Píndaro ha decidido salir a pasar un tiempo en el país de las maravillas… Una bella isla dividida en dos por situaciones históricas, pero en ambos lados sometidas a plantaciones de mangos de todos los tamaños, colores y pintas… Matas de gran tamaño… Maticas de medio cuerpo… Y, suposiciones de plantaciones que provocan en sus promotores la creencia de que es una fruta duradera y nunca se pudre…
Junto a Píndaro, se han mudado sus enllaves Chucho, Jacinto y José… Los tres que echaron a Pedro entre el pozo…
En un soleado día de campo, luego de una prolongada caminata, Píndaro toma la iniciativa y se tira justo debajo de un árbol de mango…Al dejarse llevar por el cansancio, no hace caso alguno al tamaño de las frutas ni a la altura de las mismas… simplemente se dedica a escuchar a sus compinches hablar entre sí… Una conversación, que inicia incongruente pero que, al pasar media hora empieza ya a rechinar –¡Y mira que no es debajo de un naranjo que están!-…
“¡Déjate de estar maroteando! –grita Chucho a José-… que hace unos años me topé con un amigo al que le dicen Mataburros Larousse, que me vio goloseándome un paquete de cuartos que me habían regalado por un favor que le hice a alguien y me dijo: ‘Si sigues cogiendo eso, así por así, sin siquiera averiguar si puedes, te van a bautizar como ‘el impune’… Eso nunca lo he olvidado…”
Al otro lado del tronco bajo en cual descansa Píndaro, Jacinto se la goza escuchando a Chucho y José y exclama: “¡Chucho, a José no le importa lo que estás diciendo… No olvides que para que haya alguien a quien se le llame impune, debe haber un sistema de vida en el que exista el castigo al que haya cometido una falta o un delito… Si a él le da la gana de evadir, o escaparse de una posible sanción a algo que haya estado haciendo en las narices de todos, entonces no existe la impunidad… Y, él lo sabe.. Y, lo saben sus jefes… Y, lo sabes tú también Chucho…”.
Píndaro sigue dormitando con un ojo abierto y otro mal cerrado… desde que entraron en el tema, sus orejas se han extra abierto y su descanso se ha perturbado… En su mente resuena claramente el recuerdo de que una vez, con tan solo cuatro años, su tío Herminio –que ya estaba postrado en una silla de ruedas pero que tenía una mente prodigiosa y manejaba perfectamente un brilloso bastón- lo hizo bajar y ser traído frente a él para hacerle ver la claridad de este concepto… Un día a la semana, lo enviaban de pasadía allá en la Calle El Sol en su querido Santiago, muy cercano al Monumento a la Restauración, a gozar de la grandeza de un patio lleno de árboles frutales que rodeaban una amplia galería engalanada por preciosos mosaicos y una baranda de no más de tres pies de altura, con reborde protector…
Mientras Píndaro sigue sumido en sus recuerdos, José ha tomado ahora la palabra para defenderse del ataque de Chucho y Jacinto, y exclama: “¡Si me sigues atacando no te doy a probar de lo bueno y dulce de este mango… Eso que insistes en hablarme no viene al caso que me lo estrujes en la cara, pues en este país de Dios en el que decimos que vivimos, los vivos han hecho causa común para disfrutar de la falta del imperio de la ley… Es más –reacciona José ya muerto de hambre- pásame ese mango que tienes a tu derecha, porque ya yo tengo cogido el de la izquierda!”…
Ante casi una amenaza de José a Chucho, Jacinto jamaquea la rama que tiene frente a su nariz… Se le ha hecho fácil porque, precisamente, están los tres disfrutando –menos Píndaro- de una gran mata de mangos bajitos… Las ramas del gigantesco árbol parecen ser un conjunto de principios destinados a proteger y a promocionar la riqueza y el dulzor de sus frutos que, por derecho, le corresponde a su legítimo dueño… José tiene claro en su mente y así lo expresa que, desde el 8 de febrero del 2005, las Naciones Unidas pusieron reglas bien claras… Por desgracia, estas han sido violentadas permanentemente por muchos otros habitantes que han abusado de los mangos bajitos…
Es tan fuerte el maroteo, que Píndaro hace gala de sus recuerdos y no vacila en compartirlos… “Oigan bien los tres –exclama-, mientras ustedes se empachaban hartándose de mangos, yo recordaba una lección que tuve bien ganada y me fue dada por el Tío Herminio cuando, aún siendo un niño, quería ser experto en maroteo… Desde ‘el cojollito’ de esa mata de mangos bajitos – a la cual ya había arrancado los que colgaban casi sobre el suelo- fui obligado a bajar y a pararme en posición de atención y respeto, para recibir una de las palizas más fuertes jamás propinada por el mero hecho de intentar violentar un fruto que me era prohibido… En ese momento aprendí que tío hacía uso de toda su inteligencia y medios para tener claro, vía una investigación previa entre los empleados de la casa, que estaba cada semana violando sus derechos y que estaba en la obligación de adoptar las medidas más apropiadas para hacerme sentir las penas y, al mismo tiempo, dejarle saber a los primos que él no era lo que se dice ‘un maíz’ y que no permitiría que eso volviera a suceder…”.
En ese momento, Chucho, Jacinto y José cayeron en cuenta de que solo hace falta tener los pantalones bien puestos para hacer que se respeten los beneficios de los mangos bajitos… Es momento de castigar la impunidad por ineficacia –falta de respuesta del sistema judicial-, la impunidad de mafia –ausencia de respuesta judicial ante la gran capacidad de corrupción rampante en el país- y, la impunidad de clase –falta de respuesta judicial frente a aquellos que gozan del poder económico y político y que se creen por encima de la ley”.