Los manuscritos de Alginatho
Presentación en clave del autor y la obra

<p><strong>Los manuscritos de Alginatho<br/></strong>Presentación en clave del autor y la obra</p>

POR ODALÍS G. PÉREZ
Presentar los Manuscritos de Alginatho del escritor Haffe Serulle significa presentificar un imaginario desde la experiencia sagrada y la experiencia profana de un mundo donde el fantasma, la voz y los rumores de la vida se encuentran con los temblores de la mente y de la muerte. La visión tensiva de un imaginario eclesial, teologal y carismático, anuncia toda una confesión, mediante la cual el autor se confunde con el personaje principal y la novela misma se convierte en una confesión ante la muerte, y aún más allá de la muerte.

Los viajes, encuentros y desencuentros que nos propone el autor se movilizan en los viajes del personaje que muchas veces es el autor de la novela, disputándole al novelista la primacía en el orden de la significación autoral. Quien escribe en este caso la novela no es Haffe Serulle, sino, el personaje Alginatho que recoge de los suelos de la memoria y el recuerdo, estas letras, notas, informaciones, citas y otros fragmentos que han surgido en el momento en que la vigilia, el sueño y el despertar no cesan de convertirse en suma de eventos y líneas de relato instituidos como huellas de un cuerpo y una voz en resistencia y conjunción.

La necesidad del personaje y el novelista de negociar estos fragmentos, escritos como apuntes o notas confesionales, tiene su motivación en el orden-contraorden de una condición humana que cobra su valor en la imago mundi  de una tradición sociocultural que se agita en los extravíos de una escritura convergente, surgente y memorial fundada también en el documento y el testimonio.

El personaje Alginatho como autor pelea su manuscrito, pero a la vez impone su texto a una futura lectura que está presente al momento de mostrar la conversión, el signo pecaminoso, la ruta de la vida y de la muerte y el estatuto de un sujeto que particulariza su propia escena, esto es, su propio imaginario narrativo teologal.

El hecho mismo de que el personaje adquiera su valor en los fondos y líneas de argumentación narrativa que extiende el relato como confesión y atribución, nos obliga a ser  cautelosos con el informe, la cita y el discurso indirecto libre. Todo lo que nos narra Alginatho en las cuatro partes de la novela, constituye una visión y una búsqueda en el orden de una alteridad que supone un vínculo y un entendimiento de la cifra-texto y del texto-memoria.

Pero lo importante de esta visión confesional es la necesidad de convertir el sueño, su ausencia o su presencia, en un manuscrito que no deja, no cesa de pronunciar una vivencia que es también necesidad apremiante de escribir lo reprimido como condición narrativa y memorial. El tramado de toda la cuarta parte de la novela, se revela como instancia de recuerdo y escritura, y como poética del escribir y pronunciar la alteridad del yo:

“Paso horas enteras en vela porque todo en mi es recordar, revisar anotaciones y escribir. Hasta en los escasos minutos de mi sueño tengo la impresión  de que solo escribo o escucho voces, venidas de todas partes y a todas horas, que hablan conmigo. Se acomodan a mi lado y para refrescar mi memoria me cuentan historias del pasado. Pero esas voces también las escucho cuando estoy despierto. He llegado a creer, con justificada razón, que el agotamiento y la falta de una alimentación equilibrada han hipertofiado mi facultad auditiva a tal punto que oigo sonidos lejanos provenientes de las alturas siderales o de lo más profundo de la tierra, y que se convierten en palabras cuando penetran en mis oídos. Quizá mis años tengan que ver con esto”. (Véase Haffe Serulle: los Manuscritos de Alginatho, Ed. Norma, Impreso en Editorial Nomos, Colombia, 2006, p.557.).

El elemento relevante que decide la línea de lectura y escritura de la novela, aspira a conformar aquel mundo enterrado y a la vez desenterrado por la imaginación fluyente del manuscrito, una vez que el autor-editor y el personaje se han puesto de acuerdo para divulgar las confesiones que constituyen el núcleo principal de la novela.

Pero surgen de inmediato las interrogaciones, las búsquedas, la organización del proceso que se estima en aquellos papeles que serán tachados o prohibidos, que no poseen el Nihil Obstat de la misma censura eclesiástica o eclesial, y en este marco es el novelista, el fabulador, el transgresor, quien ordena la escritura en una lógica escrituraria que va más allá de la interpretación y de la mirada del otro.

La novela organizada y redactada por Haffe Serulle Ramia, es un texto que en sus cuatro partes nos revela una concepción del mundo y de la vida de un sacerdote atribulado por sus propios fantasmas interiores, y lo que es más, de sus propias vivencias que, aún estando anotadas cuidadosamente, se recopilaron no con el deliberado interés de ser publicadas, sino más bien, para que las mismas pudieran revelar una verdad que no debía ser revelada en tiempos del personaje, siendo este un representante del poder eclesiástico. El novelista sin embargo se fundamenta para construir su escenario verbal e imaginario en la gran cantidad de publicaciones donde se denuncia la sodomía, la perversión, la libido manifiesta, las violaciones a menores o inocentes, la corruptela, el abuso y en general la inconducta de algunos miembros pertenecientes a la curia, la cúpula o instancia eclesial.

Pero lo que Serulle lleva a cabo es una crítica a la condición sacerdotal establecida como modelo, desde la vertiente de su integración institucional y social, y sobre todo desde la voz del personaje principal que es precisamente la voz que con su confusión emprende el autoanálisis, y por lo mismo, el ritmoanálisis y la autopurificación como fórmula confesional de escritura individual o testimonial. El párroco Alginatho busca su verdadero padre entre historias oscuras de muerte, tramas, infidelidades, embocaduras criminales, retratos de asesinos posibles, traiciones y otras cadenas que ligan la razón a la obscuridad  del crimen.

El asesinato de la madre de Alginatho está ligado a ocultamientos de relaciones. ¿Qué ha pasado con el obispo? ¿Por qué Alginatho imagina que su padre puede ser el obispo? ¿De dónde surge la idea de que el comisionado conozca la idea y esconda los secretos de sangre, desaparición o muerte de la madre o incluso del padre?  Con habilidad el novelista superpone historias y estructuras socioimaginarias, para poner en tela crítica y de juicio crítico los entresijos de la institución eclesial, aunque no se declara contrario a la misma.

Con habilidad técnica y con el cuidado de quien elabora un mapa desde el imaginario del otro y del yo, Serulle Ramia va constituyendo y conformando los hilos de la desaparición y el crimen de su madre y de su padre, que permanecen como entidades suspendidas pero contradictoriamente dinámicas en la memoria misma de la escritura narrativa. El hilo que amarra el orden, el fragmento o la estructura de hojas sueltas de la novela, también produce en el espectador aquella lógica de la sospecha que enciende la curiosidad o la passio amoris que le sirven de base a la novela.

El personaje parece perseguir al novelista que ya en la cuarta parte quiere desangrar más el cuerpo de la historia situando el relato cercano a un testigo fundamental de la trama que es el comisionado, desdoblado en la voz del autor y del obispo, para que la muerte, ya cercana, no se lleve secretos importantes que el párroco Alginatho quiere saber para sellar su vida, su mensaje, su travesía mundana y eclesial, los momentos más íntimos de su existencia.

El cuerpo narrativo de Los Manuscritos de Alginatho intuye y a la vez instituye la visión de una culpa que marca a Occidente desde sus raíces hasta su espesor geográfico, textual, religioso, filosófico, artístico, jurídico, arquitectónico y literario. De ahí que la prosa narrativa de Serulle, en este caso, se afirme en la descripción, ilocución, pronunciamiento y articulación de gesto, palabra y sentido. La poética del recuerdo y del recordar es importante en esta novela, en la medida en que lo recordado funciona gradualmente como mecanismo imaginario de generación de fuerzas significativas.

Así pues, en la página 575, el autor-personaje como autor narrador, recuerda un hecho que es importante para comprender el tono, timbre, la intensidad, el matiz y la temperatura del relato novelesco:

“Una tarde, recuerdo, mientras me encontraba hincado ante el altar mayor de la catedral orando por el alma del señor obispo, se acercó a mi un anciano vestido de blanco. Estuvo en mi lado sin moverse, mirándome. Se quitó un sombrero de pana italiano que llevaba puesto en la cabeza y lo giró como un mago en su mano derecha. Dejé de orar. El anciano parpadeaba mientras buscaba mi mirada con aire de niño. Fue entonces cuando expresó su deseo de hablar a solas conmigo: “Le pido que me escuche pacientemente  – dijo con voz ronca -. No pienso extenderme en mi discurso, se lo aseguro, pero necesito que su mente esté serena y despejada, pues de lo contrario no podrá entender mis palabras.”(p.575)

La confesión se convierte aquí en elemento que completa la narración, pero también la búsqueda  desesperada de Alginatho, la investigación sobre su madre que le ha llevado tantas horas y años para comprender el motivo del crimen y su escenario como espacio mítico, legendario y social. En su relato, la imagen de San Lucas ocupa un lugar y una función metafórica y significante, toda vez que las intenciones se encuentran, y el anciano, Alginatho y el evangelista, establecen un código de miradas en aquel espacio parroquial y de condición recoleta que remite, acentúa y propicia la intención proyectada por el icono o imagen de San Lucas en aquel ámbito cuasi-sagrado:  

“Cuando el anciano inició la conversación, creí oír la voz de Lucas y no la suya. A fin de comprobar si estaba confundido o no, repetí con la cabeza el movimiento pendular hasta convencerme de que quien hablaba era mi acompañante…

“Tras la muerte del señor obispo, sentí la necesidad de hablar contigo”, dijo.”

“Escúcheme, padre, preste atención -dijo el anciano-. Yo fuí amigo personal del obispo y estoy en condiciones de decir muchas verdades”

La combinación de pautas narrativas ayuda al desarrollo de líneas enunciativas que articulan la novela como relato de contingencias: “Entonces él confesó que había sido amigo de mi madre. “La quise mucho –digo silenciosamente- Aún la llevo colgada del corazón, y siempre la tengo presente en mis recuerdos… nos conocimos cuando ambos teníamos doce años –agregó-. Fuimos vecinos hasta la hora de su muerte. Yo te vi cargado en sus brazos una semana antes de su desgracia. Pero cuando veinte días después volví a verte, sonreías en el regazo de quien sería tu madrastra”. (p.577)

Alginatho piensa en el presente del contexto y la enunciación que “Alguien debió mandarla (a la madrastra) a que obrara así… alguien amigo de mi madre, preocupado por la trágica realidad de mi existencia” (Ibíd.)

El anciano va construyendo con su confesión los bordes y ejes en claves y puntos fuertes de la narración:  “Te vi aquella vez porque fui a despedirme de tí y a decirle  a esa mujer que te cuidara bien –comentó el anciano-. Al verte, supe que serías un buen hombre, y no me equivoqué. Bueno, no era de esperarse otra cosa, pues en el vientre de tu madre solo podían gestarse santos. En cuanto a tu madrastra –agregó con voz medio llorosa-, no volví a visitarla. Jamás olvido que apareció como de la nada, como si un ser divino la hubiese enviado a apoderarse de ti. Su aparición fue obra de Dios, no lo dudes, y te amó intensamente, según he sabido”. (pp. 577-578)

En esta línea el texto establecido produce una inflexión, un cambio de voz que, sin embargo, no contradice el relato, sino que más bien la complementa:

“Después el anciano, en panorámica abierta, volvió a examinar el templo. Su mirada se detuvo en la mía, y masculló: tú estabas tirado en la tierra caliente, lleno de sangre. Quienes te vieron en el polvo, al lado de la sangre de tu madre, aún no se explican cómo pudiste salvarte”. (Ibíd.)

El personaje avanza el comentario como un recurso de relato, una elipsis narrativa mediante la cual se resume y se omiten todos los detalles de un incidente que desbordaría el tiempo y el espacio de la novela misma. Así, Alginatho –autor nos dice que

“No pienso escribir, para tranquilidad del lector y de mi mismo, lo que en hora y media, y no en diez minutos como estaba previsto, contara el anciano. Pero sí he de resumir algunos aspectos importantes de aquella conversación”. (loc. cit.)

“De acuerdo con él, solamente un hombre vio la muerte del cura. “No le quepa a usted la menor duda de que fue así –dijo sin vacilar, y añadió a fin de evitarme caer en dudas mayores -: Ese hombre fue el único testigo de la muerte de tu madre”. (loc. cit.)

Pero, ¿Quién era aquel hombre, aquel único testigo?

“El hombre en cuestión según, su visión, tendría por aquel tiempo unos cuarenta y cinco años. “Era propietario de una pequeña peletería, y aunque la gente le andaba de lejos, porque había cultivado fama de obrar contrario a las advertencias de Dios, todo el mundo sentía por él  un alto respeto –precisó el anciano-. Tenía fama de hombre servicial y honrado, y fue él quien me dijo, horas después de la tragedia, que no entendía porqué habían agredido a tu madre, ni porqué habían matado al cura párroco minutos antes de asesinarla”. (Ibídem)

Alginatho quiere volver a sus manuscritos, quiere liberarse de ellos, quiere aprendérselos de memoria o destruir aquella escritura que parece ser una revelación, una visión de la tragedia que debe ser raspada, limpiada, expulsada de la memoria.

“Al oírlo, pensé en los datos recogidos en mi larga y tortuosa investigación. Entonces sentí la necesidad de volver a mi casa, apoderarme de ellos y revisarlos, no sé si con ganas de aprendérmelos de memoria o de destruirlos. “No quiero pensar que estos crímenes tengan un motivo indecoroso”, le dijo el hombre al anciano. Según este, en el pueblo todo el mundo coincidía en señalar al cura párroco de entonces como un hombre de moral intachable…” (Ibídem)

Puesta en circulación el 28 de noviembre, 2006, Auditorio Banco Central de la República Dominicana.

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