Los malos, por malos, no comprenden

Los malos, por malos, no comprenden

RAFAEL ACEVEDO
Decía el poeta Cabral: “Los malos no comprenden, que por ser malos, no comprenden”. Parecería una tautología, pero no lo es.

Ser malo es una actitud ante la vida, que implica una predisposición a desobedecer normas de convivencia y a desestimar principios y valores, y aún más, a querer forzar a que las cosas sean de acuerdo a su torcida voluntad. Detrás de la maldad normalmente se esconde un espíritu egoísta y egocentrista, un alma deformada por resentimientos y raíces de amargura, y con incapacidad de amar, como diría Fromm.

Los malos tienen especial dificultad para aceptar la realidad y por tanto para el quehacer científico, porque la Ciencia, per se, es universalista, objetiva y altruista. El malo en cambio, es pre-científico y pre-juicioso. En su alma predomina un orgullo que rechaza lo que no es como su corazón desea. Peor si junto al orgullo existe formación intelectual, o aún si se es auto- didacta, con importantes lagunas cognoscitivas y un elaborado resentimiento contra los conocimientos acreditados. Pero los malos, además, tienen gran dificultad para admitir que el bien exista. Necesitan pensar que toda nobleza es falsa, que en el fondo, toda acción es innoble y egoísta. Necesitan el pecado ajeno para justificar el propio. De ahí su afición a la denostación de la fama ajena, el gusto por la conversación sobre personas en vez de sobre conceptos. Los malos, decía Benavente, nos quieren obligar a dudar de los buenos. A Víctor Hugo le llamaba mucho la atención la extraña facilidad con que los malos creen que se saldrán con la suya. La falta de equilibrio emocional y de dominio propio suele impedirles ser objetivos, sobre todo si las cosas no resultan ser como son sus perversos deseos. Los malos tienen suprema dificultad para admitir la idea de que existe Dios y de que hay una Justicia Divina: eso equivaldría a aceptar que están irremisiblemente perdidos. Optan por no creer y por no admitir ningún principio religioso. A lo sumo declaran valores y principios abstractos, muy a su conveniencia, pero desprovisto del temor santo de Dios que es lo único que garantiza en última instancia el sometimiento y la obediencia.

Tal vez no existen los buenos, pero sí existen los que buscando de Dios tienen el gozo de saberse salvos, solazarse en el Señor, y la seguridad de la vida eterna.

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