados de ambición, hemos sido culpables del mal manejo de la presencia haitiana en el país. Como ha expresado sin eufemismos Rosario Espinal en estas mismas páginas, “la economía ha descansado en la explotación de la fuerza laboral haitiana”. “Culpar a terceros del problema migratorio es una estupidez”.
Son viejas culpas. Son sucios negocios a ambos lados de ese triste río divisorio “que se pasa a pié”, como escribiera mi primo Freddy Prestol, quien guardó el apodo en el horno tibio del cariño por algunos antepasados que se acomodaron al mote que provino de un lejano pariente –Gimbernard–, hombre nervioso e impaciente que todo lo quería “presto” (palabra italiana para “rápido”), de ahí el apellido Prestol.
Se ha dicho de todo acerca de las relaciones domínico-haitianas.
Pero nunca se hicieron las cosas correctamente… y… del dicho al hecho, largo es el trecho.
Creo que es el momento de limpiarnos, actuando correctamente, valientemente, humanitariamente, sin temer las ponzoñosas críticas que nos cargan todas las culpas y nos enrostran el burlesco mote de ultranacionalistas.
Ojalá fuésemos más respetuosos de lo nacional y más consecuentes con la trayectoria de nuestros sufrimientos históricos.
No podemos retroceder. Tenemos que darnos a respetar. Debemos imponer, con justicia y sentido humanitario, los derechos –aplicables para los dos lados-, porque, entendamos… no es que la población dominicana esté en una posición económica saludable, ni mucho menos.
Los salarios aquí son misérrimos. Es muy difícil entender cómo la gente siquiera puede mal alimentarse, y cómo es posible que la brecha entre pudientes y carentes se haya convertido en un abismo espantoso mientras los descomunales latrocinios son cada día más frecuentes y menos irritantes, porque ya están recubiertos de apatía por un asqueroso manejo del sistema judicial.
¿Cobardía? ¿Compra y venta? ¿Irresponsabilidad? Ya los latrocinios no suelen bajar de millones y las entidades estatales establecidas para controlar los gastos, los convenios, los dispendios, no funcionan correctamente o no se les hace caso.
¿Que eso sucede en todas partes?
No. No de esa manera. Son muchas las altas figuras gubernamentales o empresariales que van a la cárcel y reciben el desprecio público en otros países. Aquí nos estamos habituando a lo descarado, a la actitud victoriosa de quienes pasean su sonrisa irónica con la arrogancia de una impunidad que subsiste.
Tenemos muchas cosas que arreglar. Cosas lógicas que deben corregirse sin espectacularidades, sólo con severidad persistente e infatigable.
Quiero abrigar la esperanza de que el control migratorio, su limpia regularización, no sea sonsonete momentáneo, llovizna de verano que apenas moja el suelo ya no deja ni el recuerdo.
Quiero abrigar la esperanza de que no se repitan casos como el de los más de cuarenta y siete millones de pesos que el Ministerio de Educación pagó en estos días por unos terrenos que habían sido declarados de utilidad pública por el Poder Ejecutivo, sin realizar las debidas investigaciones ni cumplir con los requisitos legales.
Quiero que las cosas cambien.
Y no que les pongan “un paño con pasta”.